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viernes, 2 de abril de 2010

VIERNES SANTO




NECESITO DECÍRTELO, JESUS
¿Cómo pagar todo lo que has hecho por mí?
Tu amor es tan grande,
que en la cruz es inabarcable
Tu entrega es tan dolorosa
que, saltan ríos de sangre,
por toda la humanidad sufriente y dolorida
NECESITO DECÍRTELO, JESUS
Que sobran las palabras cuando hablas con tu cuerpo
Que no hacen falta más redentores
ni queremos más profetas
Que tu amor produce vértigo y espanto:
¿Por qué lo has hecho, Señor?
¿Tanto vale el hombre?
¿Tan costosa es su redención?
¿No te das cuenta, Señor,
que somos falsa moneda?
NECESITO DECIRTELO, JESUS
Has subido a la cruz, por mí
y, por ello mismo, te doy las gracias
Has subido al madero, por nosotros,
y por los que te ignoran o te maldicen
te pido perdón y misericordia.
Por los que alzan sus ojos al tronco redentor
y cambian sus vidas
Por los que levantan sus cabezas
y piensan que no hiciste nada
Por los que elevan sus cuerpos
y creen que, con pequeños gestos,
ya hacen demasiado por el mundo
NECESITO DECIRTELO, JESUS
Nada tan radical como tu amor clavado
Nadie tan injustamente tratado como Tú
Nuestro amor es cuentagotas
al lado del derroche que resbala por ese madero
Nuestro dolor es insignificante
comparado con el gemido que desprende esa cruz
NECESITO DECIRTELO, JESUS
Que estamos en deuda contigo
Que grande es tu rescate por todos
Y que, el hombre, es desagradecido
Que como Judas, por poco o por nada,
te seguimos vendiendo
Que la negación de Pedro,
sale en muchos de nuestros labios
NECESITO DECIRTELO, JESUS
¿Cómo pagaremos todo el bien
que Tú nos has hecho?
Javier Leoz








TESTAMENTO ESPIRITUAL DE MARIA
EN EL VIACRUCIS
(Para Viernes Santo o Sábado)
Javier Leoz

Fuí testigo de la pasión y muerte del mejor de los hombres que Dios ha engendrado en la tierra. De la muerte del DIOS Y HOMBRE. Como Madre sufrí desde el silencio aquel calvario donde, el amor de los amores, era injustamente ajusticiado y groseramente tratado.
No entendía tanto escarnio. No comprendía tanto improperio ni ingratitud. Sólo sé que, Dios, “escribe derecho en renglones torcidos” y que, a los que permanecimos al lado de Jesús, nos toco eso: hablar poco y acompañar. ¿Acaso no es importante en la vida encontrar alguien con el que sufrir, llorar o gozar?

1. CUANDO JESUS FUE ENTREGADO
Muchos de vosotros os preguntaréis ¿dónde estaba María cuando, el Rey de Reyes, estaba siendo entregado y sentenciado a muerte?
No pude entrar y, además, tampoco me dejaron. María Magdalena, Juan y yo estábamos con el corazón muy cerca de Aquel que, en la vida, lo donó todo por los demás.
No entendía, no lo comprendía. Sólo me venía al pensamiento aquello del anciano Simeón “y a Ti, María, una espada te traspasará el alma”. Fui precipitadamente a Getsemaní. Allá, todavía en el suelo, acaricié las gotas de sudor de sangre que mi hijo había derramado.


2. CUANDO IBA CON LA CRUZ A CUESTAS
Me dijeron que no me asomase a la que, desde aquel momento, iba a ser llamada “Vía Dolorosa”. No les fue suficiente los salivazos, latigazos ni tan siquiera la corona de espinas. El ser humano, sediento de sangre, quería peso y más amargura sobre un hijo, mi hijo querido, que sólo había cometido un delito: aliviar el dolor de los demás. Para mis adentros meditaba: podrán con tu vida Hijo mío, pero que no te quiten la fe. Desde aquel momento, como Madre, me comprometí ayudar a tantos de vosotros que soportáis ingratas cruces.


3. CUANDO CAE POR PRIMERA VEZ
Todavía suena en mis oídos, el golpe de la cruz, seco y escalofriante, sobre la dura piedra de aquel sendero que unía el pretorio con el calvario.
Sólo sé que El no cometió pecado alguno pero que, con esta caída, nos enseña a ser fuertes y a levantarnos frente a toda adversidad.
Me dijeron que alguien, no sé quién, se le acercó y le susurró al oído: “en ese madero llevas los pecados del mundo” y que fue entonces cuando levantándose al momento contestó “es hora pues de redimir al hombre…vamos”….y siguió caminando, avanzando, ascendiendo a la montaña desde la que os alcanzó para todos el cielo.


4. CUANDO SE ENCUENTRA CONMIGO
Me encontré, por vez primera con Jesús, en aquella noche de Belén. Mis brazos lo sostuvieron cuando, camino de Egipto, sólo pretendía con ayuda de José ponerlo a salvo de aquel rey que intentaba aniquilarlo.
Pero, este encuentro camino de la cruz, os lo aseguro; fue distinto, tremendamente doloroso…. pero lleno de amor y de esperanza.
Lloré, como cualquier madre se compadece por la mala suerte de su hijo, quise interponerme entre los soldados y la cruz, entre las cuerdas y aquellos que pasaban indiferentes. Pero…no quise ser obstáculo para que se cumplieran los planes de Dios. Una vez más me acordé de Nazaret: “hágase”


5. CUANDO ES AYUDADO POR EL CIRINEO
Miré con admiración a un valiente muchacho. Me comentaron que fue adosado a la cruz a la fuerza. No me importó; sólo vi una mano que empujaba lo que tanto costaba arrastrar: la cruz que contenía tanta ingratitud, la cruz que iba a ser semillero de resurrección, horizonte de un nuevo futuro.
Me acerqué hasta Simón el Cirineo y le dí las gracias: tu gesto es el mismo de todos los hombres que, hoy y mañana, lejos de añadir más peso a las dificultades se preocupan de aligerarlas.


6. CUANDO LA VERONICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESUS
Una mujer, sin miedo ni temor, rompió aquel protocolo sanguinario. Sin temer las consecuencias de aquella afrenta, se acercó a mi hijo. Me vino al pensamiento aquella Palabra de Jesús “quien me ve a mí, ve al Padre”. Su rostro desfigurado, maltratado, ensangrentado…de repente era estampado en aquel lienzo, que el gesto heroico de una joven tuvo a bien aplicar en un siervo doliente que daba la cara y el cuerpo por el mundo. En aquel detalle quise descubrir el de tantas mujeres que, con silencio y valor, se adelantan en tantas situaciones de miseria para curar, animar y acompañar.


7. CUANDO CAE POR SEGUNDA VEZ
Caía por segunda vez y, las pisadas de los romanos, las idas y venidas de muchos que vivían ajenos al acontecimiento, seguían atropellando y evidenciando una realidad: a veces se prefiere la nada de la tierra, al tesoro de Dios.
Así era: el cielo era arrastrado, arrollado, injuriado. Y, el infierno había convertido Jerusalén en su imperio: la verdad se confundía con la mentira, la justicia con un juicio injusto.
No decía nada…desde atrás una vez y otra yo repetía: perdónales, Señor. Perdónales. Sus heridas sangraban y, aquellos que se mofaban, sólo pretendían que la cruz llegará al final de una pasión cruel y desproporcionada.


8. CUANDO HABLA A LAS HIJAS DE JERUSALEN
Palabras ¡muchas palabras! Todo era un inmenso griterío. Una confusión. Hasta yo misma, estaba un poco aturdida.
¿Qué podía decir Aquel que tanto dijo e hizo mientras caminó por Judea y Samaria? Una mujeres contemplaban aquel cortejo de pasión y abocada a la muerte. Sólo escuché la respuesta de Jesús: ¡no lloréis por mí!
¡Existían tantas razones para llorar! Ví el lado bueno de la vía dolorosa: unas mujeres con corazón, unos corazones con misericordia, unos ojos que no olvidaron las lágrimas.
Todo ello, de repente, fueron corazones y ojos que empezaron a sentir clemencia y pena ya no por mi hijo, sino por los hombres y mujeres de toda la tierra.


9. CUANDO CAE POR TERCERA VEZ
Podía haber hecho alarde de lo que era: Hijo de Dios. Haber abortado sin más sufrimiento, burla ni sangre aquel inhumano espectáculo. Pero no; su condición divina era disimulada por Aquel que, hasta el final –siendo Dios- quería ser hombre, sufrir por el hombre, rescatar al hombre de los profundos abismos de la muerte.
Aquel que podía haber reinado en el cielo, por tercera vez, besó el suelo. Me preguntaba si era necesaria tanta humillación. Sus rodillas, siendo rodillas de Dios, se doblaban por aquellas otras que, siendo de hombres, permanecían erguidas y sin compasión alguna.


10. CUANDO ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Todo estaba tocando a su fin. En una pequeña llanura, arriba del Gólgota, desde lejos observaba al que tantas veces me miró.
En un pesebre lo vi desnudo, hace 33 años, y –ahora- de una forma cruenta y despiadada, le dejan sin lo poco que le abrigaba. ¡Dios desnudo en un pesebre! ¡Dios desnudo sobre dos maderos!
Pobre, vino al mundo, y desheredado de todo –así lo pensaba yo como Madre- se marchaba de una tierra desagradecida.
Aquel que hizo tanto por los pobres, se marcha despojado pero mirando al cielo.
No estaba sólo. Sus amigos se habían marchado…pero, junto a mí, gemían Juan y María de Magdala.


11. CUANDO FUE CLAVADO EN LA CRUZ
En las retinas de mis ojos quedaron grabadas las tres caídas. El que nació débil, como hombre en Belén, fue inmensamente fuerte camino de la cruz. Muriendo en la cruz.
Sus manos, las que tantas veces como Madre estreché, eran cosidas a la cruz. Cada golpe de martillo partían en dos el alma que yo llevaba dentro. ¿Era necesario tanto Dios mío? Pero yo callaba. El Misterio iba cumpliéndose. Mi Niño, el que arrullé en mis brazos, al que tantas veces dejé acostado en un pesebre de madera, ahora era postrado y clavado en dos leños.


12. CUANDO MUERE EN LA CRUZ
Sólo cuando me dejaron, y junto con algunos que no quisieron desertar, fuimos apresuradamente a la cruz. El cuerpo, el rostro de mi hijo, nos quedaba demasiado alto.
7 palabras escasas, pero pronunciadas con misericordia, vértigo y paz…salieron de sus labios. El que, siendo niño tantas veces lloró; el que por la muerte de su amigo Lázaro derramó lágrimas de desolación….estando clavado no siente el dolor de los clavos.
Estaba empeñado en hacer el bien y, hasta la muerte, la quería llevar bien: en soledad. Sabiendo que el trigo, para que germine, ha de aguardar, ser paciente y esperar el día de la cosecha. ¿Os digo algo? Mirando al madero comencé a comprender que aquello no podía acabar así. Que Dios, después de aquel derroche de amor y de locura, tenía que imponerse a la muerte y darnos torrentes de vida. Me abrace a Juan…la soledad nos acompañaba…el velo se partía…la tierra se estremecía…


13. CUANDO LO ACOGI EN MIS BRAZOS
Cuántas veces me acordaba de aquel Dios que, en la noche de Navidad, decidió no quedarse colgado en el cielo: en mi ser virginal se hizo hombre, se hizo como vosotros, forjó su corazón y tomaron forma sus miembros.
Y ¿ahora? De nuevo, como Madre, me tocaba acoger el misterio de una vida de muerte. El cuerpo de un Jesús que lo necesitábamos en la tierra. Como Madre era lo que más deseaba: protegerlo y fundirlo en mi pecho.
La cruz quedaba desnuda, sin el tesoro más preciado que era mi Hijo. En aquel Cristo, ahora humillado, derrotado, muerto, sin manos para hacer milagros y sin labios para hablar del amor….os acogía a todos vosotros. No estáis solos, os lo dice vuestra Madre. Cuando llegue el momento del morir, os sostendré como a El en mis brazos.


14. CUANDO FUE SEPULTADO
Caía la tarde. Y entre prisas, sin apenas tiempo para la mirra y el áloe, perfumamos al que tantas veces embalsamó con la fe, la esperanza y la caridad a todo el que se le acercaba.
Era la hora del sepulcro nuevo. El momento de la espera. Se deslizaba una piedra. Desaparecía de mis ojos el que alguna vez, por las cosas de Dios, se perdió. Para unos todo se había cumplido, la farsa había terminado. ¿Dónde están los apóstoles de tu Reino, Jesús? Pero El ya no podía hablar. Sólo quedaba aguardar. Dios había sembrado buena semilla. En cuántos momentos venía a mi memoria lo que tantas veces escuché de El y de los amigos que le acompañaban: “al tercer día, resucitaré”.


15. CUANDO JESUS RESUCITA
En la cruz, para todos vosotros, me dejó como Madre. No lo olvidéis nunca: Madre Dolorosa y Madre de la Vida. Desde entonces, con el curso de los siglos, he ido acompañando –y lo haré hasta que Dios quiera y me necesite- a todos los que buscáis y esperáis en Jesús.
No os esforcéis demasiado en indagar por los caminos de la muerte: El está en la vida aunque, os acompañe, en momentos de muerte. El ya lo hizo todo. Lo dio todo. Adentraros por los caminos de la vida. Mi Hijo no se quedó para siempre detrás de una fría losa. ¡Resucitó! ¡Sólo sé que resucitó! Que lo reconocí, como los de Emaús, al partir el pan. Que sus apariciones fueron refrescantes, consoladoras, pascuales.
¡Sólo sé que su cuerpo glorificado me supo a gloria! Que, de nuevo, surgía la esperanza. Que, como flores de primavera, radiantes y eufóricos aparecían por todas las esquinas aquellos que –en la noche oscura- le abandonaron. No hubo reproches. No existieron recelos. Cada uno era como era y, Jesús, los conocía desde los pies hasta la cabeza. Tan sólo les pidió una cosa: que marcharan por el mundo anunciando aquella noticia.
Gracias, Hijo mío, en la cruz, por tu muerte y resurrección, adquiriste para Dios y para Ti un pueblo santo. Un pueblo que está llamado a la gloria. Amén.

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