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sábado, 20 de noviembre de 2010

Ultimo Domingo del Año Litúrgico: SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY


Mi Reino no es de este mundo



Cristo es el Rey del universo y de modo especial de los hombres, sus hermanos. Es una de las fiestas más sobresalientes del año litúrgico. Precisamente con ella clausuramos este recorrido que hemos hecho durante todo este tiempo a lo largo de la Vida de Jesús. A partir del próximo domingo comenzamos un tiempo nuevo: el Adviento. Recordamos y celebramos esta verdad revelada públicamente por Cristo: El es el Rey de todo lo creado. Pero su Reino no es de este mundo, por lo que no se puede medir con las categorías sociales y políticas de los reinos de nuestra historia. El Reino de Cristo es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.



Esta Fiesta fue instituida por el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.



Quería con ella que nosotros, los católicos, tuviéramos muy presente que quien dirige la Iglesia es Jesucristo Rey, que equivale a Señor. En un principio se celebraba el último domingo de Octubre. Pero con la reforma litúrgica fue trasladada al último domingo del año litúrgico o eclesiástico. Con ello se quiere poner de manifiesto que Jesucristo es el centro de nuestra historia, y de la historia universal. El es el principio y el fin de todo lo creado, porque es el Verbo de Dios, y mediante Su Palabra Dios lo hizo todo, y al final tiene El la última palabra. Pero debemos tener bien claro que el Señor vino a establecer en el mundo un pueblo que no tenga más Señor que el Dios verdadero, manifestado a través de los seres creados, de las maravillas del universo, y de la revelación contenida en las Sagradas Escrituras. Este Reino tiene como ley fundamental el amor, como programa las Bienaventuranzas, y como fin implantar en el mundo la Verdad, la justicia y la paz. Y este Reino no tendrá fin…



El Señor, para hablarnos de Su Reino utiliza varias parábolas. Una de ellas nos habla de un Rey que se iba a marchar a tierras lejanas, y dio a cada uno de sus servidores distinta cantidad de monedas de oro, y les dijo que negociasen con ellas para rendir cuentas cuando el volviera. A la vuelta de su largo viaje, los dos que habían recibido más le dieron el doble de lo que les había confiado, y aquel Rey los felicitó por su interés, y le dio el mando sobre varias ciudades de su reino. Pero el que había recibido solo una moneda, no se quiso molestar, prefirió guardarla bien y devolvérsela cuando llegase. Cuando vino aquel Rey le echó en cara su actitud holgazana, su falta de interés, y le quitó la moneda y lo echó de su reino. Esto nos debe hacer pensar a nosotros como estamos negociando, haciéndole rendir a los bienes que hemos recibido de Dios. No podemos cruzarnos de brazos y dejar que pase el tiempo sin hacer nada positivo por amor a Dios, a los demás y a nosotros mismos.



Hablábamos el domingo anterior del fin del mundo. Decíamos que a casa uno le llega el fin cuando muere. Y la muerte fija nuestro estado, nuestras intenciones, nuestra situación. Sería una grave irresponsabilidad dejar a la improvisación, a la aventura, el momento más decisivo de nuestra vida.



Nos podemos preguntar hoy: ¿De verdad Cristo es el que reina, el que dirige mi corazón, mis sentimientos, mi conciencia, mi inteligencia, mis tareas, mi familia, mi vida social, mi ocio...? ¿Quién manda en ti?: ¿La verdad o la mentira, la justicia o la injusticia, el amor o el odio e indiferencia, la paz o la guerra continua? Es importante que respondamos bien a estas preguntas, pues nos jugamos mucho.



El Señor sigue utilizando ejemplos para que entendamos bien lo que es el Reino:



“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;



“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;



“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.



Debemos buscar sinceramente ese Reino. En ello nos va nuestra felicidad aquí, y nuestra salvación eterna. No son teorías, o bonitas palabras. El reino de Dios, o está dentro de nosotros mismos como dice Cristo, o no está donde nosotros estamos. No es suficiente una religiosidad popular ocasional si no dejamos que el Señor sea el dueño de mi vida.



Todo el programa de nuestra maduración en la fe se sintetiza en estas etapas: buscar a Cristo, encontrar a Cristo, conocer a Cristo, amar a Cristo, y darlo a conocer. Los medios ya sabemos cuales son. Hay que utilizarlos.



En la Eucaristía le encontramos realmente, por eso estamos aquí.



Muchos mártires de todos los tiempos murieron con el grito de ¡Viva Cristo Rey!, en la boca. Que nosotros, como la Virgen María, podamos decir también: ¡hágase en mí según tu palabra!



Y no olvidemos lo que dice un autor cristiano: “La corona de espinas de Cristo ha sido para el mundo más útil que todas las coronas de los reyes”.

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