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sábado, 14 de noviembre de 2009

Domingo 33 del T.O. Ciclo B

Primera: Dan 12, 1-3; Salmo 16; Segunda: Heb 10, 11-14.18; Evangelio: Mc 13, 24-32


El final de los tiempos
Nexo entre las lecturas

Al terminar el ciclo litúrgico B la liturgia de la Iglesia no puede ofrecernos un mejor tema que el de la esperanza. Daniel, mirando esperanzadamente hacia el futuro, profetizará: "Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro". En el discurso escatológico Jesús ve el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: "El Hijo del hombre... reunirá de los cuatro vientos a los elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo" (Evangelio). El autor de la carta a los Hebreos contempla a Cristo sentado a la derecha de Dios, esperando hasta que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. No un reportaje, sino un misterio. Ni los profetas ni los evangelistas fueron reporteros de su tiempo, mucho menos del fin de los tiempos, que a la vez que desconocen no dejan empero de anunciar. Mediante un lenguaje misterioso, marcadamente simbólico, intentan meternos a los lectores u oyentes en el misterio del fin del tiempo y de la historia. Es necesario por tanto estar atentos para no confundir lenguaje y mensaje. El lenguaje no puede no ser antropomórfico: el fin del mundo visto como una conflagración universal aterradora, una especie de terremoto cósmico que conmueve el universo entero y lo destruye por completo, un cataclismo imponente cuyo fuego incandescente devora abrasador toda la materia. Oculto tras esta representación escénica de impresionante viveza, hay un mensaje divino: "El mundo no es eterno. La historia tendrá un fin". El ropaje literario, propio de la apocalíptica judía, muy apropiado para los tiempos que corrían de persecución (en el caso de Daniel la persecución de Antíoco IV Epifanes, en tiempos de Marcos posiblemente la de Nerón), no debe distraernos, mucho menos angustiarnos, y menos todavía ocultarnos y hacernos perder el mensaje de revelación de Dios. El mensaje es revelación de Dios, y por tanto cierto, irrevocable, verdadero, válido. "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". En cuanto misterio, sin embargo, no está al alcance de nuestro humano conocimiento ni es manipulable para satisfacción de nuestra curiosidad o de nuestro orgullo. Como misterio es irrupción imprevisible, aparición repentina e inasible, desvelamiento inesperado y deslumbrante. Como misterio se espera de Dios, el Señor del misterio, en actitud vigilante y confiada.

2. El fin de la vida y el fin del tiempo. Para el evangelista Marcos la destrucción de Jerusalén y del templo sirve de símbolo de los tiempos finales del mundo y de la historia. Igualmente, la imagen de la higuera desde que florece en primavera hasta que maduran los higos sirve para señalar el tiempo intermedio entre la historia concreta de su época y el final de la historia. Hay pues una relación entre el tiempo y la eternidad, entre el fin de una época y el fin de la historia, entre el fin de la vida y el fin del tiempo. Entre ambos fines hay ciertas semejanzas: en primer lugar, la certeza del fin, evidente respecto al fin de la vida, objeto de fe respecto al del tiempo; luego, su carácter imprevisible, totalmente en cuanto al fin del tiempo, parcialmente en cuanto al fin de la vida; además, su valor decisivo: en un caso se decide sobre la suerte del individuo, en el otro sobre la suerte de la humanidad entera. Finalmente, ambos revelan la condición del hombre y de su mundo, una condición limitada, imperfecta, precaria, que remite necesariamente a otra realidad superior donde esa condición recibe perfección y completamiento. De esta manera el final de la vida equivale en cierto modo al final del tiempo para cada ser humano; y el final del tiempo en alguna manera está prefigurado en el final de la vida. Con la muerte, podemos decir, llega a cada hombre el final de su tiempo en espera del final de todos los tiempos. Ambos finales se viven a la luz resplandeciente de la esperanza cristiana.


Sugerencias pastorales

1. Esperanza y esperanzas. Es un tópico decir que el hombre vive de esperanza. Y es verdad. El niño espera hacerse grande o tener una motocicleta. El estudiante espera aprobar los exámenes. Los recién casados esperan tener un hijo. El desocupado espera encontrar un trabajo. El encarcelado espera dejar cuanto antes la cárcel. El comerciante que acaba de montar un negocio espera que le vaya bien... Esperanzas, esperanzas, esperanzas. Todas buenas, legítimas, incluso necesarias. Pero al fin y al cabo esperanzas pequeñas, esperanzas de calderilla. Esperanzas unidas a un bien que no tenemos y que deseamos poseer. Esperanzas que nos remiten a la Esperanza, con mayúscula, en singular, que nos remonta desde las circunstancias mismas de la vida diaria y corriente hasta Dios Nuestro Señor. Esperanzas que no siempre son satisfechas, que nos pueden engañar y desilusionar, que en su poquedad y labilidad nos hacen pensar en aquella Esperanza que no engaña, que mantiene despierta siempre la ilusión y que goza de inamovible firmeza y de absoluta garantía. La Esperanza con mayúscula no es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros ardientes deseos, sino gracia y carisma del Espíritu, virtud teologal que tiene por anhelo al mismo Dios y la unión definitiva y perfecta con Él. Es ésta la esperanza que nos da acceso a la plenitud y a la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Es la Esperanza que todos debemos tener, que a todos deseo.

2. Un "happy end" para el cristiano. Jesucristo al hablar de la hora final, según el evangelio de Marcos, menciona sólo a los elegidos; de los condenados, si es que hubiere, cosa que nos es desconocida, no se nos dice nada en Marcos. El último día se cerrará con un happy end. ¡Que lo sepan y tengan presente todos los profetas de calamidades! La suerte final de cada hombre está envuelta en el misterio más absoluto (sabemos solamente que están en el cielo los santos canonizados), pero un final como el del evangelio de hoy infunde un gran consuelo y una extraordinaria confianza en el poder y en la misericordia de Dios. Porque hemos de saber que no sólo estamos en espera en este mundo, sino que somos esperados en el otro primeramente por Dios, pero luego por la santísima Virgen María, por los santos, por nuestros familiares, por todos nuestros seres queridos. Todos los que nos esperan están interesados en que nuestra vida termine bien, en que la historia de la humanidad y del universo culmine con un happy end solemne y general. Para eso Cristo, nuestro sumo Sacerdote, murió en una cruz y ahora, entronizado junto a su Padre, nos espera para darnos el abrazo de la comunión definitiva y perfecta. Nos lo dará si nos dejamos santificar por él, es decir, si permitimos que haga fructificar los frutos de su redención en nosotros.
Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net

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