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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Año Nuevo de la mano de la Virgen María


Madre de Dios y Madre nuestra



Al comienzo del nuevo año la Iglesia contempla a María, Madre de Dios y Madre nuestra. Y a ella confía esta nueva etapa del calendario civil, rogando que nos ayude a amar a Dios por encima de todo, que le dejemos a El ocupar en nuestra historia cotidiana el lugar que se merece, y que los hombres y poderes de este mundo respeten la libertad que en derecho le corresponde a la Iglesia para cumplir su misión evangelizadora.

En los últimos momentos de vida del SALVADOR, a los pies de la Cruz, con las Santas Mujeres y el Apóstol Juan, NUESTRA SEÑORA recibió la conclusión del testamento de su Divino HIJO. El SEÑOR nos dio SU MADRE, para ser también la MADRE de cada uno de nosotros. Sin duda, fue el más estimado y más valioso presente para la humanidad de todas las generaciones, el mejor de todos, porque nuestra SANTA MADRE siempre fue la perfecta y muy especial MADRE DE JESÚS.



A lo largo de la historia de estos veinte siglos de cristianismo, la VIRGEN MARIA nunca faltó y ni descuidó de Su Divina Misión. Siempre con muchos celos, se reveló una MADRE excepcional y admirable, desde el tiempo de las primeras Comunidades Cristianas, cuando participaba y acompañaba las principales reuniones de los Discípulos. Aunque no fuese cabeza del grupo de los Apóstoles, su presencia les recordaban a JESÚS, y ELLA se impuso amablemente, por su personalidad, por su sabiduría y carácter inequívocos. En varias oportunidades, ELLA era buscada por ellos para que les ayudase en sus decisiones. Los Discípulos tomaban consejos y sugerencias de MARIA, porque de hecho la palabra de ELLA era la Palabra de su propio Hijo Jesús. Por eso los Apóstoles sentían cuando Ella les dirigía la Palabra qué el ESPÍRITU DEL SEÑOR hablaba por sus labios...



Todas las personas que le buscaban, recibían una atención especial, los más cuidadosos desvelos, guiándoles y ofreciéndoles las mejores opciones de vivir, ofreciéndoles sugerencias para el camino mas seguro, las orientaciones más correctas para encontrar la perfección espiritual, los principios morales para una vida de acuerdo con la Voluntad de Dios..



¡En MARÍA estaba toda la historia de JESÚS!...



¡Muchas veces vendrían las caravanas de peregrinos para estar con ELLA, a fín de que conociesen de viva voz los recuerdos deliciosos de su Divino HIJO!...



¡Y muchas veces también, los Discípulos se sentarían a su lado y le pedirían que les contasen los pasajes de la Vida de NUESTRO SEÑOR que ellos no conocían. Y Ella les contaría con dulzura detalles de la vida oculta del Señor en el seno de la Sagrada Familia.



Eran lecciones de ternura, de una fidelidad permanente y un inmenso e ilimitado amor.



La tradición Cristiana mantiene que a los 72 años de edad ELLA dijo adiós a su vida terrestre. Nosotros decimos que ELLA dijo adiós, porque en el sentido correcto de la palabra, ELLA no murió, tuvo un sueño pasajero y fue transportada a los Cielos. Por eso celebramos la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos Y nada más natural que haya sido así, al ser Ella concebida sin mancha de pecado y ser la MADRE DE JESUS. Desde el siglo V, la Iglesia conmemora este acontecimiento el 15 de agosto.



En el Cielo está junto a la Santísima Trinidad, y desde allí sigue preocupándose por sus hijos de la tierra. Por eso ella se ha manifestado tantas veces a lo largo de la historia para ayudarnos a caminar como hijos de Dios, y librarnos de todo mal. Ella es la Esperanza nuestra, el refugio de los pecadores, la Madre de la Iglesia, la Reina de la Paz…



Mirando sus imágenes nos sentimos confortados, y recibimos un estímulo en el corazón para seguir siendo fieles a nuestra fe, a nuestra vocación. Este es un buen día para decir con frecuencia: Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.



El Papa Benedicto XVI, al finalizar el año y comenzar uno nuevo, ha querido recordar los momentos importantes de su actividad apostólica, y las verdades doctrinales que ha tenido oportunidad de ofrecer a toda la humanidad:

-El matrimonio y la familia, tema central de su viaje a Valencia, en donde dijo, entre otras muchas cosas: Ante el problema de las decisiones definitivas, ¿el hombre puede responder que sí para toda la vida? SI. Ha sido creado para esto. Precisamente de esta manera se realiza la libertad del ser humano y así se crea también el ámbito sacro del matrimonio que se prolonga, llegando a ser familia y construye futuro.

-El problema de occidente lo abordó en Alemania: El gran problema de occidente es el olvido de Dios… Al tema de Dios están ligados dos temas: el sacerdocio y el diálogo. El sacerdocio como entrega total a Dios, y el dialogo entre fe y razón, que nunca deben estar opuestas. Hay que exponer las verdades de fe en un lenguaje comprensible para el hombre de hoy que está en un mundo secularizado. La razón necesita la Palabra de Dios, que es nuestra luz, y el coloquio de la razón.

-La libertad religiosa: abordada en su viaje a Turquía, en donde afirmó: Esperemos y recemos para que la libertad religiosa, que corresponde a la naturaleza misma de la fe, y está reconocida en los principios jurídicos tenga, tenga una realización práctica cada vez mayor.

-Y en su discurso a la Curia Romana con motivo de la Navidad habló de la PAZ: Tenemos que aprender que la paz solo puede existir si el dio y el egoísmo se superan desde dentro. En nuestra vida tenemos que llevar a cabo cuanto sucedió en el bautismo sacramentalmente: la muerte del hombre viejo para que resurja el hombre nuevo…¡Que la razón de la paz venza a la sinrazón de la violencia!, concluyó.



Que el nuevo año que comienza lo vivamos muy cerca de Dios y muy cerca de María, la Reina de la Paz, confiando en la divina Misericordia que quiere el bien para todos los hombres.



Juan García Inza

sábado, 19 de diciembre de 2009

Cuarto Domingo de Adviento (C)




Una gran mujer



La Virgen María es la gran protagonista de este tiempo de esperanza. Ella, como ninguna otra criatura, supo vivir la esperanza en el Mesías y preparó materialmente su venida al mundo. María es la mujer que mejor vivió el primer Adviento de la historia.

María es una gran mujer. Con una personalidad envidiable. Con una feminidad arrolladora. Una mujer fiel a la Palabra. Sacrificada, trabajadora, amante de su hogar. Ella es la MUJER. La llena de gracia y hermosura.

“En efecto, María es la criatura ; es el ideal supremo de la perfección que, en todo tiempo, han tratado los artistas de reproducir en sus obras; es (Apoc. 12,1), en la que los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con aquellos otros soberanos, pero accesibles, de la belleza sobrenatural. Y, ¿por qué todo esto? Porque María es la , o sea, podemos decir, la llena del Espíritu Santo, cuya luz brilla como un resplandor incomparable. Sí, tenemos necesidad de mirar a María, de señalar su belleza incontaminada, porque a nuestros ojos frecuentemente ofenden y casi ciegan las imágenes engañosas de la belleza de este mundo. ¡Cuantos nobles sentimientos, cuanto deseo de pureza, qué espiritualidad renovadora podría suscitar la contemplación de la belleza sublime!

“Ya que en nuestros días la mujer avanza en la vida social, nada más beneficioso y más jubiloso que el ejemplo de esta Virgen-Madre emitiendo destellos del Espíritu Santo que, con su belleza, resume y encarna los auténticos valores del espíritu” (Pablo VI).

En este Adviento volvemos nuestros ojos a María y nos quedamos contemplándola. Es un espectáculo. En ella observamos las virtudes ejemplares de una joven, de una esposa, de una madre, de una mujer corriente. En ella se palpa la filiación divina, el amor a la gracia, la grandeza de la castidad. En María destaca de un modo llamativo su respuesta a la Vocación.

“Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima” (J. Escrivá de Balaguer).

Cogidos de la mano de la Señora, seguimos caminando hacia Belén en una Navidad que ya vamos a celebrar. Que estemos cerca de María para contemplar con fe y ternura al Niño Jesús, al Hijo de Dios.

Por se ha fijado en la humildad de su esclava, por eso la llamarán bienaventurada todas las generaciones.



Juan García Inza

sábado, 12 de diciembre de 2009

Domingo 3º de Adviento (C)



Siempre alegres



El tercer domingo de Adviento nos contagia de un ambiente de intensa alegría. La Navidad ya está muy cerca y hay que sonreír.



La alegría es virtud evangélica. El Señor vino a traernos su alegría: “Os he dicho estas cosas, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado” (Jn. 16,11). Un cristiano que es fiel a su vocación es esencialmente alegre. La alegría es compañera de nuestro camino. ¡Qué grande es nuestra alegría! Hay muchos que todavía no la entienden y prefieren seguir comprando sonrisas baratas en el mercado de la vida.



“No alcanzaremos jamás el buen humor, si no imitamos de verdad a Jesús; si no somos, como El, humildes. Insistiré de nuevo: ¿habéis visto donde se esconde la grandeza de Dios? En un pesebre, en unos pañales, en una gruta. La eficacia redentora de nuestras vidas sólo puede actuarse con la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y sintiendo la responsabilidad de ayudar a los demás” (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 18). Por eso la navidad es especialmente alegre, porque es tiempo de paz, de sencillez, de encuentro con un Dios que se hace pequeño y nos sonríe desde su pobreza voluntaria.



“Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. El gran gozo anunciado por el Ángel, la noche de Navidad, lo será de verdad para todo el pueblo, tanto para el de Israel, que esperaba con ansia un Salvador, como para el pueblo innumerable de todos aquellos que, en el correr de los tiempos, acogerán su mensaje y se esforzarán por vivirlo. Fue la Virgen María la primera en recibir el anuncio del ángel Gabriel y su Magníficat era ya el himno de exultación de todos los humildes. Los misterios gozosos nos sitúan así, cada vez que recitamos el Rosario, ante el acontecimiento inefable, centro y culmen de la historia: la venida a la tierra del Emmanuel, Dios con nosotros. Juan Bautista, cuya misión es la de mostrarlo a Israel, había saltado de gozo en su presencia, cuando aún estaba en el seno de su madre. Cuando Jesús da comienzo a su ministerio, Juan se llena de alegría por la voz del Esposo” (Pablo VI, Exhortación A. Gaudete in Domino, III).



San Pablo nos grita a todos con pasión: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres” (Flp. 4,4). Estar alegres es caminar en la Verdad. Una vida auténtica es una vida inundada de sonrisas limpias.



En estos días últimos del Adviento, en los que solemos ya felicitar la Navidad, que lo hagamos con un sentido cristiano. Que Navidad sea realmente Natividad, siendo conscientes de lo que vamos a celebrar. Que no caigamos en la tentación progre de recuperar las fiestas y ritos paganos, superados hace ya dos mil años, de celebrar los solsticios de invierno, como si no hubiera pasado nada en este tiempo. La fiesta pagana de la luz fue cristianizada, como tantas otras costumbres, por la realidad histórica del Verbo Encarnado, Jesucristo, que dijo “Yo soy la Luz del mundo”. Hoy, los llamados progresistas quieren hacer un ejercicio retrógrado tratando de recuperar lo ya superado. En definitiva lo que pretenden es apagar, si pudieran, la Luz que nos trajo Cristo, y que cambió la historia de gran parte del mundo. Nosotros, con alegría, proclamaremos un año más que en Belén nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor, e iremos a adorarlo.



Que la Virgen María nos ayude a celebrar el Nacimiento histórico de Jesús, y el Nacimiento permanente del Señor en todos los que le abran las puertas de su alma.



Juan García Inza
juan.garciainza@gamil.com

sábado, 5 de diciembre de 2009

Domingo 2º de Adviento. Año C

Preparar un camino al señor




Este es el mensaje central de todo el Adviento: tenemos que preparar el camino del Señor, el paso de Dios junto a nosotros. Adviento significa advenimiento, llegada. Jesús está cerca y no podemos cruzarnos de brazos sin que nos importe su llegada, su presencia. Juan el Bautista se lanzó por los caminos de Palestina predicando la conversión, la penitencia, la vuelta a Dios que se acerca. Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.



El Señor espera nuestra colaboración. Y el mejor modo de corresponder al don de Dios es sentir la necesidad de ese don. Bienaventurados los pobres de espíritu, los que no se consideran satisfechos y hartos. Bienaventurados aquellos que tienen hambre de gracia y perdón, aquellos que esperan con inquietud y alegría a Dios que pasa dando. ¡Que necio eres si crees que ya lo tienes todo! ¡Qué pena si vuelves la espalda, o te sientas tranquilamente a esperar que te traigan los frutos a tus pies!



Este es el drama del cristiano frívolo y tibio, el oponer una increíble resistencia a la obra que Dios quiere hacer en su vida. Este es nuestro pecado: el habernos endurecido de tal modo que ya no nos llama nada la atención, y todo nos parece un cuento infantil.



Pero, recuerda lo que dice el Bautista: Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. ¡No seas sarmiento seco, higuera estéril, rama infecunda! Aprovecha el tiempo de gracia del Adviento para volver el rostro a Dios que nos trae el perdón y la vida del alma.



“Considera lo más hermoso y grande de la tierra…, lo que place al entendimiento y a las otras potencias…, y lo que es recreo de la carne y de los sentidos…

Y el mundo, y los otros mundos, que brillan en la noche: el Universo entero. Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas…, nada vale, es nada y menos que nada, al lado de ¡este Dios mío! -¡tuyo!-, tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa… y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía” (J. Escrivá, Camino, n. 432).



Sigue ese mandato que nos hace hoy Juan el Bautista: prepara el camino del Señor, para que el pueda llegar a ti con el don divino de la Redención, que es para ti y para mí. Echa a un lado todo aquello que en tu vida pueda obstaculizar el paso amoroso de Jesús. Y haz posible con tu estilo de vida que el Señor pueda llegar a otros muchos.



Juan García Inza

juangainza@ono.com