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sábado, 20 de junio de 2009

DOMINGO 12º DEL TIEMPO ORDINARIO


Tempestad calmada
La familia, como la Iglesia, va navegando en una barca por este mar de nuestro mundo tan complicado. No siempre hay calma en la convivencia. Es frecuente, y diríamos normal, que surjan ciertos oleajes, o incluso tempestades, que perturban la armonía que debe haber en un hogar. La familia, pequeña Iglesia, debe ser una comunidad de vida y amor. Pero para que sea así hay que luchar todos los días, y poner en juego las virtudes humanas y sobrenaturales que ayuden a superar las contrariedades y defectos que todos tenemos.
Es frecuente hoy que el mar se alborote más de la cuenta, y muchas veces suele ser por culpa de los que forman la misma comunidad familiar. No es raro que provoquemos una tempestad en un vaso de agua, y parece que todo se viene abajo, que la barca se hunde, que la historia se acaba. Y surge el miedo, el terror, la irritación, la violencia, el mal humor, la incomprensión… Y empiezan las quejas, y las inculpaciones mutuas, y la paz se pierde. Y parece que Cristo está dormido, y no se entera del problema. Y podemos incluso llegar a increparle como los apóstoles: ¿Es que no te importa que perezcamos? Pero está pendiente de todo. Y aunque parezca dormido conoce bien la situación. Al final pondrá calma en el ambiente, pero nos dirá después: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Este el origen de muchos problemas matrimoniales que terminan rompiendo la unidad. Hay mucha cobardía para afrontar en serio los conflictos, y hay mucha falta de fe para enfocar la vida desde Dios. Las máximas y los valores que ofrece la vida ya los conocemos. Pero, ¿es que Dios no cuenta para nada? ¿No es Él quien ha instituido el matrimonio, y nos ofrece su gracia, su perdón, sus normas para el buen funcionamiento de la persona y de la familia? Si a Dios lo echamos de casa, le cerramos las puertas, no le llamamos, la tempestad termina hundiendo la barca…Y al final pagan justos por pecadores.
Jesucristo es el Centro del mundo, de la historia, y de la vida de todos los hombres; y su único Salvador. Sólo en Él está nuestra salvación, sin más ofertas engañosas. La Persona de Jesucristo, Hijo de Dios y verdadero hombre entre los hombres es, por ello, el centro y la síntesis de la fe cristiana. En él encontramos el programa de la Iglesia y de la familia cristiana, "iglesia doméstica". En consecuencia no hay que inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la tradición viva; se centra en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en él la vida trinitaria y transformar en él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celestial. Es un programa que no cambia al modificarse los tiempos y las culturas, aunque los tiene en cuenta para un verdadero diálogo y comunicación eficaz.
El conocimiento de Jesucristo nace y crece, sobre todo, mediante el encuentro con su Palabra en la escucha y lectura del Evangelio, la participación en la vida, sobre todo en la Eucaristía, el trato en la oración personal y comunitaria, y el servicio y preocupación por los pobres y necesitados. Este conocimiento lleva al amor a su Persona y a practicar el mandamiento del amor al prójimo, que él nos dio como distintivo y que es el comienzo de toda imitación de su vida.
• ¿Se puede amar a Jesús sin conocer su vida y doctrina?
• ¿Cómo pueden los padres hacer cercanas a sus hijos la vida y enseñanza de Jesús?
• ¿Cómo hacer descubrir a los hijos que Cristo vive entre nosotros, aunque ya está gozando de Dios en la gloria del Padre?
Compromisos.
Oración por la familia: Padre de bondad y Dios de todo consuelo, que tanto amaste al mundo que le diste a tu Hijo Unigénito: haz que las familias cristianas sepan presentárselo a sus hijos como el camino que nos lleva hasta ti. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Juan García Inza

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