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sábado, 26 de marzo de 2011

TERCER DOMINGO DE CUARESMA. Ciclo A

Homilia para el tercer domingo de cuaresma





de Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, el Domingo, 20 de marzo de 2011 a las 17:01
Jesús nos da el agua viva
Apuntes de +Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, para la homilía del domingo 3° de Cuaresma, Jn 4,5-42), (27-3-2011).

I. “Si conocieras el don de Dios…”
1. Jesús, cansado del camino, se sienta junto al pozo de Jacob. Los discípulos van al pueblo a comprar de comer. Una mujer llega al pozo a buscar agua. Jesús le pide “dame de beber”. Ésta se sorprende de que un judío le pida tal favor a ella que es samaritana. Se entabla así un diálogo sorprendente: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva” (Jn 4,5-10).

2. Bajo su ropaje cotidiano, todo ser humano es un buscador de la felicidad. No hay hombre que no la busque. Estamos hechos para ella. Pero ¿dónde encontrarla? Cuántas veces la samaritana habrá ido al pozo por agua. Y siempre volvía a tener sed. Por eso Jesús pone de manifiesto la insatisfacción que provoca todo goce terreno, y revela la existencia de un agua viva y desbordante, capaz de saciar la sed para siempre: “El que beba de ésta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la vida eterna” (Jn 4,13-14).

II. Un camino progresivo hacia la fe en Jesús Salvador
3. Ante el relato del encuentro de la samaritana con Jesús (cf Jn 4,4-42), se imponen dos consideraciones. Jesús es quien toma la iniciativa. Él se anticipa a la mujer. Él comienza el diálogo y lo conduce. La mujer pone su parte: tiene sed, toma el cántaro, va al pozo donde está Jesús. Pero está cerrada a todo diálogo. Sin embargo, está abierta a la felicidad. Apenas Jesús rompe la frialdad del encuentro y sugiere que existe otra agua, la mujer se interesa: “Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed y, no necesite venir hasta aquí a sacarla” (v. 15). Gracias al diálogo con Jesús, la mujer va cambiando progresivamente. Primero, lo llama “judío” (v. 8). Luego, “señor” (v.15). Después, “profeta” (v. 19). Finalmente, “mesías” (v. 25.29). Y mediante el anuncio que ella hace a sus compaisanos y del encuentro con Jesús, estos profesan: “es verdaderamente el Salvador del mundo” (v.42).

III. El don del Espíritu Santo
4. El don de Dios, que dispensa Jesús, es inefable. El Nuevo Testamento lo expresa de múltiples maneras, entre las que se destaca “el don del Espíritu Santo”. Así, sobre todo, en San Lucas. En este Evangelio, Jesús nos enseña a pedir el don del Espíritu Santo (Lc 11,13). En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se constata que Dios da su Espíritu a todos los hombres que aceptan el Evangelio. A los discípulos sorprendidos de que Pedro hubiese bautizado a paganos, él les responde con el hecho irrefutable de la efusión sobre ellos del don del Espíritu Santo: “Si Dios les dio a ellos la misma gracia que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?». Después de escuchar estas palabras se tranquilizaron y alabaron a Dios, diciendo: «También a los paganos ha concedido Dios el don de la conversión que conduce a la Vida» (Hch 11,17-18; cf 2,38; 8,20; 10,45).

IV. ¿Pastoral maximalista? ¿minimalista?
5. El encuentro de Jesús con la samaritana, que desemboca en la profesión de fe de los samaritanos, nos orienta desde ya hacia la meta de la Cuaresma: la renovación de las promesas bautismales en la Vigilia Pascual. Esto impone una reflexión a dos niveles: personal y comunitario.
A nivel personal: nos referiremos al mismo en los próximos dos domingos, cuando hagamos nuestro el acto de fe del ciego de nacimiento y de Marta, la hermana de Lázaro. Hoy prefiero plantear un cuestionamiento a nivel comunitario, y, en particular, sobre el estilo pastoral en la Argentina.

6. En los años del Concilio e inmediatamente después, en algunos ambientes, cundió una tendencia pastoral que confundía la fe con la ilustración teológica de la misma. De allí la preparación minuciosa que se exigía para los sacramentos, en especial para el Bautismo, llegando a veces a despreciarse como superstición toda forma religiosa que no estuviese explícitamente engarzada en la Sagrada Escritura y en la Liturgia. Lo que podríamos llamar una “pastoral maximalista”. Posteriormente, y gracias a la exhortación Evangelii Nuntiandi (1975), de Pablo VI, se revaloró la piedad popular y la llamada pastoral popular. A treinta y seis años de dicha exhortación, ¿podemos decir que la pastoral popular es siempre conforme a aquellas orientaciones? ¿O tal vez la misma cae a veces en un minimalismo pastoral, despreocupado de ayudar al pueblo a crecer, reteniéndolo en un estado de fe embrionaria, fácilmente sometido al peligro de la superstición, y a caer víctima de las sectas?

Una pastoral seria, según el Espíritu de Jesús
7. El estilo pastoral de Jesús, puesto de manifiesto en el trato con la samaritana, muestra que es posible una pastoral seria, ni maximalista ni minimalista, que, partiendo desde el estado en que se encuentra la gente, la vaya llevando gradualmente a una expresión madura de la fe en Jesús, el Hijo de Dios, y a un compromiso serio de vida cristiana. ¿Estamos en esto los pastores y catequistas?
(Parroquia Ntra. Sra. de la Candelaria)

sábado, 19 de marzo de 2011

SEGUNDO DOMINGO DE CUAREMA

HOJA PARROQUIA DE LOS RECTORES
Segundo Domingo de Cuaresma
Escritura:
Génesis 12, 1-4; 2 Timoteo 1, 8-10; Mateo 17, 1-9



EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña más alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una par ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y tocándolos les dijo: -Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cunado bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
-No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

COMENTARIO
TRANSFIGURACIÓN. LA CIRUGÍA DE DIOS.
EL VIEJO ÁRBOL
Henri Nouwen dedicó su vida a la enseñanza y a los pobres en la Fundación El Arca.
No escribió novelas, sí escribió muchos libros de espiritualidad que han alimentado a muchas personas.
El Regreso del Hijo Pródigo, Puedes beber este cáliz, Semillas de Esperanza…son algunos títulos de su reflexión sobre el evangelio y el ser cristiano.
En su libro Sobre la Soledad nos dice que: “en la soledad caemos en la cuenta de que nuestro valor no es lo mismo que nuestra utilidad” y narra la historia del viejo árbol.
Un carpintero y su aprendiz paseaban un día por el bosque. Contemplaron un roble alto, enorme, lleno de nudos, viejo y muy hermoso.
El carpintero le preguntó a su aprendiz: ¿sabes por qué es este roble tan gigantesco y tan hermoso?
No sé, le contestó. ¿Por qué?
Porque no sirve para nada. Si hubiera sido útil hace mucho tiempo que habría sido cortado para hacer sillas y mesas, pero como no sirve para nada se ha hecho viejo para que te sientes a su sombra y descanses.
Vivimos tan obsesionados por nuestra utilidad, por lo mucho que valemos, por la consideración social, que pensamos que sólo somos lo que hacemos.
Y la pregunta obvia cuando saludamos a alguien es saber a qué se dedica esa persona, nos interesa lo que hace, lo que tiene…todo lo demás se nos antoja no esencial.
El evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos narra la Transfiguración de Jesús, escena de película que tiene lugar en la cima de la montaña.
“Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”.
Transfigurarse o transformarse por fuera es un fenómeno que sucede todos los días.
Las ciudades se transfiguran, se hacen más hermosas, se iluminan los monumentos, se crean muchas zonas verdes, se multiplican los centros de ocio, se limpian las fachadas…Luz y sonido como en el Tabor.
Las personas también se transfiguran: maquillajes, cirugías estéticas, trajes de fiesta…Máscaras que ocultan el vacío interior.
Transfiguraciones externas, siempre posibles, siempre deseadas. Todos queremos impresionar a los demás y ganarnos su aprobación.
Jesús el día de su Transfiguración tenía un aspecto diferente y sorprendente.
Jesús estaba de fiesta, la fiesta de la oración en la soledad de la montaña.
ESCUCHAR. “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”.
BAJAR. Que bien se está aquí, dice Pedro atolondrado. Hay que bajar del Tabor, hay que dejar el área de descanso, la religión y nadar a contra corriente en las aguas turbulentas de la sociedad. Bajar con el rostro de cada día, pero con el espíritu alimentado y el corazón transformado.



RELATO PARA PENSAR
Un niño negro contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria, el cual era, evidentemente, un excelente vendedor. En un determinado momento soltó un globo rojo, que se elevó por los aires atrayendo a una multitud de posibles jóvenes clientes.
Luego soltó un globo azul, después uno amarillo, a continuación un globo blanco… Todos ellos remontaron el vuelo hacia el cielo hasta que desaparecieron. El niño negro, sin embargo, no dejaba de mirar un globo negro que el vendedor no soltaba en ningún momento. Finalmente, le preguntó: “Señor, si soltara usted el globo negro, subiría tan alto como los demás?”
El vendedor sonrió comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro, y mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: “No es el color lo que hace subir, hijo. Es lo que hay dentro.”

Esta Semana

El Jueves rezamos al terminar la Misa la Coronilla de la Divina Misericordia.
El Viernes haremos el ejercicio del Vía Crucis al terminar la Misa

sábado, 12 de marzo de 2011

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

Con Jesús en el desierto

(Por su interés reproducimos la Homilía del P. Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, para este Domingo)


Concentrémonos en la frase inicial del Evangelio: «El Espíritu empujó a Jesús al desierto». Contiene un llamamiento importante en el inicio de la Cuaresma. Jesús acababa de recibir, en el Jordán, la investidura mesiánica para llevar la buena nueva a los pobres, sanar los corazones afligidos, predicar el reino. Pero no se apresura a hacer ninguna de estas cosas. Al contrario, obedeciendo a un impulso del Espíritu Santo, se retira al desierto donde permanece cuarenta días, ayunando, orando, meditando, luchando. Todo esto en profunda soledad y silencio.

Ha habido en la historia legiones de hombres y mujeres que han elegido imitar a este Jesús que se retira al desierto. En Oriente, empezando por san Antonio Abad, se retiraban a los desiertos de Egipto o de Palestina; en Occidente, donde no había desierto de arena, se retiraban a lugares solitarios, montes y valles remotos.

Pero la invitación a seguir a Jesús en el desierto se dirige a todos. Los monjes y los ermitaños eligieron un espacio de desierto; nosotros debemos elegir al menos un tiempo de desierto. Pasar un tiempo de desierto significa hacer un poco de vacío y de silencio en torno a nosotros, reencontrar el camino de nuestro corazón, sustraerse al alboroto y a los apremios exteriores para entrar en contacto con las fuentes más profundas de nuestro ser.

Bien vivida, la Cuaresma es una especie de cura de desintoxicación del alma. De hecho no existe sólo la contaminación de óxido de carbono; existe también la contaminación acústica y luminosa. Todos estamos un poco ebrios de jaleo y de exterioridad. El hombre envía sus sondas hasta la periferia del sistema solar, pero ignora, la mayoría de las veces, lo que existe en su propio corazón. Evadirse, distraerse, divertirse: son palabras que indican salir de sí mismo, sustraerse a la realidad. Hay espectáculos «de evasión» (la TV los propina en avalancha), literatura «de evasión». Son llamados, significativamente, fiction, ficción. Preferimos vivir en la ficción que en la realidad. Hoy se habla mucho de «alienígenas», pero alienígenas, o alienados, lo estamos ya por nuestra cuenta en nuestro propio planeta, sin necesidad de que vengan otros de fuera.

Los jóvenes son los más expuestos a esta embriaguez de estruendo. «Que se aumente el trabajo de estos hombres –decía de los hebreos el faraón a sus ministros-- para que estén ocupados en él, de forma que no presten oído a las palabras de Moisés y no piensen en sustraerse de la esclavitud» (Ex 5, 9). Los «faraones» de hoy dicen, de modo tácito pero no menos perentorio: «Que se aumente el alboroto sobre estos jóvenes, que les aturda, para que no piensen, no decidan por su cuenta, sino que sigan la moda, compren lo que queremos nosotros, consuman los productos que decimos nosotros».

¿Qué hacer? Al no podernos ir a desierto hay que hacer un poco de desierto dentro de nosotros. San Francisco de Asís nos da, al respecto, una sugerencia práctica. «Tenemos --decía-- una ermita siempre con nosotros; allí donde vayamos y cada vez que lo queramos podemos encerrarnos en ella como ermitaños. ¡El eremitorio es nuestro cuerpo y el alma es la ermita que habita dentro!». En este eremitorio «portátil» podemos entrar, sin saltar a la vista de nadie, hasta mientras viajamos en un autobús concurridísimo. Todo consiste en saber «volver a entrar en uno mismo» cada tanto.

¡Que el Espíritu que «empujó a Jesús al desierto» nos lleve también a nosotros, nos asista en la lucha contra el mal y nos prepare a celebrar la Pascua renovados en el espíritu!





Juan García Inza

sábado, 5 de marzo de 2011

DOMINGO 9º DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C




Quien cumple las enseñanzas de Jesús edifica su vida sobre el sólido fundamento de una roca. Esta imagen recorre toda la Sagrada Escritura. Yahvé-Dios es la Piedra o Roca de Israel. De ella brotó el agua cuando los israelitas atravesaban el desierto y ella misma es Cristo, piedra angular, agua viva y fuente de vida eterna. Pero la piedra angular puede convertirse piedra de escándalo y ser desechada por los que intentan construir un mundo sin Dios.

La piedra, que es Cristo (cf 1 Cor 10), es la seguridad en las tormentas y vendavales de las pasiones humanas. Nosotros acertaremos en esta vida cuando edifiquemos con el Señor la casa común y la propia vida en la Iglesia. Para ello es preciso abandonar ese modo egoísta –necio, lo llama el Señor- de enfocar las cosas que se deslumbra con el inmenso y, a veces, maravilloso poder técnico, porque eso es construir sobre arena. ¿No vemos a nuestro alrededor personas destrozadas interiormente, destruidas, como esa casa edificada sobre arena de la que nos habla Jesús al final del Sermón del Monte?

“Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad. Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según El desea, a golpe de martillo y de cincel. No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. Sufriremos más e inútilmente, y, en lugar de la piedra pulida y dispuesta para edificar, seremos un montón informe de grava que pisarán las gentes con desprecio” (San Josemaría Escrivá).

Jesucristo es la piedra angular de la Iglesia y de cada uno de nosotros, sin ella todo se viene abajo. Trabajos, intereses, amores, negocios, proyectos, diversiones…; en una palabra: la vida entera, adquiere un sentido cuando vivimos como discípulos de Cristo. Supondría una equivocación grave aparcar nuestra condición de cristianos si, a la hora de ejercer un trabajo, de emprender un negocio, de elegir un espectáculo, un lugar para las vacaciones, etc., tan sólo pensáramos en las ventajas económicas o de otro signo y no tuviéramos en cuenta si eso es bueno o malo, lícito o no. Si en nuestras actuaciones no están presentes las enseñanzas de Jesucristo, el vendaval y los estragos del tiempo se encargarán de arruinar todos esos proyectos.

En la Primera Lectura de la Misa de hoy hemos leído: “Meteos mis palabras en el corazón y en el alma”. El cristiano que se apoya en la piedra angular, que es Cristo, tiene su modo de ver el mundo y una escala de valores que le permite ser libre frente a los cantos de sirena de vientos y ríos salidos de madre, porque “donde está el espíritu del Señor allí está la libertad” (2 Cor 3, 17).

El Concilio Vaticano II, afirma que: “La Iglesia… cree que la clave, el centro y la finalidad de toda la historia humana se encuentra en su Señor y Maestro” (G. S. 10). Con el Salmo Responsorial, podemos acudir a Dios diciéndole: “Sé la roca de mi refugio, Señor”.
Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva