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sábado, 12 de diciembre de 2009

Domingo 3º de Adviento (C)



Siempre alegres



El tercer domingo de Adviento nos contagia de un ambiente de intensa alegría. La Navidad ya está muy cerca y hay que sonreír.



La alegría es virtud evangélica. El Señor vino a traernos su alegría: “Os he dicho estas cosas, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado” (Jn. 16,11). Un cristiano que es fiel a su vocación es esencialmente alegre. La alegría es compañera de nuestro camino. ¡Qué grande es nuestra alegría! Hay muchos que todavía no la entienden y prefieren seguir comprando sonrisas baratas en el mercado de la vida.



“No alcanzaremos jamás el buen humor, si no imitamos de verdad a Jesús; si no somos, como El, humildes. Insistiré de nuevo: ¿habéis visto donde se esconde la grandeza de Dios? En un pesebre, en unos pañales, en una gruta. La eficacia redentora de nuestras vidas sólo puede actuarse con la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y sintiendo la responsabilidad de ayudar a los demás” (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 18). Por eso la navidad es especialmente alegre, porque es tiempo de paz, de sencillez, de encuentro con un Dios que se hace pequeño y nos sonríe desde su pobreza voluntaria.



“Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. El gran gozo anunciado por el Ángel, la noche de Navidad, lo será de verdad para todo el pueblo, tanto para el de Israel, que esperaba con ansia un Salvador, como para el pueblo innumerable de todos aquellos que, en el correr de los tiempos, acogerán su mensaje y se esforzarán por vivirlo. Fue la Virgen María la primera en recibir el anuncio del ángel Gabriel y su Magníficat era ya el himno de exultación de todos los humildes. Los misterios gozosos nos sitúan así, cada vez que recitamos el Rosario, ante el acontecimiento inefable, centro y culmen de la historia: la venida a la tierra del Emmanuel, Dios con nosotros. Juan Bautista, cuya misión es la de mostrarlo a Israel, había saltado de gozo en su presencia, cuando aún estaba en el seno de su madre. Cuando Jesús da comienzo a su ministerio, Juan se llena de alegría por la voz del Esposo” (Pablo VI, Exhortación A. Gaudete in Domino, III).



San Pablo nos grita a todos con pasión: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres” (Flp. 4,4). Estar alegres es caminar en la Verdad. Una vida auténtica es una vida inundada de sonrisas limpias.



En estos días últimos del Adviento, en los que solemos ya felicitar la Navidad, que lo hagamos con un sentido cristiano. Que Navidad sea realmente Natividad, siendo conscientes de lo que vamos a celebrar. Que no caigamos en la tentación progre de recuperar las fiestas y ritos paganos, superados hace ya dos mil años, de celebrar los solsticios de invierno, como si no hubiera pasado nada en este tiempo. La fiesta pagana de la luz fue cristianizada, como tantas otras costumbres, por la realidad histórica del Verbo Encarnado, Jesucristo, que dijo “Yo soy la Luz del mundo”. Hoy, los llamados progresistas quieren hacer un ejercicio retrógrado tratando de recuperar lo ya superado. En definitiva lo que pretenden es apagar, si pudieran, la Luz que nos trajo Cristo, y que cambió la historia de gran parte del mundo. Nosotros, con alegría, proclamaremos un año más que en Belén nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor, e iremos a adorarlo.



Que la Virgen María nos ayude a celebrar el Nacimiento histórico de Jesús, y el Nacimiento permanente del Señor en todos los que le abran las puertas de su alma.



Juan García Inza
juan.garciainza@gamil.com

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