En verano de desata todo un torbellino de planes, de proyectos, de prisa por disfrutar, de organizaciones, de viajes… Es una fiebre contagiosa que nos puede ayudar o nos puede arrollar. El verano es una oportunidad de recuperar fuerzas, ilusiones, planes familiares, programas formativos, tiempo para el espíritu…
Pero en esa programación del verano no olvidemos a los niños. Ellos saben disfrutar de verdad el verano si le dejamos espacio y le ofrecemos atención y oportunidades. Los mayores debemos hacer sitio a los niños allí donde estemos nosotros y ellos. Un paisaje humano sin niños es como un cuadro sin color. Faltaría la alegría, el optimismo, la ilusión… El niño necesita ser recuperado de ese mundo deshumanizado que nos hemos fabricado, en el no cabe la inocencia y la sonrisa.
Benedicto XVI, hablando de los niños, dice:
Que se reste su dignidad, tanto los nacidos como los no nacidos. Muchos sufren y son explotados en el mundo. “Dios nos enseña a: amar a los pequeños, amar a los débiles, respetar a los niños… El niño de Belén dirige nuestra mirada hacia todos los niños que sufren y son explotados en el mundo, tanto los nacidos como los no nacidos. Hacia los niños que, como soldados, son introducidos en un mundo de violencia", a los que deben mendigar, sufren miseria y hambre, a los "carentes de todo amor".
Y sigue afirmando el Papa: La señal de Dios es "la sencillez", es "el niño", es que "Él se hace pequeño por nosotros, este es su modo de reinar. Él no viene con poder y grandiosidad externas", pues "no quiere abrumarnos con la fuerza, nos evita el temor de su grandeza".
El Papa señala que "Dios se ha hecho don por nosotros. Se ha dado a sí mismo", y exhortó a los fieles para que dejen que "eso haga mella" en sus corazones, almas y mentes.
Debemos cuidar el ambiente en el que los niños van disfrutar estos días de verano. Los niños todo lo oyen y todo lo ven. No podrán discurrir mucho sobre lo que les llega, pero su mente y su espíritu se van cincelando con la vida que discurre junto a ellos. Ellos son parte de esa vida, y sufren o se alegran con lo que captan por sus sentidos. Un verano para Dios es igualmente un verano para los niños, porque el Señor dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis. De los que se hacen como ellos es el Reino de los cielos”. Que este verano nos hagamos todos un poco niño y disfrutemos de la vida con un corazón limpio.
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