Este Blog pretende ser un instrumento al servicio de la Parroquia, para información y formación de los visitantes

sábado, 4 de septiembre de 2010

Domingo 23 del Tiempo Ordinario. Ciclo C


Discípulos de Cristo



Hoy se opina mucho sobre el cristianismo. Nos atrevemos a interpretarlo cada uno según nuestro criterio o nuestro interés personal. Partimos del principio de que somos cristianos por vocación, a la cual respondemos de un modo efectivo cada día. Pero la oferta la hace Cristo, con unas condiciones concretas, que tienen en cuenta nuestra capacidad de respuesta libre, y las aspiraciones puestas por Dios en nuestra naturaleza.

La fe cristiana no trata de violentar nada, ni de exigir caprichosamente unos esfuerzos heroicos duros de cumplir. Algunos dicen que la religión cristiana, en algunas de sus exigencias espirituales y morales es inhumana. No sería justo Dios si nos pediera más de lo que razonablemente nuestra naturaleza, creada por El, fuera capaz de dar. Dice un autor espiritual: Adherirnos a Cristo significa someter nuestra voluntad a ala suya. La vida interior es un a continua tensión entre la voluntad de Dios y la voluntad del hombre. Esa tensión surge del hecho de que nosotros giramos incesantemente en torno a nuestra propia voluntad, en la búsqueda de lo que nos es cómodo, mientras que el alcance de nuestros planes y de nuestros anhelos, el alcance de los que nosotros deseamos, no coincide con lo que Dios desea. El hombre se defiende ante la anulación de sus propios deseos. Se defiende manera consciente, es decir, negando a Dios la sumisión de su voluntad, o de manera inconsciente, lo que con frecuencia se manifiesta en el mecanismo de defensa de la racionalización. Ese mecanismo pone de relieve hasta qué punto nuestros anhelos y actitudes están orientados a ala búsqueda de nuestros propios egoísmos.(Tadeusz Dajczer, Meditaciones sobre la fe, Edt. San Pablo 1994, pág. 32).

Naturalmente, nuestra voluntad no quiere la cruz. Pero la cruz no es un simple instrumento de suplicio caprichoso. La cruz es el símbolo de una vida entregada, puesta al servicio del Bien, y por tanto de Dios y del prójimo. Hacer el bien con amor sincero no siempre es fácil, supone vencimiento de los obstáculos normales que la vida ofrece, y supone al mismo tiempo un esfuerzo personal para vencer las tendencias egoístas de nuestra propia naturaleza. Pero no todo depende de nosotros, contamos con la ayuda de la Gracia, que hace posible, como buen cirineo, que lleguemos con la cruz hasta el final.

Y seguir a Cristo con la cruz de cada día no convertir nuestro camino cristiano en un trago amargo. El seguimiento de Cristo ha de ser necesariamente alegre. Una alegría que nace dentro de nosotros mismos, y que no necesariamente ha de producir carcajada. Una cosa es la risa y otra la sonrisa. El enfermo que sufre, o el que tiene un problema serio, no siempre tiene ganas de reír, pero la fe cristiana le brinda la posibilidad de tener paz interior, y reflejarla al exterior con una sonrisa, o una expresión dulce.

El Señor no quiere seguidores forzados. Prefiere que ante de dar un sí a Dios calculemos si, con su ayuda, estamos en condiciones de responder a las exigencias de la entrega. Muchos optan por caminos más fáciles, incluso otros reniegan de Dios y rechazan la fe. Jesucristo afirma lógicamente: Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Debemos preguntarnos cual es nuestra disposición, y pensar en la meta a la que queremos llegar. El deportista que no aspira a nada no es necesario que se esfuerce. El que quiere conseguir una buena marca, ya sabe lo que tiene que hacer. La vida cristiana no es menos importante que la aspiración deportiva. Puede incluso una ayudar a la otra. Todo esto no siempre se entiende, pero ya nos lo advierte el Libro de la Sabiduría que hemos leído en la primera Lectura. Y nos sugiere que invoquemos la ayuda del Santo Espíritu.



Juan García Inza

No hay comentarios: