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sábado, 4 de junio de 2011

FIESTA DE LA ASCENSIÓN

Vosotros sois testigos de esto

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Celebramos la Ascensión del Señor, domingo anterior a la fiesta de Pentecostés, son acontecimientos muy importantes, que la Iglesia los celebra con solemnidad. Estos dos momentos históricos del cristianismo nos hablan de nuestro destino final: ir al Padre como Jesús, y de la fundación y misión de nuestra Iglesia Católica.




Los evangelistas describen al final de los evangelios y al principio del libro de los Hechos de los Apóstoles, que Jesús "fue elevado al cielo", por lo que los cristianos repetimos en nuestro Credo:

"Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre". Esta afirmación es un modo de hablar para decir que Jesús se fue al Padre, llevando consigo su naturaleza humana. La ida de Jesús al Padre constituyó nuestro cielo.

Jesús, al ir al Padre, no entra en un lugar, sino en una nueva dimensión, en donde no tienen sentido nuestras expresiones: arriba, abajo, subir, bajar… Ir al cielo significa, ir a Dios. En el cielo, iremos a unirnos al cuerpo de Cristo resucitado todos los que aceptamos su salvación.

Según la narración de San Lucas, la Iglesia celebra la Ascensión del Señor a los cuarenta días de su resurrección. Esta fiesta está dentro del tiempo pascual que consta de cincuenta días y concluye con la Venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. (Cf. Lc 24, 49-53; Hch 1, 3-11; 2, 1-41) La fiesta de la Ascensión no nos habla de un alejamiento de Cristo, sino de su glorificación en el Padre. Su cuerpo humano adquiere la gloria y las propiedades de Dios antes de encarnarse. Con la Ascensión, Cristo se ha acercado más a nosotros, con la misma cercanía de Dios. Es también una fiesta de esperanza, pues con Cristo una parte de nuestra humanidad, está con Dios. Con él, todos nosotros hemos subido al Padre en la esperanza y en la promesa. En la Ascensión celebramos la subida de Cristo al Padre y nuestra futura ascensión con él. Al celebrar el misterio de la Ascensión del Señor, recuerda que EL CIELO ES NUESTRA META y que la vida terrena es el camino para conseguirla.



El cielo es el abrazo de Dios, como al hijo pródigo su padre al volver a casa. Cuentan que un matrimonio que no creía en Dios tenía una hija que tampoco la educaron en cristiano. Los padres discutían con frecuencia. Cuando la niña tenía cinco años presenció la muerte de sus padres en un accidente de coche, del cual ella se salvó. Fue adoptada por una familia cristiana, que al comenzar el curso la llevó a un colegio de religiosas. Estos padres adoptivos le encargaron a una de las monjas que le enseñara quien era Dios, porque la niña no lo sabía. Al comenzar la primera clase de religión, la profesora enseñó a todas las niñas un cuadro de Jesús y preguntó: “¿Sabéis alguien quien es?”-La niña contestó rápidamente: “Ese es el señor que me abrazaba el día que mis padres murieron de accidente”.

Esta niña ya estaba gozando del cielo, a pesar del sufrimiento, porque el Señor la abrazó. La eternidad junto a Dios es gozar de ese abrazo interminable de quien nos ama más que nadie.

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