Actualizado 5 enero 2013 ¿Donde están los cuerpos de los Reyes Magos? |
¿Dónde están los cuerpos de los Reyes Magos?
Muchos se hacen esta pregunta. Algunos piensan que en ninguna parte porque se trata de una leyenda. Otros los consideran tan magos que piensan que sus figuras se esfuman entre las nubes de colores. ¿Qué podemos saber de todo ello? Es interesante conocer un poco la historia de estos personajes tan simpáticos, queridos por todos, pero demasiado asociados a la cultura del comercio y el regalo.
Jesús Callejo Cabo nos ofrece una respuesta sintética de estas cuestiones que en estos días cobran especial relevancia.
Si alguien pensaba que esto de los reyes era un cuento chino (por lo de Oriente) o un mito o una invención interesada de la Iglesia que se vaya a la catedral de Colonia (Alemania) y verá una arqueta de oro de estilo gótico donde dicen que yacen las reliquias de los tres Reyes Magos. Otra cosa es que dejen ver el interior y otra más es que algún día se atrevan a analizar esos restos óseos con el carbono 14.
Marco Polo nos dejó constancia, en su Libro de las Maravillas, de otra ubicación. Según sus informantes, situaban en la ciudad de Sava, enclavada en las áridas tierras de la antigua Persia de donde partieron para Jerusalén, el lugar en el que supuestamente estaban enterrados Melchor,Gaspar y Baltasar, “en tres sepulturas grandes y hermosas; encima de cada sepultura hay una casa cuadrada, redonda en la cima, bien trabajada; y están unas al lado de otras”. En Sava, hoy Saveh, en Irán, ya no queda ni rastro de esas tumbas, si es que alguna vez existieron. La historia de cómo llegaron a la ciudad de Colonia es muy rocambolesca. La primera persona que encontró esos cuerpos incorruptos fue Santa Helena, madre de Constantino, en el siglo IV, una auténtica Indiana Jones a la hora de localizar por ciencia infusa toda clase de reliquias cristianas. Se los llevó a Constantinopla y allí fueron guardados en un sarcófago de granito. En el reinado del emperador Manuel apareció un religioso griego con nombre de santo, Eustorgio, que fue elegido obispo de Milán y el emperador le regaló entonces los tres cuerpos para que se los llevara a esta ciudad italiana a principios del siglo XII. Según la tradición, poco duró la estancia y la tranquilidad de los Reyes Magos en Milán (que por entonces estaban incorruptos) ya que el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico Barbarroja, saqueó la ciudad en 1162, trasladando los restos a Colonia y allí siguen de momento. Bueno, no todos. Tras varios siglos de reclamaciones por parte de las autoridades milanesas, en su afán de recuperar esos restos mortuorios, a principios del siglo XX una tibia, un húmero y un esternón fueron llevados solemnemente a la iglesia de San Eustorgio y colocados en su antiguo sarcófago. Lo dicho, que no los analicen por si acaso. ¿Por qué se celebra el 6 de enero? Está claro que si el niño Jesús nació un 25 de diciembre (que no fue así) del año I (que tampoco fue así) los reyes no pudieron llegar de Babilonia a Jerusalén el día 6 de enero, por mucho turbo que tuvieran los camellos. O el día 9 de enero, como afirma El Evangelio Armenio de la Infancia, que “habían salido de su país hacia nueve meses” (capítulo XI). En cambio, El Evangelio Árabe de la Infancia (también denominado Evangelio árabe del Pseudo Juan) asegura algo mucho más insólito e inverosímil: “Partidos de Persia al primer canto del gallo, llegaron a Jerusalén al rayar el día (Cap. VII). Lo más parecido que conozco a eso es la teletransportación. Y no deja de ser raro que el 6 de enero sea la Epifanía, palabra griega que significa “manifestación”, y se le adjudique por las buenas el Día de Reyes, que se comenzó a celebrar a principios del siglo III por los cristianos orientales de Constantinopla, coincidiendo con la fiesta pagana del nacimiento del dios Aion, engendrado por la virgen Koré, símbolo del Tiempo Nuevo. También en la misma fecha se celebraban en Roma los prodigios del dios Dionisio en favor de sus devotos. Así que había que cristianizar el 6 de enero, como posteriormente se hizo con el 25 de diciembre. Y vamos que se hizo. En Occidente se empezó a celebrar esta fiesta en el siglo V cuando en el 450 el citado papa León I definió la Epifanía como la “fiesta de los Reyes Magos” y punto. Poco a poco se fueron añadiendo distintos elementos a la cabalgata. La costumbre de que sus “graciosas majestades” trajeran regalos surgió a mediados del siglo XIX para contrarrestar la tradición de San Nicolás, un obispo de la Iglesia oriental que vivió en el siglo IV en Asia Menor conocido por su generosidad con los niños, cuya onomástica es el día 6 de diciembre. El flacucho San Nicolás, por esos azares del destino, se transformó con el tiempo en el orondo Santa Claus. Unos y otros rivalizan cada año para entregar regalos a los más pequeños de la casa en diferentes días. Según estadísticas de Servimedia, realizada en el 2006, el 46 % de los niños reciben los regalos el día de Reyes, un 16 % los reciben exclusivamente de Papá Noel el 25 dediciembre y el 38 % restante tienen la gran suerte de recibir regalos de ambos. Es el misterio y la fantasía de esos días donde el 34% de los niños de 4 a 8 años aseguran a pies juntillas haber visto a los Reyes Magos o a Papá Noel en persona dejando regalos en sus casas. Y tanto, pues de los 4.000 niños entrevistados de entre 4 y 12 años, un 55% aseguraron sin pestañear que Papá Noel o los Reyes Magos entran en sus casas usando de su magia, mientras que el 25% dicen que lo hacen por la ventana y el 20% creen que se cuelan por la chimenea, eso sí, dependiendo del tamaño de la barriga de Papá Noel. Roscón de Reyes Y en el apartado gastronómico, un español o un mexicano no dejará pasar estos días sin probar un trozo de Roscón de Reyes. La costumbre de un dulce con sorpresa en su interior parece remontarse a la época del antiguo imperio romano, con sus fiestas Saturnales. Al que le tocara el haba seca se le hacía el “rey del haba” y de ahí viene, según algunos estudiosos, la expresión “tonto el haba”. Al igual que la tradición de comer 12 uvas en la Nochevieja, la del Roscón de Reyes también tiene un origen español. Dice la leyenda que un cocinero aragonés fue nombrado pastelero de la Corte del rey francés Luís XV quien acostumbraba a invitar a reyes, príncipes y embajadores extranjeros el día 6 de enero de cada año. Les obsequiaba con pasteles pero casi siempre eran de la misma clase, hasta que le pidió a su cocinero que ideara uno nuevo. Entonces recordó una torta que se hacía en Zaragoza en su juventud. Confeccionó un pan de rosca adornado con frutas escarchadas en el que introdujo un doblón, símbolo de riqueza y prosperidad para aquel al que le tocase en suerte en la degustación del dulce. El rey añadió que aquél a quien le tocara la moneda debería pagar al año siguiente la elaboración del roscón e invitarles a todos a comérselo. Fue un éxito y dada la alcurnia de los comensales se le denominó “roscón de reyes”. De Francia pasó la tradición a España de la mano y el gusto del rey Felipe V, aunque ya existía un antecedente: el Roscón de Navidad. |
Actualizado 27 diciembre 2012
Actualizado 3 enero 2013 El hombre que creía en los Reyes Magos | |||||
Cuando se vislumbra en el horizonte la caravana de los Reyes Magos, uno siente la nostalgia de la niñez. Nos apesadumbra un poco el ser mayores y haber perdido la candidez de la inocencia. Nos gustaría creer, al menos un poco, en la verdad de los Reyes Magos, durmiendo con esa ilusión de ver cumplidos nuestros sueños. La noche de los Reyes tiene su encanto. Hay una esperanza puesta en alguien que piensa en ti, y que hará posible el asombro del niño que llevas dentro.
Sí, hay mayores que creen en los Reyes Magos. Benditos ellos. Por los rincones de Internet me encuentro este relato de Juan Bosco Castilla que me ha gustado, y lo ofrezco a los lectores del Blog. Dejemos correr la imaginación, al menos por este día.
Érase una vez un niño que ya era muy mayor para seguir creyendo en los Reyes Magos.
– ¿No te parece que nuestro hijo es un poco grandecito para ser tan inocente –le dijo un día el padre a la madre.
– Déjalo que mantenga la ilusión todo el tiempo que pueda –contestó la madre.
Recién entrado en la adolescencia, el protagonista de esta historia aseveró en una reunión de amigos que la misión de Melchor, Gaspar y Baltasar durante la noche del 5 al 6 de enero era totalmente cierta y quienes lo estaban oyendo se rieron de él a carcajadas y lo tacharon de infeliz. Para no dar más pábulo a la chanza, acabó dándoles la razón y el asunto fue relegado pronto al olvido.
Al cabo de los años, los únicos que conocieron su secreto fueron sus padres, quienes, por otra parte, renunciaron a convencerlo. Y eso que la candidez de su hijo les planteaba verdaderos problemas. Por ejemplo, el primer año que no les quiso decir lo que había pedido a los Reyes Magos, al padre no le quedó otro remedio que ir a la oficina de Correos y preguntar por una carta dirigida a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente.
– Mire usted la cantidad de cartas que van dirigidas a Oriente –le dijeron en correos enseñándole un montón enorme de ellas que no irían a ninguna parte.
El padre se entretuvo en buscar entre cientos de cartas aquélla que tenía en el sobre la letra de su hijo. Cuando su mujer y él la leyeron en casa, descubrieron el segundo problema: su hijo había pedido un pijama y unas botas. ¿Cómo hacer que le vinieran bien, al menos las botas?
– Quizá crea que los Reyes Magos son de mentira cuando la mañana del 6 de enero descubra que no le han dejado nada en la cesta que coloca junto a los zapatos –dijo el padre.
La madre se resistía a dar aquella solución al problema, pero el padre esta vez no transigió.
– El día 6 de enero no, porque las tiendas están cerradas, pero el día 7 yo mismo voy con él a comprar todo lo que les ha pedido, para que vea que no es por ahorrar –dijo.
Aquella noche de Reyes, como todas las anteriores, el protagonista de esta historia dejó a sus amigos disfrutando de la fiesta y se fue a su casa temprano, cenó y se acostó enseguida.
Su madre, que había visto el rostro resplandeciente con que su hijo se iba a la cama, no pudo evitar que unas lágrimas le brotaran de los ojos cuando, poco después, vio la sonrisa que esbozaba dormido y los dos zapatos colocados junto a la ventana, como siempre.
Aún hizo la madre un último intento para convencer a su marido.
– No –contestó el padre–. Esto que vamos a hacer ahora teníamos que haberlo hecho hace mucho tiempo. Además, ¿dónde vamos a comprar ahora un pijama y unas botas?
La madre no pegó ojo en toda la noche.
A la mañana siguiente, de madrugada, el muchacho se presentó en la habitación de sus padres. Iba cabizbajo y llevaba en las manos la cesta vacía.
– Mira, mamá, no hay nada. ¿Tan malo he sido? –dijo con una infinita tristeza, y rompió a llorar al pie de la cama con un llanto silencioso que sobrecogía.
– Quizá los Reyes Magos no existan, después de todo –dijo el padre, que se había despertado al oír a su hijo.
Pero el muchacho no atendía a razones.
– Algo he hecho mal y no sé qué es –repetía entre llantos, sin que las palabras de sus padres le sirvieran de consuelo.
Tenía entonces diecisiete años, y lloraba con la hondura que lloran los hombres. Finalmente, cerca de la media mañana, el padre se presentó en el salón, donde seguía llorando su hijo, con un papel que dijo haber encontrado al pie de la cama.
– ¡Quién te ha dicho que no han venido los Reyes Magos! Esta nota te la han escrito ellos –aseguró–. Toma, léela.
El muchacho leyó en voz alta.
Querido amigo:
No podemos dejarte el pijama de invierno porque en la carta no nos pusiste la talla que querías. Por la misma razón, que no sabíamos el número, tampoco te hemos traído las botas.
Sin embargo, como sabemos que has sido bueno, no queremos que te quedes sin regalos. A Melchor se le ha ocurrido dejarte en lugar de los regalos unos vales para que los canjees por el pijama y las botas en cualquier tienda del mundo.
Otra cosa no podemos hacer. Confío en que estés contento con nuestra visita.
Te damos un beso antes de irnos. Te quieren, tus amigos los tres Reyes Magos de Oriente.
Firmado: Melchor, Gaspar y Baltasar.
– Esto también estaba en el suelo –le dijo el padre inmediatamente–. Debe haberse caído con el alboroto de los camellos.
Eran dos tarjetas de Navidad cogidas al azar de entre las varias que le habían sobrado a él. En una de ellas, había escrito: “Vale por un buen pijama de invierno”. Y en la otra: “Vale por un par de buenas botas”. En las dos estaban las firmas de los tres Reyes Magos.
Nunca más intentaron los padres convencer a su hijo de la verdad. Y eso que aquella inocencia anormal les acarreaba incomodidades y algunos problemas, el peor de los cuales era sin duda el remordimiento de conciencia.
– ¿Qué será de nuestro hijo cuando se vaya a vivir solo y nadie le ponga los regalos? –se atrevió a decir la madre un día en voz alta.
Su marido, que la estaba oyendo, permaneció un momento en silencio antes de contestar.
– Ya veremos –dijo finalmente–. Quizá antes abra por fin los ojos y sea capaz de diferenciar lo que es verdad de lo que es mentira.
El muchacho se fue a estudiar a la capital. Pero como el día de los Reyes Magos cae siempre en vacaciones y éstas las pasaba en su casa, no se les planteó a los padres dificultad alguna: todos esos años, Sus Majestades le dejaron los regalos en la cesta que encontraban junto a los zapatos.
Lo peor vino después, cuando el muchacho, a sus veintitrés años y con su carrera hecha, debió irse a hacer la mili a una ciudad lejana.
– Ahora, por fin, se va a encontrar de bruces con la verdad, y en un sitio apartado, donde no conoce a nadie, rodeado de gente que se reirá de su inocencia –dijo la madre.
– No te preocupes. Le darán permiso por Navidad, ya verás –aseguró el padre, aunque ni él mismo estaba convencido de lo que decía.
Le dieron permiso a todos los del cuartel, pero por turnos, y al muchacho le tocó el primero, el de Nochebuena. La madre creía que se iba a morir del disgusto.
Nuestro hijo no se vuelve al cuartel hasta el día 6 de enero por lo menos. Si hace falta, voy a hablar con quién sea para que se quede aquí: con el alcalde, con el coronel o con el papa –dijo la madre.
– ¿Y qué les vas a decir: que tu hijo tiene la mentalidad de un niño pequeño? –le contestó el padre.
La madre sacó todo el genio que tenía dentro.
– ¡Mentalidad de niño pequeño, y ha acabado su carrera con sobresaliente de nota media! –dijo.
El padre se calló, que era lo que hacía siempre que la conversación se ponía tirante, pero volvieron a tratar el asunto muchas veces, y ninguna de ellas encontraron una solución.
El día veintidós de diciembre, mientras los niños de San Ildefonso cantaban en la radio los números de la lotería, se presentó el muchacho en su casa cargado de pequeños regalos para su familia y sus amigos. Su padre, al verlo sacar del macuto tantos paquetes, dijo: “Te pareces a Melchor”. Él no entendió la broma. Se puso serio y contestó:
– He estado pensando en el asunto de los Reyes Magos. Creo que lleva razón la gente y que no son ellos quienes entran en las casas y dejan los regalos.
El padre creyó que le iba a dar un soponcio de pura felicidad. La madre amagó un puchero. El hijo continuó diciendo:
– Si siempre fueran los Reyes Magos los que dejaran los regalos, ¿qué pintaban los pajes en todo esto? Yo creo que la mayoría de las veces son los pajes, que también deben ser magos, quienes entran en las casas, y que Sus Majestades se quedan en la puerta, subidos en sus camellos, supervisando la actuación de sus empleados. Sólo cuando se presenta un problema o hay que hacer un regalo especial, se apean ellos de sus monturas y lo hacen personalmente.
Los padres se quedaron estupefactos. Aquella salida infantil convenció a la madre del riesgo que corría el muchacho.
– Imagínate lo que le puede pasar en un cuartel, con tanta gente joven dispuesta a reírse de todo, si no recibe regalos –le dijo a su marido.
Pasó la Nochebuena y el muchacho volvió al cuartel.
– Dinos, por lo menos, qué le vas a pedir a los Reyes Magos –le preguntó su madre momentos antes de despedirlo.
– Ya les he dicho a los compañeros que este año he pedido un queso y un jamón para compartirlo con ellos. Todos se lo toman a broma, pero cuando vean el queso y el jamón junto a los zapatos, verás cómo me piden participar del festín.
Los padres se quedaron buscando una posible solución que no acababa de llegar.
– Iré yo mismo –dijo finalmente el padre–. Pediré permiso a quien en ese momento se halle al frente del cuartel y le dejaré a nuestro hijo el regalo sin que se dé cuenta.
El padre cogió el coche y se plantó en el cuartel durante la mañana del día 5 de enero.
– Mire usted –le dijo al coronel–. Yo soy el padre de uno de los soldados de este acuartelamiento. Como agradecimiento al generoso trato que está recibiendo mi hijo, quiero obsequiarle un queso y un auténtico jamón de cerdo ibérico.
Al coronel se le hacía la boca agua. El padre continuó:
– Mi hijo habla y no para de usted y de sus compañeros. Así que, si usted me lo permite, yo querría darle otro queso y otro jamón a sus compañeros, para que se lo coman todos juntos en alegre camaradería.
Al coronel le pareció una idea estupenda.
– Verá usted –continuó el padre–, yo soy un sentimental. De no serlo, no hubiera venido desde tan lejos con el coche cargado de quesos y jamones. Por eso quisiera pedirle a usted el favor de dejarle a mi hijo el regalo la misma noche de Reyes. A los padres no nos gusta que los hijos crezcan, ya sabe, y a mí esa noche siempre me ha recordado la niñez de mi hijo.
El coronel, que tenía varios hijos, salió desde detrás de la mesa y le dio un abrazo.
– Yo también soy un sentimental –confesó–. No sólo consiento que haga usted de rey mago, sino que lo voy a acompañar, si no le es molestia. Es más, voy a dar orden de comprar un queso y un jamón para cada una de las compañías y usted y yo vamos a ir de madrugada dejando quesos y jamones a esos muchachos, que pasan la fiesta de los Reyes Magos añorando el calor de la familia.
El padre quedó encantado. La noche del 5 al 6 de enero, los dos anduvieron varias veces del despacho del coronel a los dormitorios de la tropa, silenciosos como auténticos Reyes Magos, entre las sombras de los patios del acuartelamiento y el sobresalto de los guardias.
– Misión cumplida –le dijo el padre a la madre cuando estuvo de vuelta en su casa–. Pero creer en los Reyes Magos plantea problemas gordos, y cualquier Navidad se va a encontrar con que nosotros no estamos para resolvérselos.
La madre asintió. Ambos sabían a aquellas alturas de sus vidas que no habían actuado correctamente al permitir que a los veintitrés años su hijo siguiera creyendo en los Reyes Magos. ¿Pero qué podían hacer ya, sino seguir con la mentira hasta que alguien con más convicción o más influencia sobre él le hiciera ver la realidad de esos personajes?
La oportunidad no tardó en presentarse. Poco después de venir de la mili, el muchacho se echó novia.
– Te voy a decir algo que parece una tontería –le dijo la madre a la muchacha–: mi hijo cree en los Reyes Magos como un niño de cuatro años. Nosotros hemos sido incapaces de inculcarle la verdad. Pero tú eres su novia y a ti te hará más caso.
Aunque dijo que sí por cortesía, la joven pensó que quien estaba al margen de la realidad era la pobre madre de su novio, que ya chocheaba. A él, por no ofenderlo con defectos de un ser tan querido, no le hizo comentario alguno.
– ¿Cómo va lo de los Reyes Magos? –le preguntaba de vez en cuando la madre a la novia.
La joven contestaba con evasivas. “Estoy en ello”, le decía.
Lo cierto es que el tiempo pasaba y que un día los jóvenes decidieron casarse. Sin respetar los nervios de los preparativos para la boda, la madre no dejaba de insistir con el asunto de los Reyes Magos.
– No se preocupe usted, señora, que el niño ha crecido por fin y ya no cree en los Reyes Magos –le dijo una mañana la novia, harta de tanto oír hablar de lo mismo.
La madre entendió que debía callarse, pero no se quedó convencida: ella, mejor que nadie, conocía la resistencia de su hijo a aquella verdad tan simple.
Los novios se casaron. Nadie dijo nada del asunto y la joven pudo por fin respirar aliviada. Sin embargo, un día de la Navidad siguiente la madre no pudo aguantarse y le preguntó de nuevo.
– Si alguna vez creyó en esos cuentos de niños pequeños, tenga usted por cierto que ya no cree. Ni en ésos ni en ningunos –respondió la nuera.
La madre del protagonista de esta historia se guardó para sí la duda y el dolor y no volvió a decir nada.
El día 6 de enero, a primera hora de la mañana, sonó el teléfono en su casa. Era la esposa de su hijo, quien, con la voz quebrada por un llanto silencioso, la llamaba para pedirle disculpas y consejo.
– Tenía usted razón. No sabe lo triste que se ha puesto su hijo esta mañana al descubrir los zapatos vacíos. No me oye, no me ve. No deja de llorar y preguntarse qué ha hecho él para no merecer regalos. No sé qué hacer. Ahora siento no haberle hecho caso. ¡Con el poco trabajo que me habría costado dejarle los regalos en los zapatos! –dijo.
La madre no se apuró.
– Pregúntale si en la carta que le escribió a los Reyes Magos les notificaba que había cambiado de domicilio –contestó–. Y, cuando te diga que no, dile que, como no lo ha hecho, los Reyes Magos han dejado sus regalos donde siempre, en casa de sus padres, en su habitación y en el suelo, porque no estaban puestos los zapatos. Dile que aquí han dejado el reloj que pidió para él y el abrigo que pidió para ti. Y dile que no ha hecho nada malo, que es un buen hijo y un buen esposo y que lo queremos. Y cuando le hayas dicho todo eso y le hayas dado un beso muy grande, os venís a nuestra casa, que voy a preparar una pierna de cordero que da gloria verla.
Apenas nada tardó el joven matrimonio en presentarse por los regalos.
– ¡Soy un pobre desconfiado! –aseguró el hijo–. ¡Cómo he podido dudar de mis amigos, los Magos de Oriente!
La joven esposa apartó a un lado a su suegra y le preguntó cómo sabían ellos lo que su hijo le había pedido a los Reyes Magos.
– Por la carta –contestó la suegra–. Como todas las Navidades, su padre ha ido a correos y ha buscado la suya entre los cientos de cartas que los niños dirigen a los Reyes Magos. También este año había un sobre con su letra.
La joven esposa comprendió que se había casado con una persona poco común. Desde entonces, el día 6 de enero no faltaron regalos en los relucientes zapatos que su marido colocaba antes de acostarse a los pies de la cama.
El hombre que creía en los Reyes Magos siguió y siguió formulando sus peticiones por escrito, y siempre hubo alguien dispuesto a ir a correos a descubrir su letra entre los miles de cartas que los niños pequeños mandan a Oriente por Navidad.
Fuente: http://www.juanboscocastilla.com/cuentos/otros-cuentos/el-hombre-que-creia-en-los-reyes-magos/
| |||||
La navidad ortodoxa
La Navidad rusa o tal llamada Navidada Ortodoxa es el 7 de Enero. La Iglesia ortodoxa celebra la fiesta del nacimiento de Cristo trece días después que en la tradición católica. El motivo de esta diferencia de fechas se debe a que la Iglesia ortodoxa se guía por el antiguo calendario juliano, que fue instituido por Julio Cesar en el año 47 a. C. En cambio, los católicos, protestantes y laicos siguen el moderno calendario gregoriano, que fue una modificación del juliano que introdujo el Papa Gregorio XII en 1582, debido a ciertos desajustes que se habían producido entre el calendario civil y el astronómico. Pues, los rusos festejan la Navidad según el viejo calendario juliano por el que todavía se rige la Iglesia Ortodoxa Rusa, a diferencia del Estado, que utiliza desde 1917 el moderno gregoriano, empleado alrededor del mundo y adelantado trece días a aquel.
Cuando aun existía la Unión Soviética, la Natividad apenas se celebraba, pero con perestroyka a los rusos devolvieron la fiesta antigua y a partir de 1991 el nacimiento de Cristo se convirtió en fiesta laboral en toda Rusia. La Navidad fue declarada día festivo tras la caída de la Unión Soviética y desde el año 2005 su celebración coincide con un "megapuente" de diez días formado por las vacaciones de Año Nuevo, la propia fiesta religiosa y la normativa legal que establece que los festivos que caen en fin de semana se pasan al próximo día laboral.
Pasada la Nochebuena Ortodoxa, la noche del día 6 de enero, a través de los once husos horarios que tiene Rusia empiezan oficios religiosos en todas las iglesias y monasterios del país y fuera de sus límites, como, por ejemplo, en la base de Belingshausen, en la Antartida, donde el año 2005 se erigió el templo ortodoxo más meridional del planeta. El oficio religioso principal del país se celebra en la catedral Cristo Salvador de Moscú (Esta catedral, la mayor del país, fue dinamitada por los bolcheviques en 1931 por orden de Stalin para ser convertido en piscina de la cúpula soviética, y reconstruida después de la caída del comunismo y la desaparición de la Unión Soviética. Ahora la catedral se erige sobre los pilares del templo original (fundado en 1812 para conmemorar la victoria sobre Napoleón y construido durante 43 años), desde su consagración en 2000, la catedral se ha convertido en el faro de los esfuerzos para recuperar la "vieja" Rusia, con los valores ortodoxos como bandera. La principal misa que marca el día de Navidad se oficia por el Patriarca ante más de 5.000 personas, con la asistencia del presidente, el primer ministro y otras autoridades. Dos canales de televisión de cobertura nacional transmiten gran parte de la ceremonia en directo y los sistemas de transporte público de las principales ciudades del país funcionan hasta altas horas de la madrugada para facilitar el regreso de los feligreses a sus hogares. Las fiestas en diciembre-enero
Las fiestas de diciembre-enero son muy bonitas en Rusia. Las celebramos cuatro. Debido a que Rusia es un país mayoritariamente laico la fiesta principal es la fiesta del "Ano Nuevo" y se celebra por la noche de 31 de diciembre al 1 de enero. Es una fiesta familiar. La gente suele celebrarla en casa y en estos días todo el mundo hace muchos regalos. Los últimos años, debido a la apertura del país hacia el Occidente, se celebra también "la Navidad Católica" por la noche de 24 a 25 de diciembre.
. Las fiestas de Diciembre-Enero son las más bonitas y deseadas por todos los rusos. A partir de principios de Diciembre todas las calles, tiendas, casas están decoradas con guirnaldas, juguetes, abetos . Los niños tienen vacaciones del 28 de Diciembre hasta el 10 de enero. Es la temporada de muchas fiestas públicas que se llaman "Yolka" (Abeto). Son conciertos, espectáculos, donde todo gira alrededor de un abeto.
La figura central de la fiesta del Ano Nuevo es Ded Moroz (Santa Claus, Papa Noel) que se traduce como Abuelo Frio. En Rusia Abuelo Frio viene en trineo con tres caballos blancos, toca la puerta y entra con un enorme saco lleno de regalos. El Abuelo Frio viene con su nieta que se llama Snegurochka (Nieves o Nievecita). Snegurochka es de nieve y pertenece al folclore ruso: desaparece en primavera con el deshielo. Los regalos los depositan bajo el árbol navideño. Para que se “ganen” los regalos, los niños rusos suelen bailar alrededor del árbol y recitan poemas a Maroz. El Abeto Principal del país se celebra en Kremlin en Moscú y en San Petersburgo lo ponen en la Plaza del Palacio, frente al Palacio de Invierno/Ermitage. Toda la noche de 31 de diciembre hay fuegos artificiales, diversas luces de color, laser show, conciertos etc.
Toda una lección para aquellos que piensan que el “materialismo” ideológico puede acabar con la fe de un pueblo. Cuando la fe se lleva en el corazón puede que no sea fácil manifestarla con libertad, pero siempre termina brotando, como ocurre en primavera con las plantas y las flores.
Fuente:www.petersburgo.info/pages/navi_orto.html
| |||||
No hay comentarios:
Publicar un comentario