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sábado, 19 de diciembre de 2009

Cuarto Domingo de Adviento (C)




Una gran mujer



La Virgen María es la gran protagonista de este tiempo de esperanza. Ella, como ninguna otra criatura, supo vivir la esperanza en el Mesías y preparó materialmente su venida al mundo. María es la mujer que mejor vivió el primer Adviento de la historia.

María es una gran mujer. Con una personalidad envidiable. Con una feminidad arrolladora. Una mujer fiel a la Palabra. Sacrificada, trabajadora, amante de su hogar. Ella es la MUJER. La llena de gracia y hermosura.

“En efecto, María es la criatura ; es el ideal supremo de la perfección que, en todo tiempo, han tratado los artistas de reproducir en sus obras; es (Apoc. 12,1), en la que los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con aquellos otros soberanos, pero accesibles, de la belleza sobrenatural. Y, ¿por qué todo esto? Porque María es la , o sea, podemos decir, la llena del Espíritu Santo, cuya luz brilla como un resplandor incomparable. Sí, tenemos necesidad de mirar a María, de señalar su belleza incontaminada, porque a nuestros ojos frecuentemente ofenden y casi ciegan las imágenes engañosas de la belleza de este mundo. ¡Cuantos nobles sentimientos, cuanto deseo de pureza, qué espiritualidad renovadora podría suscitar la contemplación de la belleza sublime!

“Ya que en nuestros días la mujer avanza en la vida social, nada más beneficioso y más jubiloso que el ejemplo de esta Virgen-Madre emitiendo destellos del Espíritu Santo que, con su belleza, resume y encarna los auténticos valores del espíritu” (Pablo VI).

En este Adviento volvemos nuestros ojos a María y nos quedamos contemplándola. Es un espectáculo. En ella observamos las virtudes ejemplares de una joven, de una esposa, de una madre, de una mujer corriente. En ella se palpa la filiación divina, el amor a la gracia, la grandeza de la castidad. En María destaca de un modo llamativo su respuesta a la Vocación.

“Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima” (J. Escrivá de Balaguer).

Cogidos de la mano de la Señora, seguimos caminando hacia Belén en una Navidad que ya vamos a celebrar. Que estemos cerca de María para contemplar con fe y ternura al Niño Jesús, al Hijo de Dios.

Por se ha fijado en la humildad de su esclava, por eso la llamarán bienaventurada todas las generaciones.



Juan García Inza

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