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domingo, 9 de marzo de 2014

HOJA PARROQUIAL DE LOS RECTORES
Domingo 1º de Cuarema
Lecturas:  Génesis 2, 7-9; Romanos 5, 12-19; Mateo 4,1-1
EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu paraser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.
Pero él le contestó diciendo: -Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: -Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras.
Jesús le dijo: -También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor le dijo: -Todo esto te daré si te postras y me adoras.
Entonces le dijo Jesús: -Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto.
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
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COMENTARIO 
La gran muralla china es una de las maravillas que el hombre ha creado. Y dicen que es la única cosa de la tierra que se puede ver desde la luna.
Cuando terminaron su construcción, la gente satisfecha se regocijó. Y se dijeron, ahora sí que estamos a salvo. Nadie podrá atacarnos, nadie podrá penetrar esta magnífica e inexpugnable muralla. Pero sus enemigos un día entraron con toda facilidad.
¿Cómo? Sobornando, comprando a los guardianes. El vigilante abrió la puerta y entraron sin ninguna oposición. Esta es nuestra historia desde el primer día de la creación. Adán y Eva somos nosotros rodeados por la gran muralla del amor de Dios, vivificados por el soplo de vida divina de Dios, colocados en este mundo para ser los amigos de Dios y ser los testigos de su gloria.
Esta es la historia de Adán y Eva, es decir, de todo hombre y de toda mujer desde el primer día de nuestra vida. Tú eres el guardián que guarda la entrada del jardín. Tú eres el conserje que guarda la entrada del edificio. Tú eres el administrador de la vida divina que Dios te ha dado. Tú eres el templo en el que Dios quiere habitar y conversar contigo.
Puedes hacer una copia de tu llave y dársela a tu párroco para que entre o se la puedes dar a un  cualquiera. Se la puedes dar a Dios o al diablo. En el relato del Génesis vemos cómo la primera mujer abrió la puerta de la muralla y de su vida al diablo. Sus halagos, sus promesas y sus encantos la sedujeron y esta gran usurpadora le prometió lo imposible: ser como Dios.
La primera seducción y la primera tentación. Ser más grande. Tener más. Gozar más. Traicionar mi condición de criatura. Ser como Dios. Todos, alguna vez, hemos dado la llave de nuestra muralla al enemigo disfrazado con ojos brillantes, con palabras lindas, con promesas magníficas.
A todos se nos abrieron los ojos, nos vimos desnudos y comprendimos que la felicidad no era eso, que nuestra paz no era eso, que nuestro destino no era eso, que Dios nos hizo para él y no para el tentador. La palabra de Dios no es un cuento del pasado. La palabra de Dios es una radiografía de nuestra vida, de nuestra experiencia de hoy.
Aquí venimos para recordarnos nuestra fragilidad, para fortificar con el amor de Dios y su perdón nuestra muralla, para entregarle sólo a él la llave de nuestro ser. El poeta cubano, Nicolás Guillén escribió el famoso poema-canción titulado: la Muralla:
Al corazón del amigo,
abre la muralla;
al veneno y al puñal,   
cierra la muralla;
al mirto y la hierbabuena, 

abre la muralla;
al diente de la serpiente,
cierra la muralla;
al ruiseñor en la flor
abre la muralla.

A Dios Padre y Creador
abre la muralla.
A Jesucristo, el Señor,
abre la muralla.
Al Espíritu Santo, fuego y amor,
abre la muralla.
¿A quién abres la puerta de tu alma? El evangelio, hermanos, no es nuestra historia. Es la historia de Jesús, el Señor, el testigo fiel. ¡Qué diferente su historia de la nuestra!
"Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo".
La tentación del cuerpo: el hambre.
La tentación del espíritu: la fama.
La tentación del corazón: el dinero.
Jesús nos enseña a no abrir la puerta al tentador.

"No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

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