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sábado, 26 de febrero de 2011

DOMINGO 8º DEL T.O. Ciclo A


VANGELIO
Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero, y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Por eso os digo: no andéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir.

¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?

Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?

¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?

¿Por qué os agobiáis por el vestido?

Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y yo os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?

No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas.

Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.

Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo eso se os dará por añadidura.

Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia.





HOMILÍA
Érase una vez un hombre muy rico y avaricioso que contrató a un matemático para que descubriera la fórmula que le permitiera incrementar más y más sus ganancias.

El hombre rico estaba construyendo una enorme caja fuerte donde almacenar mucho oro y muchas joyas.

El matemático se encerró durante seis meses en su estudio y al final encontró la fórmula.

Una noche se presentó en la casa del hombre rico con una gran sonrisa en la cara y le dijo: Ya lo tengo. Mi fórmula es perfecta.

El hombre rico no tenía tiempo para explicaciones ya que a la mañana siguiente emprendía un largo viaje, pero le prometió doblarle el sueldo si, en su ausencia, se encargaba de sus negocios y así ponía en práctica su nueva fórmula. Éste aceptó encantado.

Cuando el rico regresó descubrió que todas sus riquezas se habían esfumado. Furioso, le pidió explicaciones.

El matemático con mucha calma le dijo que había distribuido todo entre la gente.

El rico no se lo podía creer.

Durante meses, explicó el matemático, analicé cómo se podía obtener el máximo beneficio, pero siempre era algo muy limitado. Comprendí que la clave consistía en que, no uno, sino muchas gentes podían ayudarnos a conseguir el objetivo. La conclusión era que ayudando a los demás era la mejor manera de que muchas gentes nos beneficiaran a nosotros.

Furioso y abatido se puso a caminar, pero los vecinos salían a su encuentro y le ofrecían todo lo que necesitaba, comida, casa… y pudo comprobar los resultados previstos por el matemático. Recibía honores y ayuda de todos. Cayó en la cuenta de que no tener nada le había dado mucho más.

Pronto emprendió nuevos negocios, pero siguiendo el consejo del matemático ya no guardaba nada en la caja fuerte sino que lo compartía con los demás cuyos corazones eran las más seguras y más agradecidas cajas fuertes.
Pedro Pablo Sacristán.

Nosotros no contratamos un matemático. Cada uno de nosotros somos ese matemático que busca la fórmula del mayor beneficio, de más ingresos, de más influencias…porque nunca tendremos bastante. Así funcionan los paganos.

Los cristianos ya tenemos nuestro matemático y cada vez que venimos al área de descanso, de una manera o de otra, nos recuerda su fórmula para agradar a Dios y para incrementar nuestros beneficios, la del servicio, la de la confianza, la del compartir con los necesitados, ellos son nuestra esperanza.

Cinco veces nos dice Jesús en el evangelio proclamado “no os agobiéis por lo que vais a comer o con qué os vais a vestir”.

La vida no es otra cosa que agobio y preocupación.

Si el consejo de Jesús nos desconcierta a los que tenemos lo esencial para vivir dignamente, tiene que resultar cruel e insultante a los millones de parados y muertos de hambre que pueblan nuestro mundo.

Pero Jesús se dirige a los que tienen y les recuerda que el mundo está en sus manos y que, a través de sus manos, su inteligencia y sus acciones, su amor y su compasión tiene que pasar a los necesitados que son sus prójimos. No hacerlo es vivir cómodamente pero en la muerte.

Los que tienen no pueden refugiarse en el culto al confort, en la seguridad de su caja fuerte, en el servicio al amo dinero.

Los cristianos somos llamados a revisar continuamente nuestras prioridades, a mirar más allá de las fronteras de nuestro yo, a agobiarnos, pero no para tener más sino para ser más y compartir más con los millones de personas que no pueden mirar al cielo porque sus ojos están fijos en el suelo esperando nuestras migajas, las que caen de nuestras mesas, porque sus vidas más que agobio son pura desesperación.

Es fácil hablar de Dios y confiar en Dios con el estómago lleno, pero para los que mueren de hambre nuestra jerga espiritual les suena a broma.

Y a pesar de la enseñanza de nuestro Maestro siempre viviremos con el corazón partido. Dios sí, por supuesto, ¿cómo no tener a Dios como amo si es el mejor amo?

Pero ¿cómo no adorar y alimentar los pequeños amos de este mundo que nos halagan y nos hacen tanto bien?

No podéis servir a dos señores, no podéis tener dos lealtades contradictorias.

A los que lo tenemos todo nos preocupa el colesterol, la contaminación del aire, las notas de los hijos, el fin de semana…pequeñeces de personas satisfechas.

¿Quién de vosotros a fuerza de agobiarse puede añadir una hora de tiempo a su vida?

Es cuestión de vida o muerte, solemos decir agobiados.

El mensaje de Jesús es también cuestión de vida o muerte.

El presente, este hoy maravilloso, es el tiempo de la Presencia de mi Padre celestial y le doy las gracias.

¿Y el mañana? El mañana es mi agobio, mi preocupación, mi interrogante y el de todos los hombres, el de los que tienen y el de los que carecen de todo. Tengo confianza en que, en el mañana, la Presencia de Dios mi Padre no me faltará por que suyo es el ayer, el hoy y el mañana.

A lo largo de este caminar con y sin agobios busquemos el Reino de Dios y su justicia, el imperio de su amor.

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