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sábado, 1 de enero de 2011

Segundo Domingo después de Navidad




En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Gén 1, 1). En el principio existía la Palabra (Jn 1, 1) Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe (Jn 1, 3).
La Palabra es creadora
El evangelio de San Juan nos sitúa en un contexto de creación nueva, antes de los tiempos, en el “siempre” de Dios, en lo que nosotros llamamos principio. En Dios no hay principio, Él es eterno. El pasaje nos lleva a la eternidad divina, al sin tiempo de la Trinidad, a su voluntad creadora. Toda realidad existe por la Palabra., donde llega la Palabra todo se hace nuevo, todo recupera el sello de su Autor, revela y manifiesta al Dios que existe desde siempre y se da a conocer en el universo.
La Palabra es el Tú de Dios
La Trinidad es comunión plena en una expresión de amor, manifestada a través de la Palabra. La Palabra es el Tú de Dios, su íntima conversación intradivina, diálogo eterno. Dios pronuncia su Palabra, se comunica por su Palabra. El Tú de Dios, se ha hecho nuestro Tú, ha entrado en conversación con la humanidad, dialoga con la carne. Podemos hablar con Dios, ahora tenemos el lenguaje divino. Dios se ha hecho carne, se ha hecho Tú humano, para que desde ahora podamos hablar con Él.
Dios se revela en su Palabra.
Hasta ahora nadie conocía a Dios, ni siquiera era posible pronunciarlo. Desde ahora, por Jesucristo, que es el Testigo fiel, se nos ha dado a conocer. Ahora sabemos quién es Dios y quienes somos nosotros. Ya no hablamos de oídas, ya no tenemos que imaginar quién es el Creador, el Eterno, el Innombrable.«¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?». Salmo 113 [112]), que ha comentado Benedicto XVI, en la Misa del Gallo.
La Palabra es vida
La Palabra es manifestación de un Dios que vive. Jesús proclama: “Yo soy la vida”. Todo ser viviente participa de la fuerza de la Palabra. Vivimos, respiramos, porque nos sostiene la Vida, que es la Palabra mantenida del Dios Creador, de Aquel que ha hecho todo por medio de su Palabra.
La Palabra es luz
Ante la Palabra no puede ninguna oscuridad. La tiniebla ya no es tiniebla, la noche es clara como el día. La Palabra ilumina la mente, transfigura la persona, da resplandor al rostro, manifiesta la gloria de Dios, brilla y fascina, embelesa, extasía. Nada como la Palabra da sentido a la historia. Desde ella todo tiene sentido, todo recupera su sentido. Ahora ya podemos conocer al Invisible, podemos contemplar el rostro velado desde siempre, ya no nos tenemos que ocultar ante la gloria resplandeciente y cegadora de Dios.
La Palabra diviniza
La Palabra transmite la vida divina, hace reconocerse hechura de Dios, introduce en la relación trinitaria, da poder para llamar a Dios: “Padre”, posibilita saberse siempre amado, hijo. La Palabra desvela la posibilidad más sobrecogedora, la de tener por Padre a Dios. Gracias a la Palabra somos hijos de Dios, hechos por su Palabra, pensados antes del tiempo, desde el principio, en su Hijo único, en su Palabra manifestada en la carne. Se nos ha posibilitado la oración, el amor, el trato, la familiaridad, con Dios, y se nos ha revelado la plenitud de la creación y de la humanidad.
Acojamos la Palabra
Se nos ha iniciado en la lengua de Dios. Al igual que el Verbo, así nosotros podamos estar ya siempre con Dios, junto a Dios, en Dios, pues la Palabra se ha hecho carne y acampa entre nosotros, con nosotros, en nosotros. Hablemos como hijos de Dios. Nos tratemos como hermanos. Reconozcamos en nosotros y en nuestro entorno al que hace existir la realidad y la mantiene con su Palabra.

Ángel Moreno de Buenafuente (en Ecclesia Digital)

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