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sábado, 10 de octubre de 2009

Domingo 28 B del Tiempo Ordinario




LA RUEDA. Una invitación a la confianza en Dios
Este domingo nos invita el Señor a estar desprendidos de nuestra “perfecciones”, y confiar más en la ayuda de Dios, saboreando las buenas cosas que nos regala en la vida. El nos ofrece la santidad, que es lo que nos hace felices.

Ambicionamos mucho. Lo queremos tener todo, porque pensamos que así somos felices. Y nos llenamos tanto, vamos tan ligeros, que no nos paramos a saborear la vida. Es mejor aceptar nuestras limitaciones, y disfrutar de aquello que podemos recibir de Dios a través de los otros.
Narra la historia de una rueda a la que le faltaba un pedazo, pues habían cortado de ella un trozo triangular. La rueda quería estar completa, sin que le
faltara nada, así que se fue a buscar la pieza que había perdido. Pero como estaba incompleta y sólo podía rodar muy despacio, reparó en las bellas flores
que había en el camino charló con los gusanos y disfrutó de los rayos del sol. Encontró montones de piezas, pero ninguna era la que le faltaba, las hizo
a un lado y prosiguió su búsqueda. Un día halló una pieza que le venía perfectamente. Entonces se puso muy contenta, pues ya estaba completa, sin que nada
le faltara. Se colocó el fragmento en el cuerpo y empezó a rodar...

Volvió a ser una rueda perfecta que podía rodar con mucha rapidez...Tan rápidamente, que no veía las flores ni charlaba con los gusanos. Cuando se dio cuenta
de lo diferente que parecía el mundo cuando rodaba tan a prisa, se detuvo, dejó en la orilla del camino el pedazo que había encontrado y se alejó rodando
lentamente.

La moraleja de este cuento, es que, por alguna razón, nos sentimos más completos cuando nos falta algo. El hombre que lo tiene todo es un hombre pobre en
ciertos aspectos. Nunca sabrá qué es anhelar, tener esperanzas, nutrir el alma con el sueño de algo mejor, ni tampoco conocerá la experiencia de
recibir de quien lo ama lo que siempre había deseado y no tenía. Hay integridad en la persona que acepta sus limitaciones y tiene el suficiente coraje
para renunciar a sus sueños inalcanzables sin considerar que por eso ha fracasado. Hay entereza en quien ha aprendido que es lo bastante fuerte para sufrir
una tragedia y sobrevivir, que puede perder a un ser querido y aun así sentirse completo pues ha atravesado por la peor experiencia y ha salido indemne.
Cuando aceptemos que la imperfección es parte de la condición humana y sigamos rodando por la vida sin renunciar a disfrutarla, habremos alcanzado una
integridad a la que otros sólo aspiran. Es lo que Dios nos pide: no que seamos perfectos humanamente ni que nunca cometamos errores.
Sino que seamos íntegros... Y, finalmente, si tenemos suficiente valor para amar, compasión para perdonar, generosidad para alegrarnos con la felicidad
ajena y sabiduría para reconocer que hay AMOR de sobra para todo el mundo, entonces podremos alcanzar una satisfacción que nunca otra criatura alcanzo. Encontraremos, si Dios está con nosotros, la santidad.

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