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domingo, 29 de abril de 2012

NO DEJÉIS LA MISA

jueves, 12 de abril de 2012

SEGUIMOS HABLANDO DE HOMOSEXUALIDAD (2)

Actualizado 12 abril 2012
Seguimos hablando de homosexualidad (2)


SEGUIMOS HABLANDO DE LA HOMOSEXUALIDAD (2)
Dedicamos nuestro anterior artículo al vidrioso y actualísimo tema de la homosexualidad, a raíz de una pregunta formulada por una visitante de nuestra página, y de la polémica promovida por algunos a raíz de la Homilía de Mons. Reig Pla el Viernes Santo en la catedral de Alcalá. No pretendíamos agotar el tema con las ideas que apuntamos en el post anterior, como tampoco lo pretendemos ahora, pero cumplimos nuestra palabra avanzando un poco más en el comentario, y tratando de dar respuesta a las cuestiones más candentes



Decíamos en el capítulo anterior que nuestro experto consultado, Gerar J.M. van den Aardweg, holandés, Doctor en Psicología por la Universidad de Ámsterdam, afirma rotundamente que la imagen de la pareja de homosexuales felices, como espejo del matrimonio, es una mentira con fines propagandísticos. Entre ellos no son excepción la infidelidad, los celos, la soledad y las depresiones. Y niega rotundamente que la homosexualidad sea una condición, un modo de vivir la vida, como nos quieren hacer ver. La homosexualidad es una anormalidad de la naturaleza humana, con la que se nace o se adquiere por las circunstancias que rodean al individuo. Aquí no se trata de acusar o condenar a nadie, y menos al que ha nacido con una tendencia contraria a su sexo. Respetamos profundamente a las personas, pero no podemos desde la ética y la moral dar por buena cualquier aberración sexual que se cometa desde la homosexualidad o desde la heterosexualidad. El hombre tiene una dignidad de acuerdo con la cual ha de vivir, sea como sea su naturaleza o su estado de vida. La castidad no es una virtud para gente rara, poco motivada, o amorfa. No se trata de calificar de trasnochado espiritualista al que quiere vivir la decencia y la limpieza moral de su dimensión sexual en relación consigo mismo y con los demás. Lo mismo que hay que usar rectamente cualquier resorte humano para no degradar nuestro nivel de dignidad, en el terreno afectivo y en el ejercicio de la sexualidad hay que obrar con los mismos principios que exige nuestra categoría dentro de la maravillosa gama de seres que pueblan la tierra.

En el artículo anterior dejamos planteadas estas cuestiones: ¿Puede un homosexual vivir la castidad? ¿Es moralmente aceptable la legalización de las parejas de homosexuales con posibilidad, incluso, de adoptar niños? Trataremos de dar una respuesta lo más fiel posible a los principios generales y específicos de una ética y una moral basada en los valores humanos y en los principios evangélicos.

Sí, es posible vivir la castidad desde esta situación anómala, como lo es posible en cualquier otra situación. El homosexual necesita ayuda. En América existen grupos de homosexuales cristianos que se ayudan mutuamente a no practicar su homosexualidad. En este sentido hay buenas experiencias que fomentan la esperanza. El Padre John Harvey, como nos dice la revista PALABRA en su número 442-443, fundó la asociación Courage, buscando vivir conforme a la doctrina de la Iglesia. Ya lleva muchos años trabajando en este campo con muy buenos resultados. Como la homosexualidad es un problema a la vez psíquico y moral, cualquier ayuda espiritual supone un apoyo magnífico al esfuerzo que hay que hacer para superar las tentaciones.




El homosexual tiene que empezar por desear la castidad, viéndola como un ideal posible y ventajoso. Hoy no se habla de castidad generalmente en los proyectos educativos. Lo que se ofrece son remedios para evitar las consecuencias no deseadas de una vida impura. Entre ellas el sida y el aborto.

Desean vivir la castidad sobre todo los homosexuales y lesbianas con inquietudes religiosas. Para ello lo que hacen es evitar los contactos y los lugares que ofrecen peligro en las relaciones. Luchando contra la masturbación, dominando la imaginación, evitando la curiosidad erótica y pornográfica. Procurando buscar ayuda, ocupaciones sanas, y buenas compañías.

Desde la orientación espiritual, un sacerdote puede hacer mucho bien ayudando y estimulando a vivir las virtudes que hacen al hombre honesto, limpio, claro, alegre, sano... Hay que evitar la dependencia de ciertas costumbres sexuales que se llegan a convertir como una droga para el que las practica. Hay que acudir a Dios seriamente, y pedirle ayuda en la oración, y comprender que hay ideales maravillosos que exigen toda una vida de esfuerzo y entrega. Esto supone elevar la mirada y contemplar la grandeza de la lucha por alcanzar a veces metas heroicas. Hay que oír atentamente la conciencia, a través de la cual nos habla Dios. Acudir a la confesión y dirección espiritual con toda naturalidad, solicitando perdón, consejo y ayuda. Hay que abrirse, y salir de la soledad interior y del aislamiento social.

Los homosexuales lo que realmente necesitan es aprender a amar. Hay que defenderse del egoísmo, buscando el bien auténtico y radical del otro. Es necesaria la sinceridad, la fortaleza, la audacia para plantearse el porqué de mi vida, y el para qué vivo. ¡Cuantas cosas podemos hacer, superando los complejos y las limitaciones que nos aíslan! El homosexual, hombre o mujer, no es un ser condenado a nada, sino llamado a vivir la vida aceptándose como es, y tratando de ser útil y feliz haciendo el bien.

En cuanto a la conveniencia o no de la adopción de niños por parte de parejas homosexuales, la verdadera psicología y el sentido común nos dicen que es una aberración. Un niño necesita para su normal formación y educación el equilibrio y la complementariedad de ambos sexos. Un niño criado entre homosexuales terminará normalmente siendo homosexual. No es natural esta práctica que hoy se está exigiendo a los legisladores. La misma naturaleza nos los dice con sus leyes: un niño nace de un padre y una madre, y debe educarse en un ambiente heterosexual para su perfecta formación psicológica. Los homosexuales pueden ser buenísimas personas, incluso vivir la castidad entre ellos, pero adoptar un niño como hijo no está de acuerdo con la naturaleza. Ese niño algún día tiene que darse cuenta que aquellos, o aquellas, no han podido ser sus padres, y los hábitos de vida que se vive en ese tipo de parejas no son los más adecuados para hacer de un niño o una niña un hombre o una mujer normal. Hay que pensar con la cabeza, y dejar que el hombre siga siendo lo que es: un ser racional que sabe, o debe saber, lo que ha de hacer para no perder la dignidad y la identidad.

Ya sé que muchos no están de acuerdo con este modo de pensar que aquí expongo. Pero digo lo que pienso, fundamentado en la naturaleza, el sentido común, y las ciencias de la psicología. El que opine de otra manera está en su derecho, pero que lo fundamente con seriedad.

Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com

HABLEMOS CLARO DE LA HOMOSEXUALIDAD (i)

Actualizado 10 abril 2012




Con motivo de la homilía de Mons. Reig Pla en la Misa celebrada en la Catedral de Alcalá de Henares, y transmitida por la 2 de TVE, se ha levantado un revuelo absurdo por uno de los muchos temas tratados como contrarios a la moral católica. Se trata del ejercicio activo de la homosexualidad. Es decir, de los pecados de lujuria cometidos por personas del mismo sexo. Igualmente trató del matrimonio, de la posible doble vida que pueden llevar algunos sacerdotes, etc. Pero resulta que es siempre el lobby gay el que protesta cuando se valora moralmente sus posibles actividades fuera de la naturaleza de las cosas.

Hace un tiempo una de las lectoras de un consultorio que yo mantenía en la página www.mercaba.org me planteó el tema, y me solicitó una orientación doctrinal. Realmente la cuestión es de gran importancia, de rabiosa actualidad como se ve estos días, y que preocupa a los expertos ya que el problema de la homosexualidad está afectando a un considerable sector de nuestra sociedad y, lo que es más grave, parece que esta situación tiende a agravarse por distintas razones. Intentaremos aclarar algunas ideas, ya que con frecuencia recibimos preguntas sobre el particular.





La revista PALABRA publicó un número monográfico dedicado a la CASTIDAD en los distintos estados y situaciones del hombre. Uno de los capítulos lo dedicaba a la HOMOSEXUALIDAD, y publicaba una entrevista con uno de los expertos europeos más destacado en el tema de terapia de la homosexualidad. Se trata del Gerard J.M. van den Aardweg, holandés, Doctor en Psicología por la Universidad de Amsterdan. Ha impartido cursos por América y Europa, y se dedica a tratar de ayudar a las personas afectadas de esta anomalía llamada HOMOSEXUALIDAD. Trataré de recoger lo esencial de esta interesante entrevista.

Ha publicado un libro llamado Homosexualidad y Esperanza, y dice que esperanza hace referencia a la actitud interior de quien se enfrenta con sentimientos homosexuales. Aunque digan que se aceptan como son, etc., el autor afirma que felices, de verdad, no lo son nunca.

Aclara que GAY significa originariamente alegre, animado, pero que ha perdido este significado desde que se usa para el estilo de vida homosexual. Ahora el valor de la palabra ha pasado a ser alegría afectada, artificial; limita casi con exhibicionismo. Los Juegos Olímpicos de 1999 en Amsterdan para ellos daban pena, aunque fuese un espectáculo para el mundo. Eran un puro infantilismo. La alegría del gay es un poco extraña.

El homosexual que ejerce como tal en el terreno sentimental cae en una sexualidad neurótica. El diseñador de alta costura alemán Wolfgang Joop, homosexual, afirma en un tono cínico en una entrevista concedida a una revista: “Esto es un estilo de vida que crea adicción y, a la vez, una especie de frigidez. Como no estás satisfecho aumentas la dosis y, en consecuencia, se multiplican las frustraciones”.

Quien acepta y se identifica con su condición de homosexual, puede sentir algún alivio, pero cae preso de una sexualidad neurótica. Por eso, el camino contrario, la búsqueda de la verdad sobre sí mismo sin dejarse arrastrar por un derrotismo de “yo soy así”, es camino de esperanza.

Generalmente los deseos homosexuales arrancan de situaciones depresivas que se padecen en la juventud debido a complejos, soledad, frustraciones, inseguridad en la identidad sexual. Y todo ello se opone a la esperanza. La esperanza se pierde cuando se piensa que uno es fatalmente así y no tiene remedio. No puede caer el homosexual en un pesimismo pensando que su caso no tiene solución. Hay esperanza cuando se intenta superar las dificultades, los complejos y se huye de las ofertas que una sociedad depravada hace continuamente en este campo, en el que quedan atrapados tantos niños y jóvenes por culpa de viejos verdes sin conciencia, o enfermos crónicos del sentimiento.

Dice nuestro experto que la homosexualidad no es hereditaria. Hay situaciones familiares y hábitos educativos que favorecen la tendencia homosexual. A los chicos les influye muy negativamente la conocida madre superprotectora y dominante; o un padre distante o poco viril, o que le dedica más tiempo y afecto a los otros hermanos. No favorece en nada una educación afectiva adecuada en este sentido: el que la madre o el padre no se sientan contentos con sus propias condiciones de mujer o de hombre. También se da el caso de los padres que tratan a las hijas como si fueran chicos porque eso es lo que deseaban tener, o al contrario.

Aparte de la familia, que es muy importante, influye mucho también el trato con los compañeros del mismo sexo. Muchos homosexuales confiesan haber llegado a esa situación tras haberse visto marginados o minusvalorados por los mismos compañeros. Se trata de un complejo de marginación al no haberse visto aceptados. La mayoría de los científicos consideran la homosexualidad como un trastorno, aunque por influencia de los distintos colectivos o corrientes de opinión que están involucrados en este mundo se trate de considerar más bien como condición.

Y al ser tratada socialmente la homosexualidad como una condición, ya casi no se habla de corrección o de terapia de tratamiento. Todo eso ha pasado a ser un tabú. Hoy, como afirma Aardweg , la homosexualidad se ha politizado. En algunos programas de educación sexual se incluye la homosexualidad como algo normal. La epidemia del Sida podría haberse paliado en gran parte en Occidente, si se hubiese seguido considerando la promiscuidad homosexual como algo patológico, afirma el experto que citamos.

En algunas telenovelas, de las que muchos son aficionados, se llega a la aberración de presentar a parejas heterosexuales cargadas de problemas y de infidelidades, mientras que una parejita de homosexuales es presentada como modelo de felicidad, a los que hay que envidiar, y a los que acuden muchos a pedir consejo. Pero la realidad es todo lo contrario. Las parejas de homosexuales son muy frágiles, y se rompen con facilidad. Según un estudio alemán, el 60% de esas parejas duran un año, y sólo el 7% superan los cinco años.



Nuestro experto afirma rotundamente que la imagen de la pareja de homosexuales feliz, como espejo del matrimonio, es una mentira con fines propagandísticos. Entre ellos no son excepción la infidelidad, los celos, la soledad y las depresiones.

¿Puede un homosexual vivir la castidad? ¿Es moralmente aceptable la legalización de las parejas de homosexuales con posibilidad, incluso, de adoptar niños? Seguiremos hablando del tema en el próximo post.

Dejamos claro que no estamos descalificando, ni satanizando, a los que son como son y tratan de superarse, sino a los que intentan tergiversar la condición humana y enmendar la plana a Dios, que nos creó hombre y mujer, y a la pareja humana varón y hembra, le dijo. “Creced y multiplicaos”. Los brazos de la Iglesia siempre estarán abiertos a toda persona de buena voluntad que viene tomándose la vida en serio. No se va contra nadie, sino contra todo un montaje contario a la Ley de Dios.



Juan García Inza

domingo, 8 de abril de 2012

jueves, 5 de abril de 2012

VIERNES SANTO: LA GRANDEZA DE LA CRUZ

VIERNES SANTO La grandeza de la Cruz



Con todo este bagaje espiritual de muchos días de oración y compenetración con los sentimientos de Cris¬to, llegamos a un día clave para la historia de la Reden¬ción de la humanidad, para mi propia redención: Viernes Santo, día de la Pasión y muerte del Señor. Día en el que la Cruz ocupa el centro. La asombrosa Cruz que tan fenomenales gracias y triunfos nos ha traído.
Hoy es día de luto para la Iglesia. Pero un luto, que sin dejar de ser doloroso, está impregnado de esperan¬za y de acciones de gracias. «Me amó y se entregó a sí mismo por mí» , No lo olvides. Todo este drama his¬tórico que se repite a diario, y hoy conmemoramos es¬pecialmente, ocurrió por ti. Por ti solo el Señor habría preferido el dolor de la Cruz. La Semana Santa tiene su razón de ser en ti, pues tú hiciste posible la tremenda locura de la Cruz. El Señor pasó por malhechor para que tú y yo seamos santos. Por eso, desde el principio de la liturgia de este día pedimos con voz solemne a Dios «Señor, Dios nuestro, Jesucristo, tu Hijo, al derramar su sangre por nosotros, se adentró en su misterio pas¬cual; recuerda, pues, que tu ternura y tu misericordia son eternas, santifica a tus hijos y protégelos siempre».

Isaías lo había profetizado desde antiguo: Lo arranca¬ron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pue¬blo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malhechores; porque murió con los malvados, aunque no había come¬tido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El Señor qui¬so triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vi¬da como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a mu¬chos, cargando con los crímenes de ellos (Primera lec¬tura) .

Jesucristo, con su santísima obediencia ha reparado nuestras deslealtades. Con su humillación ha reparado nuestro orgullo. Con su muerte quedan abiertos los ca¬minos de la santidad para todos aquellos que tengan la bondad de pasar. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, su¬friendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de sal¬vación eterna (Segunda lectura).

Ante este Cristo que agoniza, que está consumando todo por todos, elevamos nuestra alma en una oración universal, y pedímos con fe. por la Santa Iglesia, para que el Señor le dé la paz, la unidad y la proteja; pedi¬mos por el Papa, para que Dios le asista; pedimos por los ministros y fieles en general, para que le sirvamos fielmente en la vocación a la que hemos sido llamados; por los catecúmenos, para que con el Bautizo se incor¬poren plenamente a Cristo; por la unidad de los cristia¬nos, para que nos congreguemos en la única Iglesia fie¬les a la verdad; por los judíos, para que el Señor acre¬ciente en ellos el amor de su Nombre y la fidelidad a la Alianza; por los que no creen en Cristo, para que ilumi¬nados por el Espíritu Santo, encuentren el camino de la salvación; por los que no creen en Dios, para que pol¬la rectitud y sinceridad de su vida alcancen el premio de llegar a él; por los gobernantes, para que los guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y liber¬tad de todos los hombres; por los atribulados, para que alivie sus dolores físicos y espirituales.

Sobre el campo silencioso de la Iglesia aparece sola la Cruz con Cristo muerto. La Iglesia, con voz tembloro¬sa, nos dice a todos: Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Adoramos la Cruz. Con el corazón encogido besamos a Cristo muer¬to. Tu Cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero (Antífona de los improperios). Mientras tanto, oímos la voz del coro que, como venida del cielo, nos dice: ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme (Improperios).

Ahí queda la Cruz, sobre el calvario del altar. Con el alma en silencio, meditamos y cantamos el himno li¬túrgico: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dul- ees clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza! (Antífona).

Y con un vivísimo agradecimiento, exteriorizado tal vez en los ojos húmedos por la emoción, nos acerca¬mos a recibir el Cuerpo del Señor, convlrtlendo nues¬tro corazón en sepulcro nuevo donde Dios encuentre su descanso.

La Cruz se ha convertido en la señal y refugio del cristiano: «Métete en las llagas de Cristo Crucificado. —Allí aprenderás a guardar tus sentidos, tendrás vida interior, y ofrecerás al Padre de continuo los dolores del Señor y los de María, para pagar por tus deudas y por todas las deudas de los hombres» .
Abrázate a tu cruz, la de cada día, y sigue al Señor de cerca.


miércoles, 4 de abril de 2012

JUEVES SANTO: AMOR, EUCARISTÍA Y SACERDOCIO

Actualizado 4 abril 2012
Jueves Santo: amor, eucaristía, sacerdocio


TRÌDUO PASCUAL

Iniciamos hoy la celebración de los tres grandes días de la liturgia de la Iglesia. Durante este Triduo Santo celebramos la muerte, la sepultura y resurrección del Señor.

El Jueves Santo tiene como centro la Ultima Cena del Señor con sus Apóstoles, en la que Jesucristo abre de par en par su alma para hablarles del mandamiento nuevo, para expresarles el cariño que les tiene, para rezar por ellos al Padre y darles las últimas recomendaciones. Y sobre todo para hacernos el maravilloso regalo de la Eucaristía y del Sacerdocio. Es día de caridad, de agradecimiento, de adoración y desagravio a la Eucaristía. Es noche de vela. Es noche de oración.

El Viernes Santo centra su liturgia en la celebración de la Pasión y Muerte del Señor. Es día de austeridad. Seguimos tratando de cerca a la Eucaristía y nos vamos centrando en la Cruz. Instrumento de suplicio en la Pasión de Cristo y por ello símbolo del cristiano. Es día de seguir de cerca los pasos del Señor hacia el Calvario con la cruz a cuestas. Es día de acompañarle en su soledad. Día de enamorarnos aún más del sacrificio, de la mortificación, de nuestras pequeñas cruces.

El Sábado Santo. Día silencioso y expectante. La liturgia, como las santas mujeres, se limita a sentir ¡a ausencia y esperar el triunfo del Señor. Sigue en alto la cruz. Podemos escuchar y meditar tranquilamente las últimas palabras del Señor antes de morir, que han quedado como un eco en el ambiente. Y nos disponemos con impaciencia a participar en la gran Vigilia Pascual, llena de luz, de historia y de alegría. Es la noche del fuego, de la oración, del agua, del canto glorioso, de la explosión alborozada ante la gran noticia de la Resurrección del Señor. Es noche de felicitaciones.

Vamos a adentrarnos en el Triduo Pascual con la incontenible ilusión de dejarnos inundar por la presencia de Dios que viene a salvarnos. Que te duela la Pasión, que te emocione el gesto de Dios. «Dolor de Amor. —Porque El es bueno. —Porque es tu Amigo, que dio por ti su Vida. —Porque todo lo bueno que tienes es suyo. —Porque le has ofendido tanto... Porque te ha perdonado... ¡El!... ¡¡a ti!!

—Llora, hijo mío, de dolor de Amor» .

JUEVES SANTO

El mandamiento nuevo


El día de Jueves Santo es el día en el que el Señor, en la intensa intimidad del Cenáculo, habla tranquilo y solemnemente del mandamiento nuevo del amor. Comienza el Señor por lavarles los pies a sus discípulos. ¡Qué gran gesto de cariño! El Señor los quiere limpios de alma para acercarse a la sagrada mesa y acceder después al sacerdocio. Les quiere dar todo !o inimaginable. Es su despedida y empieza a repartir la inestimable herencia. Se pone en acción el formidable amor de Dios.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. El amor de Dios no se queda en buenos deseos, ni en mezquindades. Dios ama hasta el extremo, hasta las últimas consecuencias, hasta el detalle más nimio. ¿Cómo es tu amor?: de palabra, de compromiso, de medianías, de buenos propósitos, sin consecuencias prácticas, cansino, tibio, desnaturalizado, teórico, sin garra, envejecido, sin ilusión, raquítico... Nos falta coraje para amar hasta el extremo. Nos falta audacia para entregarnos sin cálculos egoístas.




El. Amor del Señor es un amor hasta el fin de su vida en la Cruz, y hasta el fin de los tiempos en el Sagrario. Estos son nuestros poderes: el amor de un Dios incansable, su cariño sin medida por los hombres. Esta es nuestra felicidad: saber que tenemos a Dios a nuestro lado. Como el Padre me ha amado a mí, así os amo yo a vosotros. ¿No es para deshacernos en acción de gracias?

Después que les lavó los pies y tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ´el Maestro´ y ´el Señor´, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. Ya sabemos cómo hay que amar: con obras: «Obras son amores», dice el refrán.

Y el Señor, en aquella conmovedora despedida íntima, no se cansa de repetirles la necesidad del mutuo amor, que se ha de convertir en el distintivo del discípulo de Cristo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros.

La caridad mantiene viva la llama de la fe y la esperanza. El amor nos une a Dios y estrecha nuestros lazos con los hermanos. Amor a Dios y amor a los hombres. «De estos dos preceptos penden la ley y los Profetas: del amor a Dios y del prójimo» .

El misterio de la Eucaristía

Jueves Santo es esencialmente el día de la Eucaristía. Es el Sacramento de la grandeza de un Dios que hace por el hombre «locuras» para que podamos gozar de su cariñosa presencia. La Eucaristía es el Sacramento de la humildad de Dios: «Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... —Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz.

Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! («Nuestra» Misa, Jesús...) .

La Eucaristía es el amor en su máxima expresión: la entrega incondicional, la disposición permanente y absoluta. «Nos encontramos en la encrucijada de los grandes caminos de los destinos históricos, proféticos y espirituales de la humanidad: aquí se concluye el Antiguo Testamento; aquí se inaugura el Nuevo; aquí el encuentro con Cristo, de evangélico y particular, se hace sacramental y universalmente accesible; aquí la intención fundamental de su presencia en el mundo, con la celebración de los dos misterios esenciales de su vida en el tiempo y en la tierra, la Encarnación y la Redención, se manifiesta en gestos y palabras inolvidables: «sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (lo 13,1), es decir, hasta el último límite, hasta el don supremo de sí.





«Este es el tema en el cual debemos fijar nuestra atención. No seremos verdaderamente capaces de hacerlo, lo mismo que nuestros ojos humanos y creyentes no deberán cansarse de contemplar lo que el misterioso fulgor de la última Cena hace resplandecer ante nosotros: los gestos del amor que se ofrece y que se da, los cuales asumen el aspecto y la dimensión de un amor absoluto, divino: el amor que se expresa en el sacrificio» .

La Eucaristía exige de nosotros: agradecimiento, necesidad de recibirle, amor a la Misa, respeto y reverencia. En definitiva, valorar lo que significa la presencia real de Dios junto a nosotros.

El misterio del sacerdocio

Otro motivo importantísimo para dar gracias al Señor en este día grande es el habernos dejado la maravilla del sacerdocio católico. El sacerdocio es algo que todos debemos sentir como nuestro. Gracias al sacerdote Cristo sigue entre nosotros bautizando, perdonando, dándose en comida, ofreciendo el sacrificio eucarístico, santificando el matrimonio, confirmando nuestra fe, acompañando al cristiano en el transcendental momento de pasar de esta vía a la Vida definitiva. Hoy es día de agradecer el sacerdocio y pedir por los sacerdotes en una oración intensa.

Un Jueves Santo, decía Pablo VI hablando de los sacerdotes: «El prodigio continúa: ´Haced esto en conmemoración mía´; el sacerdocio católico nació de este amor y para este amor; todo fiel cristiano estará así invitado a esta mesa inefable, a esta incomparable comunión: ´nosotros, dirá el Apóstol, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, porque todos participamos en un único pan´ (1 Cor 10,17).





Aquí el espíritu, concentrado en la contemplación del misterio eucarístico, descubre el perfil del ´Cristo total´: Jesús, la cabeza, y sus miembros formando un único Cuerpo místico, su Iglesia, que vive en El animada por el Espíritu Santo: Ahí están los millares y millares de elegidos a la participación del sacerdocio de Cristo, ´raza que el Señor ha bendecido´, como hemos leído esta mañana en la Misa Chrismali (Is 61,9); son nuestros hermanos, son nuestros colaboradores, a los cuales ha sido confiado el sacerdocio ministerial, esta especie de potestad prodigiosa que nos identifica, en ciertos aspectos, con el mismo Cristo, al hacernos capaces de actualizar su presencia sacramental, y de resucitar las almas muertas por el pecado en virtud de su eficaz misericordia. En este momento, el saludo gozoso y emocionado de nuestra comunión en Cristo, único y Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, sancionada por El en la Cena sacrificial y memorial del Jueves Santo, se dirige a vosotros, sacerdotes aquí presentes, y a todos y cada uno de los sacerdotes de la Santa Iglesia extendidos por toda la tierra» .

El sacerdocio es esencial en nuestra Iglesia, por eso el enemigo lo primero que intenta es corromper a estos hombres llamados por Dios para servir a los fieles. Y por eso los fieles, como preocupación primordial en la vivencia de su fe, han de cuidar con escrupulosidad de sus hermanos los sacerdotes. Este cuidado se ha de traducir en una oración ferviente por su fidelidad y santidad; en un apoyo humano para que se sienta animado en su difícil tarea; en una amistad familiar y respetuosa para que no se encuentre solo; en un agradecimiento espiritual y humano por su entrega a nuestro servicio; en secundar sus evangélicas indicaciones para que no se desaliente ante la indiferencia. En definitiva, se trata de dejarnos guiar por este instrumento maravilloso que es el sacerdote, para alcanzar la santidad a la que hemos sido llamados.

¡Jamás debemos descuartizar al sacerdote con nuestra mordaz crítica! ¡No podemos hundirlo con la calumnia! No tratemos de utilizarlos para nuestros fines egoístas. No se les puede abandonar en su tarea como si la Iglesia fuese solamente cosa de ellos. Tampoco debemos cometer la gran injusticia de no atender sus necesidades materiales, cuando lo ha dejado todo por servirnos.

Es demasiado grande una vocación sacerdotal para que, seguramente sin mala intención, la arrinconemos con la incomprensión, la indiferencia, el olvido, el menosprecio...

¡Cuántas vidas sacerdotales se han perdido porque no hemos sabido cuidarlas! Alguna vez nos pedirá cuentas Dios de los sacerdotes que puso a nuestra disposición.

«El sacerdocio cristiano está, pues, íntimamente unido al misterio, a la vida, al crecimiento y al destino de la Iglesia, Esposa virginal de Cristo. El sacerdote es el padre, el hermano, el siervo universal; su persona y su vida toda pertenecen a los demás, son posesión de la Iglesia, que lo ama con amor nupcial y tiene con él y sobre él —que hace las veces de Cristo, su Esposo— relaciones y derechos de los que ningún otro hombre puede ser destinatario.

...Elegido, consagrado y enviado para formar y alimentar a la Iglesia con la Palabra y la gracia de Dios, el sacerdote comprende existencialmente, en su vida pastoral, la grandeza a la vez divina y humana de su vocación, descubriendo la necesidad que los demás hombres tienen de él. Siente que su corazón se dilata, y que su afectividad y capacidad de amar se realizan plenamente en la tarea pastoral y paterna de engendrar gozosamente al Pueblo de Dios en la fe, de formarlo y llevarlo como virgen casta (Cfr. 2 Cor 11,2) a la plenitud de vida en Cristo».

Esto es el sacerdote: un hombre de Dios, entregado a las cosas divinas, y sirviendo incondicionalmente a sus hermanos. Si la Iglesia tiene planteado hoy un tema primordial, es el de las vocaciones al sacerdocio, el de la fidelidad y santidad de sus sacerdotes, el de la identificación del sacerdote con su específica e irrenunciable misión sagrada.

Del sacerdote lo espera Dios y la Iglesia todo. A los pies de Cristo Eucaristía que reposa vivo en el litúrgico monumento, vamos a pedir por todos los sacerdotes para que el Señor les dé la fortaleza necesaria para seguir cumpliendo su tarea con toda fidelidad.

Que el Señor nos dé un amor limpio al sacerdocio y sepamos respetar su dignidad correspondiendo incondicionalmente a su total entrega.
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domingo, 1 de abril de 2012

LUNES SANTO

Actualizado 1 abril 2012
Lunes Santo: amistad, amor, pobreza

MEDITACIÓN

El valor de la amistad

Uno de los valores que tenemos que cuidar con más esmero es la amistad. La amistad abre muchos corazo­nes a la confianza, al descanso, a la confidencia, a la seguridad. «La amistad es el puerto de la vida» (Demófilo), pues se convierte en un refugio seguro para nues­tros nobles ideales.




Debes buscar amigos. Debes tener amigos. Jesucris­to los tenía. En el Evangelio de hoy se nos recuerda algunas de las humanas y tiernísimas escenas de Cristo con sus amigos, Lázaro, Marta y María. Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa (Evangelio). ¡Qué des­canso supondría para Cristo aquellos ratos de amistad sincera! ¡Qué alegría en Lázaro, Marta y María al poder sentar a su mesa al Señor y servirle el plato de la casa cocinado con todo el cariño del mundo!

Es bonita la amistad. Es una virtud grandiosa. «¡Ami­gos! ¡Amistad! Esa virtud sola haría feliz a todo el gé­nero humano. Uno de los más grandes consuelos de esta vida es la amistad, y uno de los consuelos de la amistad es tener a quien confiar un secreto» (José Cadalso).

La amistad debe estar tejida por un amor de benevo­lencia, totalmente desinteresado, en el que se busca por todos los medios el bien del amigo. No nos amamos a nosotros en la persona amiga, amamos a la persona amiga a costa, muchas veces, de nuestro sacrificio. Nos alegra su alegría. Nos entristece su dolor. La espontá­nea consagración al servicio del amigo y el esfuerzo consiguiente para proporcionarle una felicidad sincera es el ideal de la amistad. La amistad, como diría Pitágoras nos identifica con el amigo en una igualdad armo­niosa.





La amistad exige reciprocidad, intercambio de cariño. En la amistad hay dos amores que se buscan y se co­rresponden. Es una comunión de almas que intentan ca­minar en la misma dirección sin perder la personalidad que los distingue. En la amistad se saborea el afecto, se sazona el trato con la gratitud que acompaña a las almas nobles.

En la amistad nace un cierto parentesco espiritual que culmina cuando se vive intensamente la filiación divina que convierte a los amigos en auténticos hermanos. No hay mejor amistad que la que está presidida por Dios, que es Amor.

Jesucristo nos acerca a Dios colocándonos en un pla­no de amistad. Es el mismo Señor el que no3 ofrece su amistad, pues ya no quiere llamarnos siervos sino ami­gos.

Así es la amistad. Así son los amigos. Un amigo fiel es una fortaleza, el que lo encontró ha encontrado un tesoro (Eclesiastés).



Los detalles del amor

El amor no es una simple palabra, un buen deseo o unas manifestaciones espectaculares. El amor no es un sentimiento de adolescente. El amor, el verdadero amor, no es algo que se esfuma ante la primera contrariedad. Ni es tampoco un impulso de grandes momentos que se consume con la primera heroicidad. Amar es querer el bien, contagiar felicidad, pasión por la dicha del otro. Amar es darse, no en los momentos estelares, sino en esos mil instantes que llenan humildemente un día cual­quiera. El amor está entretejido de detalles pequeños que mantiene encendida la llama que ilumina y calienta.




Fíjate en el Evangelio de hoy. María, la gran enamo­rada, toma una libra de perfume de nardo, auténtico y del caro, y con él ungió los pies de Jesús y se los en­jugó con su cabellera. ¿No es un emocionante detalle de cariño? María se desprende de algo que, si no es vital, tiene para ella —mujer siempre— su importancia. Es su perfume. ¡Quién sabe si fue a comprarlo exclusi­vamente para el Señor! Sí sabemos que era auténtico y de gran valor. Al Señor le conmovió aquel gesto de cariño.





En el amor, y muchos menos cuando se trata de Dios, no podemos ir con ramplonerías, mezquindades, tacañe­rías. ¡Qué miserables y ruines somos en nuestras ma­nifestaciones de cariño a Dios! En el fondo es puro egoísmo que nos lleva incluso a murmurar del que in­tenta hacer las cosas lo mejor que puede. Judas Isca­riote se recomía por dentro al ver la escena. No pudo aguantar más y, con una vergonzante hipocresía, dijo: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescien­tos denarios para dárselo a los pobres? Hay que tener poco corazón para regatear el detalle de amor que al­guien está teniendo con Dios. ¡Qué poco agradecimien­to, y qué poca humanidad la de Judas!

¿Y tú? ¿Qué tipo de amor es el que usas para con Dios? ¿El amor de los buenos deseos, de la religiosidad hipócrita, de la piedad hueca, de la limosna raquítica, del puro relumbrón, de la repugnante beatería? ¿Es que vamos a volver de nuevo al cristianismo de sacristía donde se lleva cuenta de todo con mentalidad pueble­rina, pero nunca se hace nada?

Los hay que se conforman con darle al Señor cual­quier cosa que les sobra, o simplemente nada, y enci­ma andan criticando en alta voz el que otros rompan sus frascos y ofrezcan, porque quieren, el mejor per­fume y tal vez el más costoso.

O el amor está hecho de detalles espirituales y ma­teriales, o no es amor. En Las mil y una noches se pre­gunta: ¿Sabe amar quien no lleva el amor más que en su lengua y aloja la indiferencia en su corazón?

Dile al Señor hoy con insistencia: «Dios mío, te amo, pero... ¡enséñame a amar!»[1].



Vivir la pobreza

El gesto de María Magdalena es detalle de exquisito espíritu de pobreza. La pobreza es virtud evangélica que se hace imprescindible para entrar en el Reino de los Cielos: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Son Bienaventurados, son santos, aquellos que tienen un corazón despegado de las cosas que le rodean. Son Bienaventurados los li­bres, los que no tienen ataduras que les impida volar. Son Bienaventurados los que, teniendo lo que tengan, sus manos están desatadas para romper el frasco de sus ilusiones y derramar a los pies del Señor todo su contenido.




La pobreza hay que saber vivirla. No hay que confundirla con la miseria, con la tacañería, con el abandono, con el desinterés. Es absurdo pensar que lo que Dios quiere es una pobreza absoluta de recursos para todos, porque sería ir contra el progreso material de la huma­nidad cuando El puso al hombre en la tierra para que la trabajase y la disfrutase. No quiere Dios la miseria, pero tampoco quiere el desagradable espectáculo de tantos Epulones que van a lo suyo sin mirar a nadie. «Padecer necesidad es algo que puede sucederle a cualquiera: pero saber padecerla es propio de las almas grandes. E igualmente, ¿quién no puede nadar en la abundancia? Pero saber abundar es propio de los que no se corrom­pen en la abundancia»[2].

Hay muchos modos de vivir la pobreza. És indudable que no se puede aplicar la pobreza franciscana a un padre de familia o a un empresario. Pero el espíritu es el mismo: servir a Dios y a los demás con la buena ad­ministración de lo que Dios nos ha confiado. Hay quien se escandaliza cuando se dedica al culto de Dios una construcción digna y artística o una joya preciosa. Y no se escandalizan de que los lugares de diversión y de comercio estén cada vez más lujosamente ornamenta­dos. Nos escandaliza que haya oro y plata consagrado a Dios, y no nos entra escrúpulos de reservarlo para nuestro adorno personal. Hay que vivir y exigir el espí­ritu de pobreza, pero para nosotros, no para Dios.





«Pobreza no es miseria, y mucho menos suciedad. En primer lugar, porque lo que define al cristiano no son tanto las condiciones exteriores de su existencia, cuan­to la actitud de su corazón. Pero además, y aquí nos acercamos a un punto muy importante del que depende una recta comprensión de la vocación laical, porque la pobreza no se define por la simple renuncia. En deter­minadas ocasiones el testimonio de pobreza que a los cristianos se pide puede ser el de abandonarlo todo, el de enfrentarse con un ambiente que no tiene otros ho­rizontes que los del bienestar material, proclamar así, con un gesto estentóreo, que nada es bueno si se lo pre­fiere a Dios. Pero ¿es ese el testimonio que de ordi­nario pide hoy la Iglesia? ¿No es verdad que exige que se dé también testimonio explícito de amor al mundo, de solidaridad con los hombres?»[3]. ¿Dónde está tu te­soro? Allí está tu corazón.

[1] Camino, n. 423

[2] San Agustín, De bono coniug, 21, 25

[3] Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 110



Juan Garcáia Inza
juan.garciainza@gmail.com