Sagrada Escritura
Primera: Dan 7, 13-14;
Salmo 93
Segunda: Ap 1, 5-8;
Evangelio: Jn 18, 33b-37
Nexo entre las lecturas
No puede haber otro tema dominante en este día que la realeza de Jesucristo. Esta realeza está prefigurada en el texto del profeta Daniel: "Le dieron poder, honor y reino... su reino no será destruido" (primera lectura). En el evangelio la realeza de Jesús viene afirmada en términos categóricos: "Pilatos le dijo: ¿Luego tú eres rey?. Jesús respondió: Sí, como dices, soy rey". La segunda lectura, tomada del Apocalipsis, confirma y canta la realeza de Jesús: "A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén". Al mismo tiempo los cristianos son hechos partícipes de la realeza de Cristo: "Ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre".
Mensaje doctrinal
1. Dos concepciones del rey. Pilatos y Jesús representan dos concepciones contrapuestas del rey y de la realeza. Pilatos no puede concebir otro rey ni otro reino que un hombre con poder absoluto como el emperador Tiberio o por lo menos con poder limitado a un territorio y a unos súbditos, como el famoso Herodes el Grande. Jesús, sin embargo, habla de un reino que no es de este mundo, es decir, no tiene en el mundo de los hombres su proveniencia, sino en solo Dios. Pilatos piensa en un reino que se funda sobre un poder que se impone por la fuerza del ejército, mientras que Jesús tiene en mente un reino impuesto no por la fuerza militar (en ese caso "mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos"), sino por la fuerza de la verdad y del amor. Pilatos no puede concebir de ninguna manera un rey que es condenado a muerte por sus mismos súbditos sin que oponga resistencia, y Jesús está convencido y seguro de que sobre el madero de la cruz va a instaurar de modo definitivo y perfecto su misterioso reino. Para Pilatos decir que alguien reina después de muerto es un contrasentido y un absurdo, para Jesús, sin embargo, está perfectamente claro que es la más verdadera realidad, porque la muerte no puede destruir el reino del espíritu. Dos reinos diversos, dos concepciones diferentes. Después de dos mil años del histórico encuentro entre Jesús y Pilatos, ¿no es la concepción de Jesucristo la única que ha podido pasar el test de la historia?
2. Características del reino. El reino de Jesús es un reino preanunciado, en el que se cumple lo que los profetas de siglos anteriores habían prometido de parte de Dios. El señorío de Jesús es el del Hijo del hombre, a quien Dios le entrega todo poder y todo reino (primera lectura). En segundo lugar, es un reino que vence todas las potencias del mal, simbolizadas por Daniel en las cuatro bestias; Cristo en, efecto, las vencerá todas en la cruz, que el evangelista Juan ve como un trono, poniendo tales potencias demoníacas como escabel de sus pies. En tercer lugar, el reino de Jesucristo goza de una gran singularidad: no es de este mundo, pero está presente en este mundo, aunque no se vea porque pertenece al reino del espíritu. En cuarto lugar, el rey se define como testimonio de la verdad, y los súbditos como los que son de la verdad y escuchan su voz. Sí, Cristo es rey en cuanto da testimonio de la verdad, es decir, de la Palabra del Padre que él encarna, y que el Espíritu interioriza y hace eficaz en los corazones de los hombres. Los hombres son súbditos de Cristo Rey si son de la verdad, es decir, si viven, piensan y actúan movidos por sintonía y connaturalidad con la Palabra de Jesucristo. En quinto lugar, Jesús no es rey del espacio, sino del tiempo, de todos los tiempos. El es el alfa y la omega, el centro del tiempo y su principio normativo, "Aquél que es, que era y que va a venir". Finalmente, Jesucristo no sólo es rey, sino que hace partícipes de su realeza a los cristianos: Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. De esta manera, los cristianos participan del reinado de Cristo, con las características ahora descritas.
Sugerencias pastorales
1. Dejar al Rey serlo de verdad. Cuando un rey es despótico, tirano, esquilmador de sus súbditos, entonces es justo y obligado rebelarse contra él. Pero si un rey es justo, bueno, entregado al bienestar de sus súbditos, comprensivo, buen gobernante, es necesario que los súbditos le dejen hacer el rey y serlo de verdad. El absolutismo regio de siglos pasados ha perturbado y desfigurado la figura noble de un rey auténtico. Hay que hacer todo lo posible para recuperarla en la mentalidad común de los hombres, particularmente de los cristianos, porque no podemos renunciar a llamar a Jesucristo, Señor y Rey del universo. Y sería penoso que los cristianos, al menos algunos, entendieran ese reinado de Jesús con las características negativas de un soberano absoluto y despótico. Jesucristo quiere reinar -para eso ha venido a este mundo-; hay que dejar a Cristo ser rey de verdad. Ser rey como él quiere serlo, no conforme a concepciones políticas trasnochadas; ser rey de todos los hombres y de todo el hombre: de sus pensamientos y sentimientos, de su voluntad y afectividad, de su tiempo y de su existencia; de su trabajo y de su descanso; de toda la vida del hombre para infundir en ella una presencia divina, una soberanía que eleva, una realeza espiritual. ¿Cuál es tu concepción de Jesucristo rey? ¿Dejas a Jesucristo ser verdaderamente rey de tu vida? ¿Qué haces, qué puedes hacer para que Cristo reine en el corazón de los hombres y de la historia? ¿Qué vas a prometer a Jesús en su fiesta de Rey del universo?
2. Un reino de sacerdotes. En Jesucristo se unen en el madero de la cruz su sacerdocio y su realeza. Nosotros, los cristianos, somos pueblo de reyes y somos un reino de sacerdotes en virtud de la muerte y resurrección de Jesucristo. Somos un reino de sacerdotes porque amamos y seguimos la doctrina de la verdad, porque todos juntos en la liturgia cantamos las alabanzas y glorias del Señor, porque movidos por la fe dejamos que él guíe nuestros pasos hacia el Padre. Todos. Cada uno en su individualidad, y todos como comunidad de fe y de adoración. Somos además un pueblo de reyes, porque el reinado de Jesucristo no somete ni esclaviza, sino que hace hombres libres, perfectamente libres frente a sí mismo y a las propias pasiones, frente al mundo con sus poderes y sus insidias, frente a Dios que atrae con ternura y con amor. Estoy convencido de que la belleza de la vida cristiana está escondida para la mayoría de los hombres. Porque estoy plenamente seguro de que nos enamoraríamos de ella, el día que la entreviéramos y se nos abrieran los ojos de la inteligencia y del amor. De todos y cada uno de nosotros depende el que la Iglesia sea un pueblo de reyes y un reino de sacerdotes.
P. Antonio Izquierdo en Catholic.nec
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