Este Blog pretende ser un instrumento al servicio de la Parroquia, para información y formación de los visitantes

viernes, 29 de junio de 2012


FORO CULTURAL
“DIVINA MISERICORDIA”
Mar Menor
Una puerta abierta a la formación cristiana sobre el
MATRIMONIO Y LA FAMILIA

Sesión inaugural el 27 de Julio a las 9 de la noche
Lugar: Residencia religiosas Franciscanas de la Purísima de Lo Pagán

Orden de intervenciones:

Presentación del Foro Cultural y de la Conferenciante

      +  D. Juan García Inza, Juez Diocesano del Tribunal Eclesiástico de la Diócesis de Cartagena.

Conferencia:

      +  Dª Ana García-Pagán Zamora, Letrada matrimonialista del Tribunal de la Rota de Madrid, y del Tribunal Eclesiástico de la Diócesis de Cartagena.
         Tema de la Conferencia:

LA FAMILIA, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

Al finalizar la Conferencia habrá un tiempo de coloquio sobre el tema, en el que pueden intervenir los asistentes.

domingo, 17 de junio de 2012

CARTA A LA HUMANIDAD QUE SUFRE: A MI AMIGO JOSÉ

Actualizado 14 junio 2012 Cartas a la humanidad doliente: a mi amigo José En esta humanidad que componemos entre todos, hay un abanico de situaciones en las que estamos encuadrados. Los hay que parece no tener problemas y viven a lo grande. Y a un sector muy amplio, yo diría que la mayoría, le toca llevar sobre sus hombros la cruz más dolorosa. En este amplio grupo están los enfermos, los que perdieron la salud y se debaten en situaciones duras. Y uno cae en la cuenta de ello cuando el sufrimiento se instala en tu vida, te pasa rozando, o sencillamente compartes por caridad el dolor junto a la cama de un enfermo, en su casa o en un hospital. Y es ahí donde la vida muestra su verdadera cara. Quiero dedicar una serie de cartas a estos hermanos nuestros que navegan un poco escorados por ese mar de la vida diaria, y que sólo piden la limosna de una palabra de aliento, una sonrisa sincera, un soplo de aire para mantener el rumbo y llegar a buen puerto Y hoy le escribo esta carta a José, un enfermo que conocí hace años y que me dio la gran lección de cómo hay que santificar el dolor. Amigo José: Hace tiempo que no sé nada de ti. Mi corazón me sugiere que estás en el cielo. Y es que si tú no estás en el cielo nadie puede ir a él. Recuerdo los ratos que pasábamos cuando te llevaba la Comunión. Hablábamos, rezábamos, nos reíamos… Cuando pienso en ti lo primero que se me presenta con nitidez es tu sonrisa. Una sonrisa permanente que llenaba toda tu cara, y envolvía la habitación con un aroma cargado de frescura. Estabas ya un tiempo en una silla de ruedas, y podías salir de tu habitación. Pero tu cuerpo cada vez iba perdiendo energía, fuerza para moverte, y te fuiste quedando empotrado en la cama que llenaba el rincón de aquella pequeña habitación. Muchos ratos de soledad humana, que no divina, te hacían comprender mejor el valor de la amistad. No se oían ruidos en tu habitación, y me decías que estabas esperando que fuera el medio día para escuchar las voces de los chicos que salían del Instituto para ir a sus casas, y pasaban bajo tu ventana hablando con la jovialidad propia de los años. Te enterabas de algunas cosas, y los encomendabas a Dios. Tu familia hacía lo que podía en los ratos libres que les dejaba el trabajo. Algunos amigos, de aquel grupo parroquial, iban de vez en cuando a verte. Y tú me lo contabas todo cuando te visitaba, con un gozo que solo tienen las almas llenas de Dios. La enfermedad fue avanzando, y un día me diste la noticia de que debían amputarte un pié debido a los estragos de la diabetes. Fue muy doloroso aquel trance, pero me decías que se puede vivir bien con un solo pié. Lo que pasó es que al cabo de poco tiempo también te amputaron el otro pié. ¡Qué pena daba verte! Pero tú decías sonriendo que con los muñones podías valerte en la cama. Recibías la Comunión con hambre de Dios. Confesabas casi sin pecados. Orabas a todas horas. Y seguías esperando el medio día para escuchar las alegres conversaciones de los jóvenes que pasaban cerca de tu ventana camino de sus casas. Pensé muchas veces que el mundo y la Iglesia alimentan su esperanza con gente como tú, que saben sufrir con amor. Y a mí me daba un poco de envidia tanta fe. Y pensaba que nos quejamos por casi nada, de vicio, sin pensar en los que sufren casi todo sin hacer ruido. Tengo que decirte que hiciste mucho bien a mi vida sacerdotal. Pensé que vale la pena ofrecerse a Dios para poder atender a personas como tú. Y es que los enfermos sois, junto con la Eucaristía, el gran tesoro que tiene la Iglesia. Te fuiste deteriorando, pero un día yo me marché a otro lugar y ya no supe nada de ti. Estoy seguro que estás con Dios. Esta carta es de agradecimiento y de súplica: pide al Señor y a la Virgen que los humanos tengamos corazón y podamos sintonizar con los que os ha tocado la parte dura de la vida. Estoy seguro que la humanidad sería más feliz si contemplara como sufren personas como tú, dando el aliento que os queda, sigilosamente, para que los demás podamos vivir en paz. Amigo José, estoy seguro que allí donde te encuentres, tu alma, ya sin necesidad de pies y manos, estará corriendo buscando a quien poder llevar un poco de alivio con tu sonrisa. Pide por nosotros. Pide por esos jóvenes que siguen pasando por debajo de tu ventana camino de sus casas, para que no pierdan la alegría de vivir con Dios. Que esta humanidad nuestra descubra el verdadero secreto de la felicidad, escondido en corazones como el tuyo que aprendieron la lección del amor directamente de un Dios presente en sus vidas. El pequeño espacio de tu habitación se convirtió, como ocurre en tantos lugares de sufrimiento, en una enorme aula espiritual desde donde se impartía, y se sigue impartiendo, la sublime asignatura del viacrucis de la luz y la alegría. Un saludo, y hasta cada día en el Señor. Juan García Inza

CARTA A LA HUMANIDAD QUE SUFRE: ALOS ENFERMOS MENTALES

Actualizado 16 junio 2012 Carta a la humanidad que sufre: los enfermos mentales Hay un sector de la humanidad que sufre una de las enfermedades más crueles, las que afectan directamente a la personalidad del ser humano que no puede ejercer adecuadamente sus facultades mentales. Dios ha pensado en el hombre como imagen suya: con inteligencia y voluntad. Pero a veces los “renglones de Dios” se tuercen por esos caprichos tontos de la naturaleza, y las cosas no salen a Su gusto. Y no es que a Dios se le vaya la mano y le salga una “pieza” mal, ni menos aún que castigue a nadie “retorciendo el modelo”. Sencillamente que la naturaleza, con sus leyes propias, y sometida a los vaivenes impredecibles de la física y la química, no siempre llevan las complejas obras a la perfección final apetecida por todos. Y así ocurre con los enfermos mentales. Y quiero dedicar esta carta precisamente a un grupo numeroso de estos enfermos que un día tuve la oportunidad de visitar en un importante hospital psiquiátrico de Cataluña. Este centro está regido por los Hermanos de San Juan de Dios. Por ser sobrino de uno de estos religiosos me invitaron a visitar el pabellón de los enfermos en situación extrema. Era yo muy joven, y no me podía imaginar hasta que limite de degradación puede llegar la naturaleza humana. Ellos no leerán jamás esta carta, pero al menos que sirva de alivio y toque de atención a los que nos consideramos cuerdos o, como dice el chascarrillo, “los externos” que deambulamos por la calle, porque hay mucho enfermo mental correteando por la vida y haciendo daño por falta de cordura. Amigos enfermos mentales: Fuisteis para mí un shock muy fuerte. Erais más de cien en aquel triste pabellón de color gris, con ventanas muy altas, y sin apenas muebles. No había color en aquella estancia. Os puedo decir que me dio miedo entrar por aquel pasillo en donde muchos estabais apoyados en la pared como muertos vivientes. Caras deformadas por la esquizofrenia aguda, que parecían dispuestos a la acción loca de quien no sabe lo que hace. A mi lado iba un religioso al que respetaban al máximo, y con él me sentía seguro. Me di cuenta que erais tratados con cariño, con un amor que no espera respuesta. Se oían gritos y lamentos. Muchos estabais con las manos atadas para evitar agresiones. Cuando llegué al patio de aquel pabellón no podía creer lo que vi. No quiero describirlo para no herir sensibilades. Erais como los condenados a una muerte que parecía más justa que la vida. No era humano lo que estaba viendo, pero erais personas con alma, con toda la dignidad de los hijos de Dios. Y el espectáculo había que contemplarlo con fe, con mucha fe si querías entender algo. Y recordé en un instante aquellos dementes que esperaban la curación de manos de Jesucristo. ¿No podría hacer Dios un milagro con vosotros?, me pregunté. Podría sin lugar a dudas, pero Dios respeta a la naturaleza, que muchas veces rompe la armonía a la que está llamada. Y El mira más al fondo de la persona. Todos tenías un alma destinada a la eternidad. Ese cuerpo algún día desaparecería dejando de sufrir, y el alma, cargada de méritos, iría a gozar junto a Dios para siempre. Me dijeron que muchas de esas enfermedades son fruto de abusos en la vida. Y es cierto, la materia se venga, por decirlo así, del individuo que no sabe respetarla. Y encima queremos endosar a Dios la culpa. Y todo ello me hizo pensar, y replantearme el futuro. Creo que fue allí, ante aquellas piltrafas humanas que erais vosotros, donde me replantee mi visión de la vida, y que valdría la pena hacer más por los que sufren sin saber por qué. No estuve mucho tiempo en aquel pabellón de los horrores, pero sí lo suficiente para valorar mucho más la cordura y darle gracias a Dios por lo que me permitía disfrutar de la vida. Quedé admirado de aquellos religiosos invierten toda su existencia a servir, por amor, a personas que nunca sabrán agradecerlo por su demencia. Y comprendí lo importante que son las obras de misericordia, y el valor de una vida invertida en intentar hacer felices a los demás. No sé si vosotros llegasteis a conocer la felicidad, pero al menos no sufristeis nunca en aquel lugar el desprecio que tal vez la sociedad, incluso la misma familia, os propinó. Gracias por la lección que aprendí para toda la vida. Necesitamos de otro tipo de locos que se lancen a la aventura de una entrega sin intereses creados, con el único motivo de servir por caridad. Traigo aquí esta hermosa oración que un día compuso L J. Lebret, y que no estaría de más rezarla de vez en cuando: DANOS LOCOS, SEÑOR ¡Oh Dios!, envíanos locos, de los que se comprometen a fondo, de los que se olvidan de sí mismos, de los que aman con algo más que con palabras, de los que entregan su vida de verdad y hasta el fin. DANOS LOCOS, SEÑOR, DANOS LOCOS. Danos locos, chiflados, apasionados, hombres capaces de dar el salto hacia la inseguridad, hacia la incertidumbre sorprendente de la pobreza. DANOS LOCOS, SEÑOR, DANOS LOCOS. Danos locos, que acepten diluirse en la masa sin pretensiones de erigirse en escabel, que no utilicen su superioridad en su provecho. DANOS LOCOS, SEÑOR, DANOS LOCOS. Danos locos del presente, enamorados de una forma de vida sencilla, liberadores eficientes del necesitado, amantes de la paz, puros de conciencia, resueltos a nunca traicionar, libres y obedientes, espontáneos y tenaces, dulces y fuertes. DANOS LOCOS, SEÑOR, DANOS LOCOS. www.youtube.com/watch Juan García Inza juan.garciainza@gmail.com