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jueves, 29 de marzo de 2012

SEMANA SANTA: ORAR JUNTOS CON EL CORAZÓN

Actualizado 28 marzo 2012
Semana Santa: Orar juntos con el corazón



La Semana Santa no es, no debe ser, como cualquier semana del año. Y no lo digo porque haya unas vacaciones y unas procesiones. En la Semana Santa celebramos los grandes Misterios de la Vida del Señor, los Misterios Dolorosos y Gloriosos.

Y esta Semana, o es una semana de oración, o no es nada. Por esta razón he pensado ofrecer unas pautas que sirvan de reflexión para valorar lo que debe ser una familia cristiana: una Comunidad de vida y amor en donde se ore juntos.

Me sirvo de la valiosa aportación que nos dejó el Padre Slavko, fraile franciscano experto en vida interior, que perdió su vida cuando terminaba con un grupo de peregrinos el Vía Crucis en la cima del monte Krizevac (Monte de la Cruz) en Medjugorje. He visitado muchas veces su sepultura, que siempre está acompañada de fieles que oran, y adornada cada día con flores frescas.





Entre sus muchos libros, hay uno que tiene para mí un valor especial. Se titula “Oren juntos con un corazón gozoso” (Editado por Informativni Centar "Mir" Medjugorje, año 2002). De él tomo lo que expongo en este post.


Meditar, y poner en práctica sus enseñanzas, es el mejor homenaje que se le puede hacer a un hombre de Dios que guió a muchos grupos de oración.

Estas son sus palabras:



Muchas personas a menudo me preguntan: ¿Qué es un grupo de oración y cómo hay que guiarlo? He dado res­puestas de diversos géneros con las cuales he pretendido ayudar a los peregrinos a poner en práctica su buena vo­luntad y resolución.
"Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre ce­lestial se lo concederá; porque donde dos o tres s reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos." (Mateo 18, 19-20)
He aquí que ya desde un punto de vista bíblico, la oración en común tiene una fuerza especial.



Si somos conscientes de que la oración es un diálogo con Dios, al mismo tiempo es necesario saber que ésta posee un vocabulario, una gramática y un contenido propios en los cuales, como en cualquier otro idioma, es necesario ejer­citarse bien.
Cuando aprendemos una lengua extranjera y queremos dominarla, debemos hablarla también con otros, porque sin este diálogo no es posible aprenderla. Pero para poder hablar con otros hay que ejercitarse y estudiar las palabras y la gramática.
Lo mismo se aplica también a la oración. A fin de que el hombre aprenda a orar bien debe orar con otros pero, para poder orar con otros, debe hacerlo también solo. La oración personal es la condición esencial para la oración en común y ésta última ayuda al hombre a orar solo.
Quien ora únicamente cuando está con otros, no puede crecer en la oración y quien no participa en la oración en común, solo y alejado de los demás, corre el peligro de aprender jamás a orar correctamente.
La familia es el primer grupo de oración. Los padres de­ben orar con los hijos y los hijos con los padres. Así como es imposible concebir una familia en la que no se dialoga, de la misma manera es imposible concebir una familia cris­tiana sin la oración en común. Esto es igual de importante para los padres como para los hijos.
La Madre Teresa decía: "¡La familia que ora permanece unida y la familia que permanece unida crece en el amor!"
Desde un punto de vista educativo es importante que los hijos vean orar a sus padres y que aprendan a orar con ellos. Todos sabemos que en el crecimiento de un niño hay una fase en la que él ve a su propio padre como el individuo más inteligente y más fuerte del mundo y esto es importante para el su desarrollo personal. Pero cuando ve que su papá une sus manos y ora, comprende, aún cuando no sea de manera consciente, que existe Alguien que es más alto, que es más fuerte, más inteligente y más rico que su papá. De este modo, el corazón y el alma del niño se abren a una ex­periencia sobrenatural y se preparan al encuentro con Dios Padre que es omnipotente y trasciende a cualquier criatura humana. Y también es muy importante que los padres oren junto con sus hijos, que el papá sea activo en la oración y que en la familia se ore de manera regular.
Si los padres no oran con sus hijos, será difícil esperar que los hijos lo hagan después.

Hoy, cuando se oye decir que lo jóvenes no oran, esto es una triste indicación de que los padres no han llevado una vida de oración. Durante el crecimiento de los chicos se manifiesta una crisis de oración y esto es totalmente normal, porque las crisis son situaciones ligadas al crecimiento y en este ámbito ellos deben elegir la oración personal y el encuentro personal con Dios. Esta etapa puede durar bas­tante tiempo, pero ahí donde los padres oran con los hijos, los hijos son capaces de superar cualquier crisis y se con­vierten en creyentes más maduros.
Todas las familias deben orar en todo tiempo, indepen­dientemente de la edad de los hijos. Y es que ellos compren­den las cosas y los acontecimientos y perciben las situa­ciones familiares aún antes de nacer. Aún cuando no entien­dan de qué se trata y no puedan mantenerse quietos a la ho­ra de orar, hay que enseñarles a respetar este momento.

Quien ora en familia logra también insertarse más fácil­mente en un grupo de oración. Los grupos de oración son esenciales para el crecimiento en la fe de los niños y los jó­venes. Sería muy peligroso que los padres no permitieran a sus hijos reunirse con sus propios amigos y compañeros de su edad fuera de casa. De ese modo estarían obstaculizando su sano desarrollo y no los prepararían para su ingreso en la vida. Asimismo sería peligroso para el desarrollo de los hijos en la fe, si no participan en un grupo de oración fuera de la propia familia.

Así pues, es esencial que las familias se reúnan a orar con los hijos. No importa que sean pequeños porque es im­portante que ellos vean como la familia y ellos como niños oran juntos amigablemente. Si una familia no visitara a otra en compañía de sus hijos, los privaría de una experiencia vital para su crecimiento. De igual modo, una familia que no visita a otra para reunirse a orar, pone en riesgo el creci­miento en la fe de sus propios hijos.

Mientras los padres oran, si los niños son pequeños debe permitírseles jugar porque de todos modos se tratará siempre de una importante experiencia religiosa para ellos.

A la pregunta general de cómo orar y cómo guiar un grupo de oración, hay que responder recalcando sobre todo que el grupo de oración es un grupo de amigos. Nadie de nosotros pregunta cómo hay que encontrarse con un grupo de amigos, porque todos lo sabemos bien. Con los amigos se habla, se canta, se escucha, se llora, se ríe y se goza, se­gún las circunstancias. Hay que concebir al grupo de oración del mismo modo. Se trata de amigos que se reúnen porque son creyentes y de creyentes que se reúnen porque son ami­gos. El encuentro de oración tomará forma de acuerdo con el estado de ánimo de los participantes. Por un lado es una expresión del estado interior del individuo, pero por el otro, debe ser conducido e inspirado por la Palabra de Dios.
De ahí la importancia de que en cada grupo de oración los fieles expresen su condición real y encuentren una respuesta y una ayuda a la situación existencial personal.



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Hasta aquí la exposición del primer capítulo de este manual de “orar con el corazón”. Como decíamos, la Semana Santa es una buena ocasión para que la familia ejerza esa invitación que el Señor nos hace: “Orad siempre, y no cansaros… Cuando dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo entre ellos…” Y a los tres apóstoles que le acompañaban en el Huerto de los Olivos, les recriminó su sueño diciéndoles: “¿No habéis podido velar con migo una hora...?
Semana Santa: un tiempo para orar juntos con el corazón

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com

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