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jueves, 7 de octubre de 2010

DOMINGO 28 T.O. Ciclo C




Ser agradecidos



Una de las palabras que primeros debemos aprender es GRACIAS. Y para que la palabra no se quede en un mero cumplido, en una muestra de buena educación, debemos ser realmente agradecidos. Se es agradecido cuando uno reconoce el bien que recibe. Solemos quejarnos con frecuencia de casi todo. Pensamos que los demás son los que hacen el mal, o tienen ganas de fastidiarme. Y pocas veces decimos sinceramente gracias.

Cuando uno dice gracias la otra persona se siente mejor. Piensa que ha hecho algo bueno y bonito, que ha ayudado a otro, que ha merecido la pena el esfuerzo, porque se le ha reconocido. Prestar un servicio sin que nadie lo valore cuesta, y muchos por esta razón se sienten inútiles. Todas los días nos tropezamos con gente que trabaja para que vivamos mejor: el barrendero, el jardinero, la señora de la limpieza, el policía, la ama de casa, el padre de familia… ¿Cuántas veces hemos dicho a esas personas: gracias por lo que haces por mí? Es verdad que cobran un dinero por trabajar, pero no solo de pan vive el hombre. Nos sentimos mejor pagados cuando alguien reconoce el esfuerzo que hacemos por servir. La costumbre de la propina era, o es, un modo de agradecer un trabajo hecho a tu servicio.

Y cuando se trata de Dios el olvido es más grave. Nos falta tiempo para quejarnos contra El cuando ocurre algo que no nos agrada. Ese es el origen de la blasfemia, o del abandono de la práctica religiosa. Pero no se nos ocurre darle gracias por la vida, el pan de cada día, el trabajo, el mérito que alcanzo con el esfuerzo, la familia, los hijos, los amigos, la luz, el bienestar…

Nos puede pasar como a los leprosos: mucho pedir la salud, y cuando la han conseguido, se marchan sin decir gracias. Solo uno, que era samaritano y por tanto marginado por los judíos, vuelve a darle las gracias a Jesús. Y el Señor pregunta: ¿Dónde están los otros nueve?¿Sólo has venido tú? Levántate y vete; tu fe te ha salvado. Le salvó la fe que le impulsó a reconocer lo que el Señor había hecho por él, y le dio las gracias.

La lepra era una enfermedad terrible. Producía la muerte social inmediata, y la muerte física a corto plazo. Es muy desagradable. No se podía tratar con los leprosos, que estaban condenados a vivir fuera de la sociedad, en los cementerios o lugares solitarios. Nadie se acercaba a ellos. Jesús si se acerca. Y les dice que vayan a los sacerdotes del templo para que certifiquen su sanación y se les permita volver a vivir como ciudadanos.

La lepra es signo del pecado. El pecado grave rompe nuestra relación con Dios, y la comunión con los hermanos. Es un mal que afecta a la persona y también a la comunidad, cuerpo místico de Cristo. El señor ha venido a buscar a los pecadores para sanarlos, pero nosotros debemos desear sinceramente la salud. Hay que acercarse a Jesús que pasa para pedirle: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros. Y El dirá: Id a los sacerdotes. Id a los que El ha puesto como mediadores, que tienen la facultad de perdonar oficialmente y reintegrarnos plenamente a la comunidad.

No podemos decir: Yo me confieso con Dios, porque Dios te dice: Id a los sacerdotes. Confesad vuestros pecados. Pedid perdón también a la Iglesia. Para eso ha dejado el Señor a la Iglesia, para que sea mediadora entre El y nosotros. La Iglesia administra la Gracia de Dios. Y una vez perdonados hay que volver a darle gracias a Dios.

Es realmente la fe la que nos salva, porque ella la que nos hace descubrir a Cristo presente en su Iglesia. Si no utilizamos los medios que El pone a nuestro alcance, no podemos echarle la culpa de nuestro mal. Todo lo malo que hay en el mundo es debido al pecado del hombre. Pecado no perdonado porque no ha habido arrepentimiento, ni propósito de enmienda.

Cuando decimos que la fe es la que salva al mundo, que la fe mueve montañas, es porque sabemos que con fe buscamos a Dios para que El nos de la gracia necesaria para hacer el bien. Debemos repetir de nuevo con el Salmo responsorial: Cantad al señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Y con San Pablo: Si perseveramos, reinaremos con él, viviremos con él.




Juan García Inza

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