Este Blog pretende ser un instrumento al servicio de la Parroquia, para información y formación de los visitantes

sábado, 31 de julio de 2010

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO


Ricos ante Dios



Una vez le preguntaron a un niño qué quería ser de mayor, y el respondió sin pensarlo: -Yo de mayor quiero ser rico-. Muchos estudian y trabajan con la única obsesión de ser ricos. Como en nuestro mundo casi todo se compra y se vende, parece que el dinero, los medios materiales, son imprescindibles. El dinero abre puertas, da poder, ofrece posibilidades, incluso provoca asombro y envidia en los demás. ¿Es malo el dinero y el poder?

La respuesta a la pregunta que nos hacemos está en la Palabra de Dios de este domingo. Jesucristo pone el ejemplo de aquel hombre que de pronto de hace rico por haber tenido una gran cosecha. Inmediatamente empieza a calcular cómo hacer posible que todo ese dinero le sirva para darse una gran vida. No se le ocurrió utilizarlo para progresar en su trabajo, e incluso para hacer el bien. Para el lo importante es no hacer nada, vivir bien el resto de sus años, sin pensar en más. El fallo de este hombre no está en haber tenido la suerte de que su trabajo le proporcionara una gran fortuna. Su gran equivocación fue no pensar más allá, darle a sus bienes un destino egoísta. No calló en la cuenta que tenía alma, y que Dios le pedía que fuera generoso. Este es el gran pecado de muchos, que no piensan más que en ellos mismos, como el rico Epulón, y no les importa que otros pasen necesidad. Juan Pablo II recordó que sobre toda riqueza humana pesa un hipoteca social, que es la necesidad urgente del prójimo. La inmensa mayoría de los seres humanos no tienen la suerte de contar con medios para vivir con dignidad, o incluso para poder subsistir. La miseria humana no solo existe el día de la campaña contra el hambre, ni se remedia con la aportación que aquel día damos. Todos los días hay alguien que nos tiende la mano para pedirnos algo, aunque sea una mirada de comprensión.

Contaba recientemente una periodista en una emisora de radio, una experiencia que se le quedó grabada. Estando parada con su coche en un semáforo, se acercó un hombre a pedirle ayuda. En esos momentos no disponía de nada para darle. Pero aquel hombre, con una mirada un tanto melancólica, le dijo: -Si no tiene nada para darme, al menos míreme, que soy un hombre.

Los ricos empedernidos no miran con amor a los demás. No tienen tiempo para preocuparse de los demás. Siempre están reunidos, o de viaje, muy ocupados, buscando el modo de aumentar su tesoro. El Señor le dijo a aquel hombre rico, dispuesto a darse la gran vida: -Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quien será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.

San Pablo nos dice en la segunda lectura: -Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios, aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra…

Como nos dice la primera lectura: Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. Esto es vanidad. Lo justo, lo cristiano, es trabajar buscando siempre el bien común, y tratar de ayudar al que más lo necesite. En su día te llevarás contigo todo el bien que hayas hecho

Juan García Inza

sábado, 24 de julio de 2010

Santiago Apóstol




Posiblemente todos conocemos o bien hemos oído hablar de familias que parecían muy unidas y que, con motivo de la muerte del padre -por ejemplo- se han enemistado e incluso han acudido a los tribunales para que decidan sobre la herencia que debían repartirse. Estas situaciones se dan a causa de unos valores a los que se aspira: tener dinero, propiedades, seguir los negocios de la familia, participar -de algún modo- en la vida del padre. Son unos VALORES QUE SE QUIEREN LOGRAR A CUALQUIER PRECIO y se hace lo que haga falta para evitar que se pierdan.

-Santiago y Juan quieren el Reino

El evangelio de hoy nos habla de un caso semejante: SANTIAGO Y JUAN HAN DESCUBIERTO EL REINO DE DIOS (del que continuamente habla Jesús) como un valor muy importante. Lo quieren alcanzar y no en un grado cualquiera: quieren ocupar en él los lugares más importantes. Creen que es la mejor manera de participar en la vida del Padre. NO ESTÁN DISPUESTOS A DEJAR PASAR LA OCASIÓN: ahora conocen a Jesús -el proclamador del Reino-, son amigos de él, y están dispuestos a colaborar con él. PERO JESÚS LO VE DISTINTO: sus seguidores no pueden alcanzar un bien, un valor, el propio Reino, a cualquier precio, Jesús considera que el bien, los valores, el Reino se obtienen cuando los hombres nos tomamos la vida diaria de modo responsable y procuramos HACER EN CADA MOMENTO LA VOLUNTAD DE DIOS. De tal modo que, si la voluntad de Dios nos llevara a obtener un bien distinto del que nosotros deseábamos, estuviéramos dispuestos a ello.

-Están dispuestos a hacer la voluntad del Padre

Santiago y Juan están dispuestos a hacer la voluntad del Padre (es lo que el evangelio llama "beber el cáliz"). Por eso JESÚS LES ANIMA A UNA FIDELIDAD TOTAL ("Mi cáliz lo beberéis", les dice) y a sacarse de encima la preocupación porque "el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre". El que se fía de Dios cumple su voluntad, deja que él tenga la iniciativa y no le pone condiciones de ningún tipo. LA VOLUNTAD DE DIOS SE LLEVA A CABO EN LA VIDA DIARIA, cuando uno cumple con sus propios deberes y ama de verdad, desinteresadamente, poniéndose al servicio de los que tiene más cerca y más lo necesitan.

El cumplimiento fiel y desinteresado de la voluntad de Dios es la única forma de lograr lo que necesitamos, para crecer al máximo como persona, para encontrar el sentido de la vida.

-Lo demuestran con su vida

La primera lectura (Hech 4, 33ss) nos ha hablado de cómo unos años después -Jesús ya había resucitado- Santiago y los demás apóstoles comprendían rectamente estas cosas: vivían OBRANDO EL BIEN Y DANDO TESTIMONIO DE JESÚS RESUCITADO entre el pueblo, con la convicción de que estaban cumpliendo la voluntad de Dios hasta el punto de poderlo afirmar en público ante los adversarios: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Su vida, si bien era dura y difícil, era una vida feliz: ya no buscaban sus propios intereses sino un sólo interés, proclamar a todos que "Dios resucitó a Jesús". Y esta tarea la realizan con fuerza y decisión porque TIENEN "EL ESPÍRITU SANTO QUE DIOS DA A LOS QUE LE OBEDECEN". Una fuerza que los sostiene hasta el fin, hasta el martirio por causa de la fe. Ahora, celebrando la fiesta del apóstol Santiago, renovaremos el memorial de la entrega y disponibilidad total de Jesús al Padre. Vivamos muy adentro esta renovación para que como Jesús, como Santiago, también nosotros seamos fieles a Dios hasta el último momento. Así el Sacramento será la garantía de hallarnos en el camino del Reino y de sus valores.

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL

sábado, 17 de julio de 2010

Domingo 16º Tiempo Ordinario (C)


La Mejor parte



En el diálogo de Jesús con Marta, le responde a sus quejas diciendo que María ha escogido la mejor parte. ¿Es que el trabajo de Marta no era importante? Sin duda que sí, y además estaba preparando la comida para el Señor. Pero su queja fue inoportuna. Lo que realmente deseaba el Señor en aquellos momentos, como siempre, era hablar al corazón de las personas de aquella casa. No era para El más importante la comida que la oración.

María quiso aprovechar la presencia de Jesús para escuchar su Palabra, contemplar su Persona, dialogar con El. Esta es una advertencia para que nosotros valoremos más el tiempo que debemos dedicar a la oración. El tiempo siempre es sagrado, pero el que dedicamos al Señor tiene un valor añadido. Todo el tiempo es de Dios, y no debemos regatearle a El los minutos, siempre escasos, que le dedicamos al día, o a la semana. Muchas veces damos la impresión de considerar un despilfarro, un derroche, el tiempo de nuestros actos religiosos. Pensamos que con las cosas que hay que hacer, los minutos de la Misa dominical son tiempo perdido. Las cosas y las personas nos atraen más. A Dios le dedicamos, muchas veces, el tiempo que nadie quiere. Debemos revisar la importancia que damos a la oración, la puntualidad en la asistencia a la Santa Misa, la participación en medios de formación, la atención a las devociones privadas, el valor que le doy a la lectura formativa… El tiempo de Dios y de mi alma es sagrado. Muchas cosas pueden y deben esperar. Si no soy capaz de dedicar en mi vida un tiempo a Dios, ¿cómo voy a aspirar a dedicarle toda la eternidad?



Por otro lado está el trabajo, que desde el punto de vista cristiano debe ser también oración. Y lo será cuando lo ofrezco, intento hacerlo bien, y lo considero una colaboración con la obra de la Creación de Dios, y un servicio al hermano. Dice San Juan Crisóstomo que el trabajo es realmente cristiano cuando me ayuda a desarrollar mi personalidad. El trabajo no es un castigo. Adán trabajaba antes del pecado original. Con esa actividad estaba ejercitando su personalidad.

El trabajo hay que hacerlo con gusto y perfección. La mejor contribución que el cristiano puede hacer al mundo es desarrollar su trabajo con responsabilidad, tratando que la Creación de Gloria a Dios por medio de él. Para ello necesita que su vida sea una autentica oración. El lema de San Benito es: ora y trabaja. Trabajar para Dios y los hombres, con paz, alegría, visión sobrenatural. Debemos sentir al trabajar lo mismo que aquel que estaba labrando piedras junto a un edificio religioso. Cuando fue preguntado sobre lo que hacía, respondió: Yo estoy construyendo una catedral. Esa es la grandeza del trabajo, el hacer algo para gloria de Dios.

María escogió la mejor parte porque ese rato con el Señor le ayudará a darle otro sentido a su trabajo. Que no nos olvidemos de lo principal. El trabajo nos santifica. El trabajo hay que santificarlo. Por medio del trabajo debemos santificar a los demás.





Juan García Inza

sábado, 10 de julio de 2010

Domingo 15º del Tiempo Ordinario



ANDA, HAZ TU LO MISMO



Éste es uno de los pasajes más conocidos de la Biblia. De hecho, cuando alguien hace una obra de caridad, tal como dar una limosna, ayudar a una familia en sus penurias económicas, dar trabajo a alguien... se dice de él que es un "buen samaritano". Sin embargo, releyendo esta parábola, viéndolo con los ojos del espíritu, encontramos un nuevo sentido, más profundo, que nos indica el camino que debe seguir todo discípulo de Cristo.

En el Evangelio de Lucas, en su capítulo 10.25-37, se nos presenta a un religioso que está conversando con Jesús. Sin embargo, en su corazón recela, aunque reconoce en Él su autoridad, pues intenta probarle.

"Y he aquí un intérprete de la Ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás."

Ya hemos dicho que el interlocutor es un hombre de religión, alguien que conoce las Escrituras y que intenta ser buena persona, cumplidor de la Ley, que cree en Dios y quiere salvarse. Él está seguro de estar haciendo lo correcto ante Dios y, pregunta a Cristo, para ver si la respuesta del Señor se ajusta a la Palabra de Dios. Conociendo Jesús lo que de verdad intenta hacer este hombre, deja que él mismo responda lo que, efectivamente, viene en la Ley.

"Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?"

Con esta pregunta, el hombre está cuestionando si hay que amar a todos los hombres, ya que pregunta ¿quién es mi prójimo? La tradición judía expresa que el prójimo es alguien de su propio pueblo o un extranjero que se convierte al judaísmo y convive con ellos, formando parte de Israel (Levítico 19.18, 33-34). Un pagano, un extranjero de otra religión, no es considerado, por este hombre, como su prójimo y, por tanto, según él, no tiene obligación legal de amarle como a sí mismo. Sin embargo, se hace de nuevas, esperando que Jesús entre de lleno en la cuestión, haciendo la pregunta: y ¿quién es mi prójimo?

"Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto."

Hay que resaltar que Jesús no dice de qué nacionalidad es el hombre. Es de suponer que fuese judío, puesto que iba de Jerusalén a Jericó, pero el Señor, premeditadamente, no lo especifica, dejando la puerta abierta a toda la humanidad. ¿Quiénes eran los ladrones que despojan a esta persona? Aquellos que no buscan el bien de los demás, sino su propio interés, aunque sea destruyendo la integridad física o moral de otro.

"Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo."

Cristo hace referencia a los "maestros" e intérpretes de la Ley. Los hombres de religión, los dirigentes, que en teoría, guían al pueblo, sepulcros blanqueados. ¿Cómo iban ellos a asistir al hombre si tenían mucha prisa por llegar al templo puros y limpios?

"Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia"

Ahora nos presenta un nuevo personaje. Especifica su nacionalidad, ya que los samaritanos eran considerados por los judíos como extranjeros, paganos, despreciables. Recuerda el pasaje donde Cristo le pide agua a una samaritana, como ella le responde: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí" (Juan 4.9). Por supuesto, un judío no iba a valorar la persona de un samaritano, considerado gente de baja categoría social y religiosa. Sin embargo, el Señor nos presenta, precisamente, este personaje como un hombre normal, que no descendía de Jerusalén a Jericó, como el sacerdote litúrgico, es decir, alejándose de la ciudad de Dios (Jerusalén) hacia el mundo (Jericó), sino que iba de camino, posiblemente en dirección contraria, del mundo a Dios, hacia la Jerusalén espiritual, hacia Sión.

Este hombre de Dios se acerca al herido y siente la Misericordia del Señor, se apena de su situación y ahora veremos qué hace para salvarlo.

"y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él."

Lo primero que hace es entrar en contacto con él, curar sus heridas con aceite y vino, es decir, el mensaje de Salvación del Mesías, como su sangre nos lava de nuestros pecados y nos devuelve la vida, ungiéndonos con su aceite, que es el Espíritu Santo. Una vez que realiza esta primera cura, le pone en su cabalgadura, ya que aún este hombre está débil y no es capaz de andar por si mismo: "Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gálatas 6.2); lo lleva al mesón, que es la presencia de Dios, pues sabemos que Él es nuestro descanso, y allí cuida de él, dándole el alimento necesario para reponer sus fuerzas en el Señor.

"Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese."

Si el mesón es la presencia de Dios, es obvio quien es el mesonero. Llama la atención que el samaritano pague al Señor por las bendiciones de sus cuidados. Evidentemente no se trata de un pago material, mucho menos económico. Tanto los dos denarios como los gastos a pagar a su vuelta, representan la promesa, por parte del samaritano a Dios, de que va a ofrecerse en garantía, haciendo sacrificios agradables a Él, amando a ese hombre como a si mismo, dando su vida espiritual por su ahora hermano en Cristo, orando por él en la confianza de que Dios derramará su Sabiduría y Amor en este nuevo hijo de Dios. También hemos de darnos cuenta, que este nuevo “Sacerdote” comprende que no puede interferir en la relación entre Dios (Mesonero) y su hijo (huésped), y que él ya ha cumplido su misión y lo deja en manos del Señor, que a través de su Espíritu Santo, que ya mora en él, fortalecerá su alma para que pueda afrontar el camino (Cristo) en su libertad: "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí." (Juan 14.6).

"¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?"

Date cuenta que, al principio de la parábola, el intérprete de la Ley pregunta quién es su prójimo y, al final de la misma, Jesús le ha dado la vuelta a la pregunta, contestándole quién fue el prójimo del hombre. Lo importante no es pensar a quién tienes obligación de ayudar, sino saber que debes ayudar a cualquiera, pero una ayuda espiritual, para que conozca al Señor, se entregue a Él y ande libre en el Camino. Esto no quiere decir que, si tiene necesidad de algo en este mundo, ropa, alimento, dinero... no se lo des. Por supuesto que hay que satisfacer las necesidades materiales, pero no podemos quedarnos sólo en ellas.

Veamos ahora la respuesta del religioso:

"Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo."

Todo hombre de Dios, que ha nacido de nuevo en Él, se convierte en Sacerdote del Dios Altísimo y tiene la obligación de predicar su Palabra, Ofrecer sacrificios agradables a Dios: "En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos." (1ª de Juan 3.16), ya que esto, y no otra cosa, es amar al prójimo como a nosotros mismos.



Juan García Inza

sábado, 3 de julio de 2010

LA MIES ES MUCHA



DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO


Para un total de más de cinco mil millones de hombres, de los cuales más de cuatro mil no son católicos, hay apenas unos cuatrocientos mil sacerdotes, con un promedio de más de nueve mil hombres por cada sacerdote católico. Aunque en el decenio 1980-1990 la población mundial ha aumentado en unos 900 millones de personas, en el mismo periodo de tiempo, se ha registrado un descenso en el número de sacerdotes (aproximadamente 17,000 menos). Se ha dado un ligero incremento en el número de seminaristas mayores y de religiosos, pero no lo suficiente para hacer que el balance anual de sacerdotes resulte positivo (por el gran número de decesos, dado el gran número de sacerdotes ancianos). Numerosas parroquias quedan sin sacerdotes, muchas personas no tienen la posibilidad de asistir a la Santa Misa dominical, acudir con frecuencia al sacramento de la reconciliación, incluso de bautizar a sus hijos y de celebrar el sacramento del matrimonio. La edad media de los sacerdotes en el mundo es de 54 años. En muchos lugares de América Latina hay parroquias en las que el sacerdote debe atender a más de treinta mil católicos. En Asia y África el número de habitantes por sacerdote es de 57,000 y 31,000 respectivamente. La carencia de sacerdotes y de personas consagradas repercute en el grado de evangelización de la sociedad, de las familias, de los jóvenes, de los niños. Donde falta el sacerdote o su presencia es rara, la fe se debilita, se pierde el sentido de Dios, los creyentes van cayendo poco a poco en manos del secularismo.

«Alzad los ojos y ved los campos blancos, dispuestos a ser segados» (Jn. 4, 35) Una mirada al mundo me descubre enseguida la inmensidad de los campos a los que está destinada la Iglesia para llevarles el Evangelio, la salvación de Cristo. ¿Pero quién segará esos campos? ¿No se agostará el grano por falta de segadores? ¿No se pudrirá con las primeras tormentas de verano? El campo está listo; las necesidades son ilimitadas pero los obreros del Evangelio escasos y no se dan abasto.



La mies es mucha. ¿Cómo creerán en Ti, Señor, todos esos millones de personas, si no han oído el Evangelio? ¿Cómo van a oírlo si no hay sacerdotes que los evangelicen?' ¿Cómo te conocerán si no hay testigos del Evangelio, si no hay sacerdotes que pongan su vida a disposición de tu Reino?



Señor, la mies es mucha. Manda obreros a este inmenso campo del mundo. Manda sacerdotes que trabajen con los campesinos, que evangelicen el mundo obrero, que lleven tu mensaje de justicia y de amor a los dirigentes de la sociedad, a los empresarios; sacerdotes que te presenten como Verdad a los intelectuales. Manda sacerdotes para que consuelen a los abatidos, ayuden en sus tribulaciones a los enfermos y moribundos, que den al mundo una esperanza. Sacerdotes misioneros que se pierdan en las zonas más remotas de la tierra para plantar en ella tu cruz y tu salvación. Manda sacerdotes apóstoles de la familia que ayuden a los esposos a vivir un amor puro y casto y formar a sus hijos en los valores cristianos. Manda sacerdotes que con su santidad y su testimonio de vida den al mundo una nueva esperanza; sacerdotes que conforten a los abatidos, que sean médicos de las almas enfermas, que ayuden a construir la civilización de la justicia en el amor.



Cuántos hombres y mujeres, hermanos y hermanas míos que no te conocen, que no han oído hablar de Ti, que no han tenido la gracia de recibir la filiación divina por medio del sacramento del Bautismo, que viven quizás sin esperanza. Si hubiera más obreros, más sacerdotes, que evangelizaran, que predicaran tu palabra, que llevaran tu mensaje de salvación y la alegría de tu perdón... Muchos son los hombres, multitudes, que viven una vida sin sentido, ahogados en lo material, en las pequeñeces de cada día, sin mayor ideal de trascendencia. Nunca les han hablado de Dios, nunca les ha llegado el mensaje de tu amor, no saben que Tú los amas inmensamente, porque nadie les ha hablado de Ti, porque nunca se han encontrado en su vida con un sacerdote santo que fuera para ellos heraldo de tu Evangelio.



Juan García Inza