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sábado, 4 de abril de 2009

FELIZ PASCUA


LA PASCUA, FIESTA DE FAMILIA
Hemos entrado con entusiasmo en la gran Semana del cristiano. Desde la fe no hay ofertas de rebajas y viajes de placer para estos días. Sí hay una invitación para todos de parte del Señor: “El que quiera venir con migo que coja su cruz y me siga”. Y nos ponemos en marcha cada uno con lo que somos, con lo que tenemos, con el fardo de nuestras miserias a cuestas. Y así iniciamos el gran Vía Crucis que culminará en la cima del altar del sacrificio. Es la Pascua, y la vamos a celebrar con el alma abierta al perdón, al cambio, a la verdadera Vida.
Y la Pascua es fiesta de familia, en la que intentamos poner orden en el caos que nos perturba. Así lo explica con nitidez pedagógica Benedicto XVI: “Hoy nosotros experimentamos sensiblemente el poder del caos, experimentamos como en medio de una sociedad progresista que cree saberlo todo y poderlo todo irrumpen los poderes elementales de lo caótico, precisamente contra lo que ella denomina progreso. Experimentamos cómo un pueblo en medio del bienestar, del poder tecnológico y del dominio científico mundial es destruido desde dentro, cómo la creación es amenazada por los poderes caóticos que se esconden en lo profundo del corazón de los hombres. Experimentamos que el dinero, la técnica y el poder de organización por sí solos no pueden exorcizar al caos. Solo lo puede el muro que el Señor nos ha donado, solo la nueva familia que Él ha fundado para nosotros”.
Y el Papa explica como la Pascua judía era, y es, una fiesta eminentemente familiar. Se intenta desde la familia, con los íntimos, recomponer la persona, ese caos que ha originado la locura de un mundo falto de principios éticos y morales. Y es formidable que, desde una perspectiva bíblica y litúrgica, salte al primer plano de la actualidad la necesidad ineludible de ese núcleo familiar, de sangre y de espíritu, que por la fuerza de la fe y el amor, recomponga la dignidad humana. La Pascua la celebramos en la gran familia de la Iglesia, en donde el amor une lo disperso.
Pero, afirma Benedicto XVI, “hemos de agregar que la familia puede ser este espacio humano y esta protección de la creación solo si ella misma se pone bajo el signo del cordero, si ella es protegida por el poder de la fe que despierta e invoca el amor de Jesucristo. La familia individual no puede subsistir, se desmorona, si no está protegida en la familia mayor que le da su estado y su seguridad”. Y qué bonito resulta que unidos por los lazos familiares, celebremos con gozo la fiesta de las fiestas, la Pascua del Señor, y nuestra Pascua con El. Somos Iglesia, familia de Dios, y como tal marchamos juntos a recomponer al hombre y a la sociedad, recuperando los principios evangélicos que son el cimiento de nuestro orden y armonía.
Quisiera hacer una invitación al amable lector de este artículo. Los sacerdotes celebramos nuestro día el Jueves Santo. En la Última Cena Jesucristo hizo al mundo el regalo del sacerdocio. A través de él nos dejó su presencia permanente en la Eucaristía y en el perdón de los pecados. Los sacerdotes estamos gustosamente al servicio de los hombres. Es verdad que Dios ha depositado en nosotros unos poderes únicos. Pero somos humanos y necesitamos ayuda. Precisamente ese primer día de Triduo Pascual no nos vendría mal una oración por nosotros, y un compromiso de comprensión y caridad para nuestras humildes personas. El Papa acaba de proclamar un año dedicado a los sacerdotes en recuerdo especial del Santo Cura Ars, nuestro patrón. Somos conscientes de la responsabilidad que tenemos, de nuestras limitaciones, de la fragilidad del barro del que estamos hechos. Por eso necesitamos ayuda.
Pero vale la pena dar la vida por Cristo. Recuerdo estas palabras de Juan Pablo II, que ahora hace cuatro años que se marchó al cielo: “Durante mi última peregrinación a España confesé a los jóvenes: Fui ordenado sacerdote cuando tenía veintiséis años. Desde entonces han pasado cincuenta y seis… Al volver la mirada atrás y recordar esos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!” Vale la pena. Así reza una leyenda que rodea un gran tapiz en una casa de retiros, y que siempre que la veo me hace pensar. Que esta Pascua sea un tiempo de Gracia para todos, y que la familia de los hijos de Dios, pasando por la cruz, encuentre la Resurrección y la Vida. Vale la pena. Feliz Pascua.
Juan García Inza
Sacerdote

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