1 Samuel 1-6.10-13; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1-41
En este camino hacia la Pascua y a la renovación de nuestras promesas bautismales, la liturgia nos recuerda los encuentros de Jesús y sus conversaciones.
¿Recuerdan la samaritana con su cubo, sus viajes al pozo, sus maridos, su confusión, su "me ha dicho todo lo que he hecho" y su confesión de fe?
¿Recuerdan la promesa de Jesús: Yo llenaré tu pozo de agua viva y adorarás en Espíritu y en verdad?
¿Recuerdan que Jesús es el que nos busca el primero, el que nos ofrece su amor y el protagonista de nuestra conversación con él?
Más fácil. ¿Recuerdan el evangelio y el sermón del domingo pasado?
Hoy, en este cuarto domingo de Cuaresma, la palabra de Dios nos quiere recordar a todos nuestro nacimiento a la vida cristiana, nuestro bautismo.
"Antes eran oscuridad, ahora son luz en el Señor", nos ha recordado Pablo.
Antes eran ciegos. Ahora ven.
Jesús vio un ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: ¿quién pecó, él o sus padres? ¿Quién tuvo la culpa de que naciera ciego?
Los hombres siempre buscamos razones par justificarlo todo, siempre buscamos culpables para condenarles o responsables para premiarles.
Jesús ve las cosas con otros ojos y nos dice:
Dios no es un policía. Dios no trabaja en el cuartelillo.
Dios no da tarjetas verdes porque no tiene fronteras.
Dios no ve la ceguera como castigo por el pecado sino como ocasión para manifestar su actividad salvadora. Yo he venido para hacer visibles las obras de Dios. Dios está en la ceguera y está en la sanación.
Y Jesús en aquel encuentro con el ciego de nacimiento realizó un signo de salvación, la obra de Dios, el trabajo de compasión y de amor.
Para Dios no hay culpables; hay sólo personas que salvar, personas destinadas a ver la gloria de Dios, personas llamadas a ver, a conocer a Jesús, al salvador. Ayer fue el ciego, hoy eres tú.
Ayer el Señor con un poco de barro y de saliva le untó los ojos y le mandó a lavarse a la piscina de Siloé. Obedeció y vio. Se lavó y recuperó la vista y conoció a Jesús.
Este hombre hizo el viaje hacia la fe.
Cada vez y a cada pregunta iba respondiendo con más claridad sobre la identidad del que le había curado.
"Ese hombre llamado Jesús". "Es un profeta". "Si ese hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada". "Creo, Señor".
Ayer este hombre empezó a ver con los ojos de la carne y con los ojos de la fe.
La fe es luz y es visión y es conocimiento y es adoración. Y sólo Jesús puede hacer este milagro de abrir los ojos para ver las cosas de Dios y las cosas del mundo con los ojos de Dios.
¿Y hoy? ¿No pasa nada?
¿Y aquí? ¿No pasa nada?
¿Acaso no hay aquí ningún ciego?
¿Acaso no hay ninguno que viva en la oscuridad y en la ignorancia?
Aquí está la piscina de Siloé donde el Señor nos invita a lavarnos cada domingo.
Aquí está el Señor que nos dice: Yo soy la luz del mundo.
Nosotros somos ese ciego, llamados a recuperar la visión de la fe.
En el viaje hacia la fe tenemos que ir cada día descubriendo capas más profundas. En este viaje cristiano hay que crecer, madurar y responder con más convicción cada día.
No basta decir: "ese hombre llamado Jesús", ése sí era bueno, ése sí hacía maravillas, ése sí hizo una revolución, ése sí enseñó lo que es el amor y la compasión, porque ha habido y hay muchos hombres buenos en el mundo.
No basta decir: "ése es un profeta", porque ha habido y hay muchos profetas.
No basta decir: "ése es el enviado de Dios", porque…
No basta decir: "si este hombre no viniera de Dios no podría hacer nada", porque ha habido y hay muchos hombres de Dios.
Estamos llamados a decir: Yo creo, Señor, tú eres la luz de mis ojos. Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Sólo en ti está la salvación. Sólo tú eres Señor.
Y para llegar hasta aquí hay que orar mucho, adorar mucho y juntarse con los que viven en el Señor.
Un día, ayer, el Señor nos lavó en el agua bautismal y nos ungió con el Espíritu Santo.
Un día, puede ser hoy, el Señor nos visita y quiere que lleguemos a ver con los ojos de la fe a Dios nuestro Padre.
No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Dejemos a los discípulos de Moisés, a los fariseos y a todos los que buscan excusas para no creer, excusas divinas y humanas, dejémosles discutir porque no buscan la luz ni la verdad, sólo quieren tener razón.
Y nosotros sabemos que la verdad y la razón sólo están en Dios y en su enviado Jesucristo.
Y ojalá todos podamos decir: Yo sólo sé una cosa, que antes era ciego y ahora veo; que antes era oscuridad y ahora soy luz; que antes no conocía a Jesucristo y ahora lo conozco y lo amo.
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
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